(03 de noviembre del 2021. El Venezolano).- La universidad ha sido ultrajada como no había ocurrido en casi un siglo. El daño no solo lo representa la nocturna y agazapada irrupción de Nicolás Maduro en las instalaciones de la Universidad Central de Venezuela. Esa subrepticia presencia del dictador, en el alma mater, busca expresar a la nación y al mundo que la barbarie por él representada ha coronado la misión de humillar, pisotear y someter a la civilidad y a la civilización que la universidad encarna desde tiempos remotos.
La presencia de Maduro en la UCV busca reforzar el mito de su invencibilidad. Es un desafío a la conciencia de la sociedad democrática, de la que se mofa haciendo pública su visita en la nocturnidad, como lo hacen casi que todos los que cometen graves delitos.
El ultraje a la universidad comenzó con la llegada de Hugo Chávez al poder y su decisión de totalizar el poder. El comandante sabía que la universidad venezolana constituía una reserva democrática, ética y política a la que había que someter y controlar. Por eso, desde los laboratorios de la cubanización, se desarrolló la estrategia y el discurso demagógico y populista de destruir la academia, con el fin de instalar en la conducción de las universidades a agentes obedientes a la cúpula roja.
La figura del claustro, pilar fundamental de la vida universitaria, fue anulada para igualar un profesor, con un funcionario administrativo, un obrero o un estudiante, cuando bien sabemos que se trata de una institución donde el conocimiento debe privar a la hora de seleccionar su conducción.
El socialismo del siglo XXI se empeñó en convertir a las universidades públicas en agencias del Estado-PSUV desconociendo el pluralismo existente en su seno.
La última decisión de esa naturaleza se ha consumado con el nombramiento, desde la cúpula del poder, de un nuevo rector para la Universidad Simon Bolívar, en abierta confrontación con la comunidad universitaria.
A pesar del uso de todas las herramientas del poder de estado, las universidades autónomas han resistido la embestida populista y autoritaria. Esa hostilidad ha frenado el proceso natural de renovación de sus autoridades con las consiguientes consecuencias que dicha política genera.
Sin embargo, donde el hostigamiento ha alcanzado su mayor daño ha sido en el cerco económico y financiero. Esta política la inició Hugo Chávez y la ha profundizado Nicolás Maduro.
Además del cerco institucional adelantado, la cúpula roja decidió ahogar económicamente a la universidad venezolana. El chavismo deliberadamente decidió privarla de los más elementales recursos para su funcionamiento y para mantener sus equipos e instalaciones. Pero dónde puso su mayor empeño fue en esclavizar a profesores y empleados.
En efecto se decidió, desde Miraflores, privar a los docentes de una remuneración digna para obligarlos a dejar sus plazas. En ese campo han tenido un rotundo éxito. Miles de integrantes del claustro han tenido que abandonar su función docente para tener que ir a otros trabajos con los cuales ganar lo necesario para vivir; la mayoría de ellos, inclusive, fuera del país.
Han sido veinte años de cerco político, legal, institucional y financiero. Veinte años de destrucción de nuestras universidades. De pérdida progresiva de su capital humano. Cuadro agravado con la paralización derivada de la pandemia. Es en este marco que Maduro decidió burlar a la academia presentándose en la Universidad Central de Venezuela para anunciar su intervención con la figura de un “protector”.
Los protectores, en la nomenclatura del Estado-PSUV, representan los comisarios políticos típicos de nuestra triste historia de dictaduras. Se trata de una entidad inexistente en el orden constitucional y legal, con la cual se viene violando la autonomía de las regiones, desconociendo la voluntad democrática de sus pueblos.
Ahora, Maduro la usa para intervenir la universidad y desconocer a sus autoridades.
De modo que la visita nocturna y el anuncio de la “protectora”, con quien piensa adelantar algunas tareas de recuperación de la planta física, no significa para nada un aprecio y una valoración de la importancia de la universidad en el seno de nuestra sociedad. Por el contrario, dicho evento sólo expresa un oscuro y perverso sentimiento de desprecio a la inteligencia y civilidad de la nación.
Frente a tamaña afrenta la reserva de academia existente en el país debe ponerse en marcha, no solo para defender la dignidad e integridad de la universidad, sino fundamentalmente para ofrecer su concurso en la irrenunciable tarea de impulsar el cambio político para rescatar la democracia.
Solo la democracia garantiza el pleno respeto a los derechos humanos, y en consecuencia, el pleno respeto a instituciones que como la universidad, son pilares esenciales de una sociedad moderna.
La lucha está planteada. Es hora de dar un paso al frente por la universidad moderna, autónoma y democrática. Es hora de dar un paso por nuestra Venezuela.