(11 de Febrero del 2020. El Venezolano).- El olor. Te dicen Sears o ves esta foto y lo primero que viene a tu mente es el olor. A bueno. A algo que has soñado que mereces y algún día alcanzarás. Nada malo puede ocurrir si te rodeas de un mundo así perfumado. Este olor es la pócima mágica que aleja lo feo, lo ruñido, lo que te avergonzaría si alguien lo viera en tu casa o en tu persona. Has ingresado a un mundo chévere, moderno, de colores brillantes, donde nada está desteñido, ajado o escarapelado; un mundo donde tú mismo eres otro, más audaz, más valioso, donde nadie vendrá a llamarte por el odioso sobrenombre ni a decirte que mejor te pongas para allá… Aquí eres el protagonista de una película risueña.
La periodista Mariela Colmenares lo dice así: «Era uno de mis paseos favoritos: era como hacer un viaje relámpago. Tomaba el autobús y me bajaba en el Citibank, allí caminaba por la avenida 5 de Julio para llegar a la tienda por departamentos. Antes del televisor a color, teníamos Sears».
La foto muestra la sede de Sears en Maracaibo, que abrió el 6 de marzo de 1952, en la calle 77 con avenida 20. Ernesto García MacGregor escribió en Influencia estadounidense en Maracaibo, que en el primer momento el público se mostró renuente «a escoger la mercancía por cuenta propia». Tan habituados estaban a que un vendedor los asistiera en sus compras, les indicara los precios y los orientara con respecto a las tallas. «Los comerciantes locales», dice García MacGregor, «no creían que ese tipo de tienda tendría éxito en Maracaibo. Algunos hasta se quejaban del aire acondicionado, acostumbrados a los grandes espacios abiertos». Desde luego, se equivocaban. Sears, la primera tienda por departamentos del Zulia, muy pronto se convirtió en un polo de atracción para consumidores de todo el estado.
—La foto debe estar tomada desde el edificio Montielco (el original, no el centro comercial posterior)— dice el arquitecto Federico Arribas—. Como no estaba construido todavía el Banco de Fomento (donde está la casa, abajo a la izquierda), había visual libre hacia el edificio. A mi padre le encantaba ir a Sears, y siempre se detenía en la parte de las herramientas. Sears tenía su propia marca de herramientas, Craftsman. La tienda tenía un pequeño sótano hacia la Av. 73, y una planta alta donde funcionaban las oficinas.
—Da la impresión —dice el también arquitecto y diseñador gráfico Juan Bravo Sananes— de que la imagen es de principios de los años 60. Esa es la Sears que yo recuerdo, pues el paisaje que la rodea se mantuvo así hasta principios de los 70, cuando comenzó la construcción de edificios alrededor y la degradación del entorno público. No sé si en aquel tiempo el sector genérico donde se emplazaba la tienda era llamado Las Delicias, pero el sector específico era (y todavía es) llamado Paraíso.
«Sears fue la mejor tienda por departamentos de Maracaibo mientras duró y la calidad de la ropa que allí vendían era ensalzada por las madres por su durabilidad y porque después de tres o cinco años de fuete todavía seguía presentable», evoca Bravo.
—Era un espectacular edificio, —dice el bloguero Jesús Mendoza— ultramoderno para su época, con unos 12.000 m² de exhibición, distribuidos en un solo nivel. Contaba con más de 80 metros lineales de área de vitrinas y con todos los departamentos y servicios de la tienda de Bello Monte en Caracas.
Fue diseñado por el reconocido arquitecto Tomás Sanabria, bajo especificaciones precisas de la empresa norteamericana dueña de la franquicia. La entrada principal de Sears era muy parecida a la fachada del aeropuerto de Grano de Oro, que había sido inaugurado en diciembre de 1929. Es evidente que Sanabria postuló una metáfora: al trasponer esta puerta de vidrio con marcos de aluminio, estarás en otro mundo. Y, de paso, rindió homenaje a los diseñadores del viejo y bonito aeropuerto, un brillante equipo compuesto por Luis Eduardo Chataing, Luis Malaussena, Alejandro Chataing y Carlos Raúl Villanueva.
«Maniquíes vestidos a la última moda acompañaban las exhibiciones con productos de temporada, flanqueando el paso hacia una enorme área de exhibición. Mesones desplegados a lo largo de la vía central de granito pulido, delimitada por grandes extensiones alfombradas, eran seguidos por percheros y anaqueles en los departamentos de cosméticos, perfumería, calzado, electrodomésticos, línea blanca, lencería, ropa para damas, caballeros y niños, ferretería, automóvil, jardinería y juguetes, entre otros. Era el primer mundo al alcance de la mano».
El edificio tenía tres entradas. «La principal», explica Juan Bravo, «que daba directamente hacia 5 de Julio y estaba señalada por un triple portal, que se aprecia al centro de la foto (por esa entrada quedó por mucho tiempo el departamento de sonido, TV y discos). La segunda entrada no se ve en la foto y daba hacia el estacionamiento que en la imagen tapa el edificio de la tienda. La tercera quedaba a la izquierda de la foto, unos metros más allá del árbol, y era la más interesante porque se trataba de unas escaleras (que en mi infancia me parecían majestuosas) y que daban hacia una vereda arbolada y generosa con vendedores de chucherías. Esa entrada, una vez que se dio la conversión a rancho, que sufrió cada inmueble expropiado por el chavismo, fue tapiada y arrasadas sus escaleras. La vereda quedó convertida en otro sitio derrelicto más de la ciudad».
Sears, que había comenzado en 1888 como venta de relojes y joyas por catálogo, y que abrió su primera tienda en Chicago, en febrero de 1925, duró 31 años en Maracaibo. «Había de todo», dice la galerista Milagros Nava, «muebles, cosas del hogar y hasta patrones para hacerte tu propia ropa. Siempre súper limpia, pulidos los pisos. Productos de primera. Y había crédito. Bastaba subir las escaleras para llegar a las oficinas administrativas y obtener financiamiento».
—Sears fue el paraíso de mi juventud —dice la periodista e historiadora Marlene Nava— porque en el departamento de cosméticos solían dictar cursos de maquillaje y pedían voluntarias del público para probar los nuevos productos. Por supuesto, ahí estaba yo en primera fila. Llegué a tener el calendario de los cursos de todo un año, de manera que no me perdía ninguno. Amaba que me maquillaran expertos. Recuerdo de manera particular una ocasión en la que estaban promoviendo un maquillaje para los ojos (específicamente unas sombras con matices dorados y bronces, combinados con verdes de diferente gradación). Cuando me maquillaron con ellos me sentí más bella que Susana Duijm, recién estrenada de Miss Mundo. Salí feliz, como nunca en otro instante de mi vida., De paso, me regalaban muestras que atesoraba con deleite y aplicaba a diario hasta para ir al colegio.
En 1983, cuando se produjo la primera caída del bolívar, Sears Roebuck &Co. decidió retirarse del mercado venezolano y poner en venta sus activos, que fueron comprados por el Grupo Cisneros. En el paquete no estaba el nombre Sears, de manera que al cambiar de manos también hubo que ponerle otro nombre. Se llamó Maxy’s. Después fue un supermercado de la cadena CADA y al ser expropiado por el régimen chavista pasó a ser un Abasto Bicentenario. Hoy es pasto de la destrucción. Se nota de lejos. Por el olor.