(02 de agosto del 2024. El Venezolano).- El ex-presidente Nicolás Maduro tenía tres opciones frente a la evidente posibilidad de una derrota electoral: la primera, dar un golpe de estado antes de la elección. La segunda, desconocer el resultado de las elecciones, inventarse un resultado a su gusto y establecer una dictadura militar no de forma sino de hecho, como efectivamente sucedió. La tercera opción habría sido reconocer el resultado, negociar con la oposición su supervivencia política y luego convertirse en líder opositor al gobierno de Edmundo González.
Por Fernando Mires
Quienes tendemos a pensar de modo racional, no descartábamos la tercera posibilidad. Después de todo, nos decíamos, el PSUV seguiría siendo el partido mayoritario del país. En ese caso Maduro habría emulado el ejemplo de su colega Daniel Ortega cuando, aceptando el triunfo de Violeta Chamorro el año 1990, pasó a la oposición y solo mucho después, recuperado el gobierno para “el sandinismo”, decidió junto con su esposa restaurar el somocismo y erigirse así en el nuevo dictador perpetuo de Nicaragua. Pero Maduro ni siquiera siguió ese ejemplo.
Maduro y su combo decidieron saltarse todas las normas, aún las más elementales, eligiendo la vía anticonstitucional para cometer el fraude electoral más monstruoso de la historia política latinoamericana. De hecho, al ser avalado por el general Padrino, el fraude no solo fue un fraude: fue, definitivamente, un autogolpe de estado. En virtud de ese golpe post-electoral, Maduro ha decidido cruzar todas las líneas rojas que separan a un gobierno autoritario de una dictadura militar.
2. El dictador, no el presidente Maduro –así hay que nombrarlo hasta que dé a conocer el resultado verificado de las elecciones del 28 J- ha consumado el proceso de descomposición histórica del chavismo.
El chavismo de Chávez realizó un gobierno político y solo en segundo lugar militar. Bajo Maduro devino en un gobierno militar y solo en segundo lugar, político. Léanse por ejemplo las declaraciones que cada cierto tiempo emite el general Padrino López: son abiertas proclamas destinadas a dictar el rumbo de la política nacional. Eso significa literalmente que, bajo Maduro, ha tenido lugar el traspaso del mando político al estamento militar. Sin Padrino, Maduro es nadie. El estado venezolano se encuentra a merced de los generales, no de los políticos. O dicho así: si durante Chávez el poder militar estaba subordinado al poder político, durante Maduro el poder político ha sido subordinado al poder militar.
Después de las elecciones del 28-J entramos definitivamente a la instauración de una clásica dictadura militar, una de esas que ya casi no quedan en el mundo, una al estilo de las de Somoza, de Trujillo, de Videla, de Pinochet. Una que solo puede ser comparada con la del tirano Lukaschenko en Bielorrusia, al igual que Maduro, un ladrón de votos. La diferencia es que la dictadura de Lukaschenko roba votos contando con la protección de la dictadura rusa de Putin. La de Maduro-Padrino en cambio, ha surgido en un marco geoestratégico donde, con las excepciones de Cuba y Nicaragua, los gobiernos latinoamericanos, sean de izquierda o de derecha, han ido adoptado de modo progresivo las normas derivadas de la democracia constitucional (a las que otros llaman liberal)
Los números del mega fraude hablan por sí solos. El día 30, después de haber tenido acceso a actas rescatadas por el comando electoral opositor, González habría recibido 7.0 86.966votos (67% de la votación nacional) y Maduro 3.206.164 votos (30% de la votación nacional) Para proclamarse vencedor como lo hizo, Maduro debería haber contado en las actas desaparecidas con un porcentaje de más del 80 % de los votos, algo absolutamente imposible. Sin embargo, sin esas actas en la mano, inventó como resultado nada menos que un 51,2% de la votación nacional en contra de un 42,1% adjudicado a González. ¿De dónde salió esa cifra? preguntó, traicionado por un rapto de asombro, el muy izquierdista ministro del exterior brasileño Celso Amorin. Todavía no obtiene respuesta.
Parte de la respuesta la dieron los testigos del candidato Enrique Márquez. Esos votos no salieron de la sala de totalización sino de la oficina privada del presidente de la CNE Elvis Amoroso. Más claro no podía ser. El resultado fue un número inventado por Maduro y su grupo, no se sabe si histerizado ante la evidencia de la derrota o como resultado de una (muy mala) planificación del fraude. A favor de la primera posibilidad habla el hecho de la precariedad demostrada en la implementación del robo donde no solo dejaron indicios sino huellas repartidas por todas partes. A favor de la segunda posibilidad, habla el hecho de que, apenas comenzando los primeros escrutinios, el mercenario español Juan Carlos Monedero presentaba como votos de boca los resultados de la encuesta de la agencia chavista de Oscar Schemel. Un resultado que “curiosamente” coincidió con el porcentaje que se hizo regalar Maduro sin consultar las actas de votación mesa por mesa. Probablemente las dos posibilidades, la del miedo y la de la mala planificación, son ciertas. Lo que planeaban esos malhechores lo hacían con la conciencia sucia.
Maduro sabía que, después de su crimen electoral, iba a haber protestas. Al escribir estas palabras, la sangre con la que amenazó ha comenzado a correr por las calles venezolanas. Padrino López habla de un supuesto golpe militar sin militares y Maduro de una extrema derecha “mileísta” que habita en los barrios pobres de las ciudades. Hay una orden de arresto en contra de María Corina Machado. El país ya ha sido ocupado por las tropas del general golpista Padrino López. En fin, estado de sitio en las calles; pinochetismo duro y puro en el poder
3. Para consumar el mega fraude, Maduro y su grupo debieron suprimir no solo la Constitución sino también a todo tipo de comunicación política con la nación. Con ello ha terminado por destruir al propio chavismo político al que mal que mal pertenecía su mito fundacional. El chavismo de hoy, digamos más claro, ya no es el de Chávez. Después de la muerte biológica del máximo líder, Maduro ha sustituido al chavismo político por un chavismo puramente militar.
Probablemente Maduro deseaba liberarse del peso político de su predecesor con el cual, desventajosamente, era siempre comparado. El fraude habría sido, si lo miramos desde un punto de vista freudiano, un parricidio. Una rebelión inconsciente del hijo castrado en contra del padre castrador. Por supuesto, Maduro sería el primero en negar su crimen. No importa. Ningún criminal dice de sí mismo yo soy un criminal.
No nos engañemos. Maduro y Padrino han llevado a cabo un golpe de estado en contra de un pueblo que no los eligió. Por eso Maduro, y esa es la diferencia con Chávez, se ha vuelto abiertamente en contra de ese pueblo. No nos referimos al pueblo étnico ni al pueblo demográfico, ni mucho menos al pueblo cultural, sino al pueblo en su acepción moderna: al pueblo político. Pues bien, aunque parezca tautología decirlo, un pueblo es político solo cuando puede elegir a sus representantes políticos. Privado de esa atribución deja de ser un pueblo político para transformarse en simple población. Ahora bien, ese pueblo-población y no el pueblo político es el que más conviene a Maduro
Después del horroroso crimen político cometido por Maduro y los suyos en contra de su propia nación, no pocos se preguntarán: ¿Cómo puede vivir esa gente, ¿Cómo pueden dormir? ¿Cómo arrastran esa culpa inmensa? ¿Cómo pueden mirarse en el espejo sin sentir repulsión? ¿De qué mierda están hechos? Todas esas legítimas preguntas parten, sin embargo, de una premisa que en este caso podría no ser correcta: la de suponer que Maduro y los suyos coparticipan de una comunidad de valores equivalentes a los de las sociedades occidentales modernas. Eso querría decir que las preguntas formuladas pasan por alto la posibilidad de que, a través del ejercicio continuado del poder, puedan formarse grupos –o mafias, o castas, o bandas- que actúan de acuerdo a una lógica derivada de su propia autoconservación.
Probablemente Maduro y los suyos creen de verdad que hablan en nombre de un pueblo que, independientemente de que si vota o no, solo puede estar representado por ellos. Eso quiere decir que, al haberse apropiado del estado, Maduro y su grupo creen efectivamente ser propietarios de la nación y por ende, representantes del «verdadero pueblo». En otras palabras, creen que al representar lo que en su subjetividad imaginan es la voluntad general, ellos mismos son el pueblo. De ahí que cada opositor a sus personas debe ser considerado como un enemigo del pueblo. No importan que esos opositores –como hoy es el caso– conformen una abrumadora mayoría nacional. Desde el punto de vista madurista no son más que una masa engañada a la que ellos tienen que enmendar pues ellos, y nadie más que ellos, encarnan el verdadero espíritu del pueblo.
¿De dónde viene esa locura? No del poder, sino de la des-limitación de un poder que, cuando es absoluto, corrompe absolutamente (para decirlo con Lord Acton). Maduro, Cabello, los Rodríguez, Saab, Padrino, viven en su propio micro-mundo venezolano como ayer Hitler, Goebels, Göring, Hess, Himmler vivían en su propio micro-mundo alemán. Micro-mundos autoreferentes donde son creados códigos y valores distintos e independientes a los que predominan en el mundo exterior y cuya máxima superior es la conservación del poder sea como sea. Solo así nos explicamos por qué seres tan mediocres, tan vulgares, tan groseros, pero todos criados bajo el alero de Chávez, han llegado a imaginar que ellos son los depositarios de un destino manifiesto que rige más allá de la Constitución y las leyes, un destino que los faculta a cometer toda case de crímenes, entre ellos, robar los votos del pueblo en nombre del pueblo.
Venezuela se encuentra sometida a los dictámenes de un grupo de degenerados políticos. Es por esa razón que el tema venezolano trasciende lejos a Venezuela. Los representantes legítimos de las naciones democráticas, sean de izquierda o de derecha, así lo han entendido. Revelar y condenar el mega fraude y a su corolario, el autogolpe militar perpetrado por Maduro y Padrino, significa trazar una línea de demarcación al interior de sus propios países.