(08 de enero del 2020. El Venezolano).- Este 8 de enero de 2020 cumple 81 años. Por supuesto, se ve mucho más joven. Defiende «la cirugía estética que no te convierte en otra persona»; el misterio: «No hay que mostrarle al mundo todo lo que piensas ni lo que desayunas»; la sobriedad: «Fui criada con gran disciplina y me decían que mostrar ciertas emociones muy privadas en público no era lo correcto». Y jamás niega que lo suyo es el negocio, pero, claro, el mejor de los negocios: «No estoy en el negocio de la moda, estoy en el negocio de la belleza».
Por Milagros Socorro / lagranaldea.com
Es raro, en estos tiempos de corrección política, neutralidad y pavor a las hordas de las redes sociales, que una persona muy famosa dé buenas entrevistas. Por lo general, este tipo de entrevistados exige que las preguntas no se desmanden, que se mantengan apegadas a lo que a ellos les interesa divulgar, y que no se aborde ningún asunto polémico. El resultado es un puré de chayota, sobre el que el lector pasa bostezante. Pero eso no es lo que ocurre con las entrevistas de Carolina Herrera, nacida en Caracas, el 8 de enero de 1939, con el nombre de María Carolina Josefina Pacanins Niño. Todo lo contrario. Casi no hay entrevista con la “señora H”, como la llaman en su oficina, en la que no suelte algún comentario de memorable ingenio, cuando no de valiente crítica a algo que se tiene por normal. Hace un par de meses dijo que las influentes «no tienen estilo. Ellas se ponen lo que les den». Así, sin énfasis y con su acento caraqueño de clase alta.
Desde luego, Carolina Herrera no hubiera levantado un imperio comercial de más 50 tiendas propias, que desde 2008 exporta a todo el mundo, con líneas de distribución en 280 centros comerciales, en 104 países, ni sería referencia planetaria de creatividad, si no fuera una persona de inteligencia excepcional y absoluta autonomía de criterio, indispensable para aportar algo en un mundo dominado por gigantes, como es el ámbito de la moda. Pero, incluso con este hecho en mente, no deja de sorprender la agudeza de sus observaciones y el aplomo con el que opina de asuntos muy variados.
En febrero de 2018, recibió a la prensa para comentar su retiro como directora creativa de su propia marca (que ya antes había vendido y en cuyo frente creador se había quedado). Cerraba entonces una etapa de 37 años, comenzada en 1981, cuando fundó su casa de modas. Muy lejos de mostrarse nostálgica por lo que estaba dejando atrás, dio un chasquido con su lengua para afear la conducta de figuras del espectáculo que la han dado en aparecer medio encueras (en realidad, más que medio) en galas de alfombra roja. «Lo peor de la moda ahora», fustigó, «son las mujeres que salen casi desnudas. Después de Eva, estar desnuda no le sienta bien a nadie». El comentario es delicioso, no sólo porque le quita la hoja de parra a la audacia de Jennifer López y Beyoncé, a quienes deja como meras muchachitas sin enigma, sino que alude al vestuario de Eva como iniciativa fundacional de la moda.
Carolina Herrera nació en el acomodado hogar de María Cristina Niño Passios, de quien la leyenda tejida alrededor de la diseñadora afirma que era escritora (pero cuya obra, si es que existe, la poderosa hija no ha movido un dedo para editar) y Guillermo Pacanins Acevedo, quien fuera gobernador de Caracas, entre 1950 y 1958, esto es, puesto por Pérez Jiménez. Ella misma suele contar que, cuando tenía 13 años, su abuela, María Cristina Passios López de Niño Sánchez, le presentó ni más ni menos que a Balenciaga, quien estaba de paso en Caracas. Esta señora, Passios de Niño, era hija de la valenciana Froilina López Meleán, (bisabuela de Carolina), quien era hija del general Hermógenes López Lugo, 22º presidente de Venezuela.
Se necesitaron, pues, varias generaciones de mujeres venezolanas envueltas en organzas y brocados, acostumbradas a moverse en un rumor de la sedas, a dejar estelas de jazmín a su paso y a llevarse la mano a la garganta para sentir las perlas entibiadas por su sangre criolla, para producir… una diseñadora estadounidense. «Soy una diseñadora estadounidense», afirmó en una de esas entrevistas que concede para decir lo que piensa (parte de lo que piensa). «Me encanta Caracas, me encanta Venezuela, pero qué le voy a hacer, siempre he trabajado aquí. Soy una diseñadora estadounidense». Ha podido ponerse en plan exótico y presentarse como la venganza de María Eugenia Alonso (protagonista de Ifigenia, de Teresa de la Parra). Pero Carolina Herrera es un nombre conocido en todo el orbe no sólo porque ella es una creadora portentosa y porque supo conectar con la fantasía que las élites económicas de finales del siglo XX tenían de sí mismas; sino porque hizo su carrera en un país donde se premia el éxito y donde hay el personal especializado y la clientela adinerada para asegurar el surgimiento y continuidad de una casa de alta costura como la de CH. Si se hubiera quedado en Caracas, se habría pasado la vida pidiendo perdón por su origen privilegiado, jurando que su éxito era suyo (y no del bisabuelo presidente o de su marido), y hubiera terminado cerrando en 1999… para luego montar una boutique de ropa de firma para enchufados.
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