(24 de noviembre del 2021. El Venezolano).- El libro ‘El velo del silencio’ (San Paolo) del periodista del periódico oficial del Vaticano L’Osservatore Romano, Salvatore Cernuzio, recoge once testimonios de abusos sufridos por religiosas y ex religiosas de distintas edades y lugares del mundo
Se trata de casos de maltrato psicológico, verbal o mental, presiones acoso y chantajes emocionales sufridos por estas mujeres durante su vida consagrada y que prefieren mantener el anonimato. Todas ellas han soportado años de silencio por miedo o por una fuerte presión psicológica, pero ahora se aventuran a contar su historia para ayudar a aquellas mujeres que todavía no han reunido el coraje para denunciar su situación.
La subsecretaria del Sínodo de Obispos, la hermana francesa Natalie Becquart, única mujer en tener derecho a voto en los sínodos, señala en el prólogo que el libro «invita a mirar a la cara a la realidad», «a decir la verdad» y a buscar «posibles caminos para acompañar a las personas que sufren en la vida religiosa o que la han abandonado y deben reconstruirse».
Además, invita a tomar medidas para «prevenir estas posibles desviaciones, ayudando a las comunidades religiosas a adoptar un estilo cada vez más sinodal».
La primera en contar su historia es una amiga de la infancia del autor a la que no veía desde hacía doce años porque decidió entrar en un convento de clausura en Italia. En marzo de 2020, en pleno confinamiento por la pandemia, cuenta que sus superioras la echaron de la comunidad con estas palabras: «No eres obediente, no quieres ser santa, no tienes vocación», aseguró Europa Press.
Otra de las religiosas relata cómo su experiencia en comunidad se asemejaba más a la de «un cuartel militar» que a la de un monasterio. «Era como si estuviera adoctrinada (…) Me impresiona pensar que esa rigidez que me hacían sufrir se aplicase también a las más pequeñas», explica.
Otra monja, nacida en Australia e identificada solo como hermana Elizabeth, narra que durante su vida en el convento interiorizó que todas tenían que obedecer «como perros». «Nos decían que nos sentáramos y nos sentábamos; que nos levantáramos y nos levantábamos; que nos diéramos la vuelta y nos dábamos la vuelta», detalla.
Mientras, Aleksandra, nombre ficticio de una joven consagrada de 31 años, explica que tras confesar a su superiora de la congregación que habría sufrido abusos sexuales por parte de un sacerdote con el que trabajaba en un proyecto, ésta la acusó de haberlo provocado ella. «Obviamente habéis sido vosotras las que habéis provocado al sacerdote», le espetó.
Finalmente, acabó buscando ayuda fuera de la Congregación donde vivía. «No sé adónde iré, solo quiero seguir a Jesús, y aquí ya no es posible. Ya no puedo vivir en esta situación y tengo miedo de destruir mi salud física, psicológica y espiritual. Espero encontrar ayuda, tal vez por parte de algunos laicos porque sé que mi congregación no se preocupará por mí «, lamenta.
De hecho, uno de los temas que trata en el libro es la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres consagradas cuando dan el paso definitivo y salen del convento: «La culpa siempre es del que se va», señala Aleksandra, que acabó dejando su vida religiosa después de 30 años.
El racismo es otro tema que emerge en este libro, sobre todo, en el caso de las monjas jóvenes que proceden de países de África o Asia. Según el autor, este tipo de abusos se dan también en mujeres europeas, pero en realidad son «las mujeres africanas y asiáticas, en particular las que vienen de India y Filipinas», las que están más expuestas. Las de estos países, corren más riesgo, porque están desprovistas de una red de apoyo y son obligadas en muchos casos a aceptar «compromisos» para poder comer y no acabar durmiendo en un parque o en una estación.
Otra de ellas es Anne-Marie, de Camerún. Su madre falleció mientras ella estaba en el primer año de noviciado y ni siquiera le comunicaron la noticia hasta pasados unos días. Marcela, otra de las religiosas, explica cómo la mortificación psicológica era asimilada «al ideal de perfección» por parte de las superioras. «Intentaba por todos los medios no ser humillada. Me levantaba antes de la hora para no llegar tarde; comía rápidamente; siempre estaba presente en las oraciones y en las tareas, aunque estaba cansada y mi cuerpo me pedía descansar. No quería que me riñesen», recuerda.
Otro de los testimonios detalla cómo el trabajo y el sacrificio son considerados los valores más altos de todos. «Una monja agotada por el trabajo es igual a una buena monja. Lo que importa es la cantidad de cosas que haces: planchar, lavar, cocinar, acompañar a alguien. (…) Este sistema se puede comparar con la ideología de los países comunistas, donde la persona cuenta mientras pueda trabajar», señala en el libro.
Otro relato significativo recogido por Cernuzio es el de una psicóloga que ha acompañado a cerca de quince monjas contemplativas que habían presentado su renuncia y que sentían ganas de suicidarse. «No mostraban signos de desequilibrio mental o de depresión severa. Las causas estaban relacionadas más bien con el estilo de vida (…) Habían intentado convertirse en la santa monja perfecta renunciando a todo lo que aspiraban», explica la experta en el libro.