(13 de mayo del 2020. El Venezolano).- Cuando Venezuela dispuso en marzo una cuarentena nacional para frenar al coronavirus, la abogada y agente de bienes raíces Berta López no estaba segura de cómo pasaría su tiempo, hasta que subió por casualidad a la azotea de su edificio.
López descubrió que no sólo los vecinos se reunían allí para disfrutar del atardecer o escuchar música, sino que también encontraban amigos entre los propios residentes de los edificios cercanos en la exclusiva zona de Los Palos Grandes, en Caracas.
Primero compartieron vino que en una botella de plástico atada a un hilo de pescar, que arrojaban a otro vecino de un edificio cercano y luego recibían de nuevo para enviarlo a otras personas.
Después del vino, empezaron los cafés por la tardes y cenas con la distancia social requerida por la pandemia.
“Las terrazas cambiaron su rol de ser un sector de mantenimiento, pasó a ser un espacio para compartir a distancia con los vecinos, con los vecinos de otros edificios”, dijo López.
“Esto me motivó a estar más en contacto con la naturaleza, a pasar menos tiempo en las redes social y en el teléfono”, agregó la agencia Reuters.
El grupo de tres edificios de Los Palos Grandes ofrece unas únicas e impresionantes vistas del atardecer del imponente cerro El Ávila, que separa la capital de Venezuela con el mar Caribe, a unos 40 kilómetros al norte.
También reciben visitas frecuentes de majestuosas guacamayas, unas aves tropicales de colores vibrantes y con un sonido peculiar, mientras se mueven de balcón en balcón para ser alimentadas por los residentes.
“En estos 50 días hemos tenido momentos para hacer amistades”, agregó.
