(11 de marzo del 2021. El Venezolano).- “El problema del canalla es que no sabe que la libertad no sirve ni gusta de ser servida sino que busca contagiarse.” Fernando Savater.
En Venezuela estamos llegando a un grado tal de irracionalidad política que estamos paralizados por la creencia de que es preferible no hacer nada porque otros pueden aprovecharse de mis esfuerzos creadores. Es lo que se ha denominado “el quietismo irónico”, al extremo de que las acciones en conjunto se inmovilizan y se inhibe el aprovechamiento de las iniciativas positivas que otros han emprendido. Eso tiene varios nombres: mezquindad política, ceguera incomprensible, egoísmo desmesurado, soberbia despreciable. Por eso, consciente o inconscientemente hemos cometido muchos errores y no hemos sabido o podido aprovechar los errores y delirios de un régimen que sobrevive gracias a la estupidez humana o los intereses desmedidos.
Los dirigentes de esa entelequia llamada “Revolución del siglo XXI” saben que fracasaron, y quienes nos oponemos también lo sabemos, históricamente tienen el espejo de la antigua URSS y su intento de unión de republiquitas soviéticas; a la China con su imposici[on de dos sistemas en una sola nación que constituye la explotación más salvaje del ser humano; a la Cuba cercana que es la viva expresión de la “chulería” internacional que sólo exporta su sistema opresor aprendido y perfeccionado a cuánto pichón de dictador aparece gritando loas a los Castro. En fin, esas utopías que aparecen cada cierto tiempo para enriquecer a los que las encabezan y hundir en la miseria a los que los siguen, en el nombre de Dios y de las rosas o de los claveles si se quiere.
Venezuela es un ejemplo vivo, muy actualizado y lamentable de esos espejismos que los bribones como Chávez, Maduro, Cabello, y etc., pueden hacer con las ideas y con las inmensas riquezas: aprovecharse de ellas ávida y malamente, mientras sobreviven protegidos con las solidaridades automáticas de pendejos nacionales e internacionales que también aparecen periódicamente. El sentido de pertenencia a un grupo exige un mínimo de solidaridad entre quienes lo conforman y lo determina las ideas que enaltecen y las acciones y actitudes que ennoblecen, no los egos que se inflan o caprichos que se encienden.
El sentimiento de libertad va más allá de un grupo, nos involucra a todos los connacionales, por lo que reclama más que solidaridad, amor por lo que se lucha, entusiasmo por lo que se hace, pasión por lo que implica. Por eso la libertad no se negocia, se exige y se defiende hasta lograr el bien común, el respeto y la tolerancia, que son principios fundamentales de la democracia que consagra y preserva los derechos humanos.
La libertad y la responsabilidad son dos caras de una misma moneda. Por eso la historia no absuelve a los irresponsable, ellos son enemigos de la libertad. El clamor por la unidad requiere la atención y es responsabilidad de todos. La libertad espera de los venezolanos y sus aliados democráticos responsabilidad y coraje. Asumamos esos principios y actuemos coherentemente. Que sea la libertad la que nos cohesione.