(26 de julio de 2019. El Venezolano).- Imbuido en la inmediatez y absorto en las rutinas, el ser humano del siglo XXI ha construido una cápsula tecnológica que lo hiperconecta y aísla de forma simultánea mientras repite rutinas que loinsensibilizan y disminuyen su capacidad de asombro y observación. En este contexto, la ciudad puede pasar inadvertida dentro de la vida cotidiana a pesar de su presencia extendida en las prácticas urbanas y su influencia implícita. En muchas ciudades el contacto con el espacio se ve interrumpido, las relaciones sociales quebrantadas y las conductas solapadas por la monotonía que desdibuja el paisaje urbano y lo vuelve imperceptible, opacado y obnubilado. En estos escenarios el arte urbano irrumpe con fuerza, al punto de convertirse en puente comunicante entre el artista y los ciudadanos.
Desde el arte urbano, la ciudad es asumida como nicho de la diversidad cultural propia de las fuerzas globalizantes y localizantes, fragmentarias e integradoras —en las que bullen los conceptos de glocalización y fragmegración—[1] y, en consecuencia, genera dinámicas sociales e identidades compartidas que inciden en los modos de socialización e interacción entre las personas y entre éstas y el espacio público. El arte urbano funciona como punto de encuentro y llamado de atención, contenedor y generador de propuestas que modifican el espacio logrando relevancia y alcance. Calles y avenidas devienen en lienzos de gran formato que, a su vez, pueden entenderse como medios de comunicación visual. En ambos casos, los lazos entre lo urbano y lo comunicacional se estrechan, pues “estamos ante unos procesos urbanos que tienen cada vez más de procesos de comunicación”.[2] En palabras de Marta Rizo “quizás sea imposible comprender los fenómenos urbanos contemporáneos sin acudir a indagaciones que pongan en juego distintos aspectos de lo comunicacional”.[3]
La triangulación comunicación-arte-sociedad sostiene algunas prácticas culturales vinculadas con la cotidianidad que, en el caso del arte urbano, se focalizan en la triada artista-obra-comunidad facilitando el acercamiento con el contexto, posibilitando la proyección de las intenciones del artista y la recepción del espectador. Surge así una experiencia que alberga y produce múltiples interpretaciones, una construcción colectiva y en gerundio, inacabada y en constante proceso de resignificación, ya que como expresa Adorno, “El arte al irse transformando, empuja su propio concepto hacia contenidos que no tenía”.[4]
El arte urbano reta el espacio y confronta los límites, desafiando la mirada indiferente que arropa la cotidianidad. Incluye propuestas que recorren la urbe a través de la apropiación y la intervención de lugares públicos que sirven de soporte a una obra que deja de ser individual y se convierte en colectiva. Este entramado impacta la cotidianidad y no es exagerado decir que también influye en la vida social, pues como afirma Ágnes Heller, “La existencia humana implica necesariamente la existencia de la vida cotidiana. No hay como desunir existencia y cotidianidad, ni como vivir totalmente inmerso en la no cotidianidad. Lo cotidiano —o mundo de la vida— es el conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los individuos sociales particulares, que crean posibilidad para la vida social”.[5]
Las exploraciones suscitadas a partir del arte urbano atañen no solamente al artista sino también a los espectadores; cada transeúnte, cada ciudadano, cada conductor se convierte en un receptor interpelado dentro de su propia dinámica. El arte urbano trasciende las estructuras convencionales, indaga, examina y reinventa, logran llegar a más personas, por lo que resulta una opción atractiva y una ruta alterna a los espacios expositivos tradicionales, tal y como señala Elena García Gayo: [6]
Si algo es constante entre los siglos XX y XXI es la búsqueda de nuevos espacios para la expresión artística y ese es el motivo por el que cada vez más artistas salen de los museos y buscan nuevas formas y fórmulas de exposición. La calle es el ámbito social donde existe una clara necesidad por significar espacios que son cada vez más impersonales y parece el entorno idóneo para crear obstáculos visuales con propuestas artísticas atractivas. El Arte Urbano es un medio útil para vincular socialmente a las personas con el territorio, porque lo interiorizan y “se hacen a sí mismas mediante las propias acciones en un contexto sociocultural e histórico”.[7]
En consonancia, el arte urbano puede ser entendido a partir de sus posibilidades expresivas, sin desestimar su irrupción en el espacio público y las subsiguientes relecturas de la ciudad en la que habita —o por la que se desplaza eventualmente— y la cotidianidad que le es inherente: “La vida cotidiana es la vida de todo hombre. Todos la viven, sin ninguna excepción, cualquiera que sea su puesto en la división del trabajo intelectual y físico. Nadie consigue identificarse con su actividad humano-general al punto de poder desconectarse completamente de la cotidianidad”.[8]
El artista urbano proyecta un recorrido expositivo-receptivo en el espacio público, en el cual coexisten procesos políticos, económicos y culturales, así como relaciones sociales. Es un ámbito complejo y privilegiado de acción-reflexión en el que se insertan propuestas creativas de gran alcance y visibilidad que introducen la experiencia “trazada por la subjetividad del individuo que la vive”.[9]
En su diálogo con el espacio, el arte urbano puede mostrar énfasis y silencios, orden y caos, transgresión y subordinación, armonía y disonancia, en fin un compendio de expresiones dicotómicas y contradictorias, diversas y polisémicas. Un aspecto singularmente relevante es que su presencia en el espacio público lo constituye en sí mismo en un llamado de atención —no en términos morales sino, más bien, desde la posibilidad de mostrarse y ser visto— como una condición consustancial y constitutiva, de aquí que la conceptualización del arte resulta desafiante y necesaria. Wladislaw Tatarkiewicz ha compilado una serie de posturas que perfilan algunas ideas del arte con miras a su comprensión:
El eslogan “El arte ha muerto” (L´art est mort) significa sobre todo la muerte del arte realizado con destreza. El arte puede ser practicado por cualquiera según le parezca. “El Arte está en la calle”, cualquier persona puede ser poeta, como solía decir Lautréamont. O como Hans Arp diría más tarde: “Todo es arte”. O como escribe el escritor polaco M. Porebski ( Ikonosfera, 1972), “Una obra de arte es cualquier cosa capaz de llamar la atención sobre sí misma”.[10]
Estas reflexiones sobre el arte —de modo general— esbozan un recorrido que permite detenernos en el arte urbano —de modo particular— a partir de la obra de un artista que ha explorado diversos formatos con la clara e insistente tarea de acercar su propuesta a las personas. El trabajo de Rafael Montilla[11] (Caracas, 1957) se ha expuesto en ferias, museos y galerías de España, Venezuela, Canadá y Estados Unidos (Miami, Las Vegas, Nueva York) y, sin embargo, su aspiración fundamental se asocia, irrenunciablemente, al arte urbano; por eso ha tenido el atrevimiento de tomar la ciudad como soporte con la intención de estimular la contemplación y la observación, a fin de romper la rutina y la monotonía visual presentando piezas geométricas que van tejiéndose entre sí, camuflándose con el paisaje urbano, al tiempo que insinúan nuevos ritmos que inspiran, estimulan y sorprenden. La calle es, además, su vía de comunicación directa con el espectador, por eso ha afirmado que “La calle es mi galería. Las calles son mis redes sociales”. Con su propuesta Kubos in Action recorre la geografía urbana apropiándose de espacios públicos que utiliza como base de una obra que muta de lo individual a lo colectivo. Por otro lado, en The Big Bang utiliza las figuras geométricas para interpretar el origen del universo.
Montilla indaga desde la geometría y el color las distintas personalidades que llegan a converger en una misma persona, por eso en su búsqueda confluyen el arte y la espiritualidad, asumidos como dos caras de una misma moneda. En cada uno de sus proyectos hay una clara intención: “aportar más claridad a la conversación pública sobre lo que está sucediendo en el mundo”.
Su trabajo alerta sobre las condiciones impuestas por un sistema que desatiende lo esencial: “Estaríamos mejor, si tan sólo una parte de la humanidad empezara a enfocarse más en nuestra dimensión interna”, subraya este artista que de manera espontánea se convierte en inspiración para conductores presurosos y caminantes desprevenidos, personas ancladas a miedos, a patrones implantados y capas de culpa y rechazo, temas medulares en la obra de Montilla.
Entre sus referentes se encuentran creadores como Wassily Kandinsky, Piet Mondrian, Emma Kunz, Franck Stella, Jean-Michel Basquiat o Rolando Peña “El Príncipe Negro”. Sus propuestas se aproximan a la cotidianidad y exploran el equilibrio, la depuración y la simplificación vistos como procesos internos y externos. Su obra se esparce por la ciudad trazando una cartografía de coordenadas dinámicas, estableciendo un diálogo con el espacio que estimula la observación activa a partir de la firme de convicción de hacer de la calle un área expositiva de dimensiones inconmensurables, generosa en posibilidades y desbordada en alcance. Instalaciones que irrumpen el adormecimiento de los sentidos e incorporan nuevas sensibilidades, condensadas en figuras que van conformando un cuerpo de trabajo en el que el artista fija su impronta y asienta su huella como extensión de su propia identida; los Kubos in Action son la marca reconocible que Montilla fija en diversos lugares públicos. Desde su visión, autoría y propuesta se funden, por lo que sostiene: “La obra, en sí misma, es mi propia firma”. Obra y artista fusionados en una identidad.
La inquietud y motivación inicial de este creador se multiplican en la apropiación inusitada de que quienes miran la sutil interacción entre geografía y geometría, desprendida de una obra en la que acertadamente se adopta el cubo como cuerpo sólido y congruente, características extrapolables a la experimentación visual a través de formas, líneas y movimientos, donde lo lúdico y lo rígido parecen platicar argumentadamente, sin negar los puntos de encuentro entre el sistema y la unidad, las coincidencias entre lo macro y lo particular, aquello que se repite y lo que muta a la singularidad.
El trabajo de Montilla explora, en medio de la vida diaria, el tránsito, las tensiones y acercamientos entre lo público y lo privado, y consigue provocar y estimular reflexiones, así como ocupar y habitar espacios colectivos que reconfiguran el lenguaje de la ciudad. Su obra establece una relación entre el emisor-obra mediante un vínculo social-receptivo centrado en la enunciación-proposición decantada en la expresión creativa, de modo que su experimentación con la cotidianidad articula ejes que permiten pensar el espacio, la vida urbana y el hecho artístico desde su dimensión sociocultural y comunicacional.
Por Johanna Pérez Daza | Revista Discurso Visual