(16 de noviembre del 2021. El Venezolano).- Son las 5:45 am. Nos despierta una hermosa ilusión. Llevar a mi hija Valeria al altar. Me invaden sentimientos encontrados. La alegría de escoltar a la novia al sacramento de su alianza y la nostalgia de entender que Valeria, de chinita y niña-quien durmió con sus padres hasta casi su adolescencia-ahora compartirá manta y lecho con quien doy gracias a Dios, ha elegido su gran amor y compañero de vida…
Un ángel de esplendor y almendras…
Valeria de mis hijos es la que trajo a casa una luz muy especial. No es una niña caprichosa. No lo son ninguno de mis hijos. El tema es que [la chinita] tiene el don de reírle a la vida y que la vida le sonría, porque es como una pequeña abeja estrujando miel. Lo hace con intensidad y felicidad a la vez. Si estás tarde o temprano, dispuesto o fatigado, si la complaces o no, Valeria lo acepta con dulzura. Su esencia es su ternura con una mirada que aviva su alma pura. Mi hermana le llama “rosa perfumada” por ir de puerta en puerta con su aroma de jazmín-suave, apacible y bailarina-adornando la vida. A todo le pone nombre. A sus muñecas, lápices o libros. Pero no cualquier apodo…Su ocurrencia es infinita. Su imaginación celestial y su prosa musical. Valeria siempre ganó los concursos de poesía y escritura de su colegio… Aquí quería llegar. Vale, no es la hija que se casa. Es mi principita que deja nuestro planeta, porque la espera otra hermosa madriguera.
Cuando la vi vestida de novia, quedé paralizado. No he visto una novia más hermosa en mi vida. No por tratarse de mi hija. Era un Ángel ataviado de brillo y almendras, con una gracia y desplazamiento que inundaba el ambiente. Embriagado de su belleza, me obligó a fingir que podía acercarme a ella sin templar y sin llorar. ¿Todo bien papi?, pregunta con radiante sonrisa. Me quedé contemplando aquel espíritu celeste en silencio, y sin responder, le abracé y le di la bendición…
-Papá, no puedes llorar en la iglesia, ríe y ve a dios, arriba y al centro, para que no te emociones. -Así lo haré, le contesté con voz quebrada, pero con obediencia. Parecía que fue ayer cuando le sujetaba para pasar de gatear a caminar. Hoy ella me enseña cómo llevarla por la ruta nupcial. En ese andar sentí desaparecer y volar. Vino a mi mente mil imágenes de nuestro planeta, donde aprendió a decir mamá y papá, oírle cantar muy desafinadamente [sin vergüenza alguna], escribir atinadamente o coleccionar mascotas [ y atenderlas, disciplinadamente]. Con Dios de testigo, sentí que era uno de los momentos más sinceros y elevados de mi vida. En segundos sentí una eternidad de gratitud, amor y felicidad a la vez…
Un largo caminar…
Íbamos en el coche rumbo a la iglesia. ¡Nos dicen que “demos vueltas”, porque el novio no ha llegado! ¿Cómo puede un novio llegar tarde a la iglesia pensé? Pero callé. No podía agregar tensión en estos momentos. Al escuchar ‘la novedad’, Valeria ríe una vez más. Lo hace aún estando nerviosa. «-Papá no te preocupes… – ¿Y si decidió no venir? [Risas] ¡Igual lo busco y lo convenzo! […] «Pedro -le dice Valeria al conductor, !prepara el acelerador de este carruaje!. Si estamos en situación de runaway (fuga de novio), ¡se dónde encontrarlo!… Dimos vueltas.
“-Pueden venir ya», nos dicen tras una llamada”. Llegamos a la Iglesia. Seguía conteniendo el listón. De pronto me abruma un silencio ensordecedor. No escuchaba nada, de nada. No recuerdo cómo bajé del coche. Era como llegar a un inmenso templo ataviado de unos inmensos portones. El sacristán-solo en la entrada de la Iglesia cual legionario romano en la entrada de Pompeya-comienza a abrir aquellas majestuosas contrapuertas pausadamente. Mis manos sudaban. Valeria las sujetaba con fuerza. Mi corazón latía como cazador en acecho…
-Recuerda papi, ve hacia arriba y al centro, a la cruz… Se abren aquellos regios portales, entra una luz impresionante, y de pronto el silencio se hace sinfonía. Comienza la marcha nupcial. Veo al fondo-que lucía a kilómetros-la cruz y el sacerdote en el púlpito. Parecían tan altos que llegaban a la cúpula de la iglesia, como elevándose. Me quedé paralizado. Dudé, pensé que no llegaría hasta allá. “-Camina papito, me dice Valeria. Y me ve detenidamente. Es lo único que puedo recordar…una mirada indescriptible, feliz, plena de ilusión y paz…
Sus ojos me decían, por fin padre, estamos aquí, mi sueño de tu brazo, haciéndose realidad. Me doy aliento y una imagen viene a mi mente. Era papá llevando a mis hermanas al altar, con absoluta firmeza. Me dispuse…suavemente. Éramos ella y yo. Como cuando le enseñé a caminar. Hoy me enseñaba ella a mi. Finalmente llegué. Me encuentro cara a cara con el novio. Olvidé el protocolo.
Escrito por: Orlando Viera – Blanco