(11 de abril del 2023. El Venezolano).- El político más político con el que cuenta la oposición es sin duda Manuel Rosales. Es un hueso duro de roer. Con mucho menos de la mitad de lo que el chavismo -y unos cuantos opositores- le descargó, tras haber sido candidato contra El Eterno en 2006, cualquier otro sería polvo cósmico. Ha sufrido injurias, cárcel, destierro, ataques de todo tipo y ahí sigue, en el juego. Es de los muy contados (creo que son dos) interlocutores de la oposición a quienes el chavismo reconoce. Su última hazaña, haber conquistado de nuevo la Gobernación del Zulia, con más de medio millón de sufragios.
A mi juicio, si alguien está capacitado para confrontar al chavismo es precisamente Manuel Rosales. Asimismo, es el que tiene el tratamiento adecuado, para esos opositores que son tan puros, tan opuestos a cualquier fórmula que han terminado por oponerse a sí mismos: No insulta ni habla mal de otro opositor. Nunca he visto unas declaraciones de Rosales disparando contra alguien que está en su misma trinchera, reseñó La Gran Aldea.
Los políticos de oficio deben ser éticos y pragmáticos al mismo tiempo. Para ello deben tener un sentido del equilibrio extraordinariamente afinado. Nada más inútil que un político que haga de los principios éticos la única guía de su conducta. Es un indignado contra todo y contra todos que termina confrontando a tirios y troyanos, y, por supuesto, derrotado. Catón El Censor tenía esa fama y era para sus coetáneos un auténtico incordio. Cuando confrontó, con razón, a Escipión el Africano, perdió la pelea porque pocos lo apoyaban.
Por supuesto que tampoco sirve de nada a una causa política un ser absolutamente pragmático, incapaz de cumplir su palabra o con los compromisos con sus colegas y partidarios. De esos tenemos muchos, pero son estrellas fugaces, se queman con la fricción que produce en una atmósfera tan densa como la de la política. Terminan siendo el típico saltimbanqui que pasa de un partido a otro, de una oportunidad a otra y sirve bien a propósitos ajenos. ¿Alguien sabe qué fue de la vida de aquel dirigente universitario opositor que no aguantó dos pedidas y saltó la talanquera?
“Ojalá esté dispuesto a usar su peso y auctoritas dentro del campo opositor (…) ser un factor que coadyuve en la conformación del gran consenso nacional que Venezuela requiere para derrotar a Maduro y su régimen”
Ese punto de equilibrio entre principios éticos y pragmatismo no está predeterminado. Me explico. En un ambiente político como el finlandés, donde se enfrentan organizaciones políticas y líderes democráticos con diversas visiones, el punto de equilibrio de aquel cuando la lucha es contra regímenes autoritarios. Si es contra uno como el chavismo, que es un “catch as catch can”, ese punto de equilibrio debe estar más cercano al extremo pragmático. Una aplicación del viejo dicho venezolano, “Pa’ bachaco, chivo”.
Manuel Rosales no escapa a esa lógica. Lo cierto es que, en función de la situación que se viva, la combinación es necesaria. Rómulo Betancourt, el gran piache de la democracia, era un político principista, pero nadie duda de que, cuando era necesario, podía ser un gran pragmático. No tuvo empacho en llevarse por delante la voluntad de la mayoría de la militancia adeca al imponer la candidatura de Gonzalo Barrios, sobre la de Prieto Figueroa, ganador de las primarias en 1968. Prefirió dividir a AD a aceptar una decisión soberana. Eso es ir contra los principios. Asimismo, tampoco dudó en ordenar a los cuerpos de seguridad del Estado que dispararan primero y averiguaran después, cuando enfrentó a la guerrilla armada en los sesenta.
La pregunta que me movió a escribir esta nota y que probablemente se hacen muchos venezolanos es: ¿Por qué Manuel Rosales, con tantas fortalezas (cuenta además con el partido más grande de la oposición según la última medición electoral), no ha lanzado abiertamente su candidatura si era uno de los precandidatos naturales? Entre los periodistas, desde hace un tiempo, se murmura que no está bien de salud. Fuentes políticas cercanas a Rosales lo niegan y expresan que está esperando el mejor momento.
Ojalá así sea. Un activo opositor como él no debería estar ausente en momentos pico como el que se aproxima. Su último tweet deja pocas dudas acerca de cuál es su voluntad: “Si UNT decide presentar un candidato para las primarias, en su momento se conocerá su nombre. De lo contrario, apoyaremos al candidato que resulte ganador en los comicios”.
Un político que quiere ser candidato presidencial no declara eso. Quien quiera ser candidato presidencial tiene que tener muchas ganas de serlo. Y aquí es donde viene al caso lo del “Síndrome Petkoff”. La última vez que a Teodoro le ofrecieron ser candidato, no aceptó. Rechazó tal posibilidad de manera tajante y contundente, como era su estilo. Repreguntado, sobre si había renunciado a su deseo de ser presidente, contestó: “No, yo sí quiero ser presidente, lo que yo no quiero ser es candidato”.
Ser candidato presidencial de la oposición, además, requiere una gran energía, una fuerza física hercúlea, una valentía enorme y una voluntad de titán. Es un esfuerzo sobrehumano, hay que tener muchos ganas de serlo y una dosis de megalomanía que mataría a un elefante. Quizás Rosales, como Teresa Batista, el personaje de Jorge Amado, o como el pueblo venezolano, ya está cansado de tanta guerra. Y Rosales está en un momento en el que puede bajarse del tigre en el que lleva años montado.
De ser esa su decisión, hay una muy buena manera de hacerlo. Ojalá esté dispuesto a usar su peso y auctoritas dentro del campo opositor para cooperar en un esfuerzo asimismo importante, paralelo al electoral: ser un factor que coadyuve en la conformación del gran consenso nacional que Venezuela requiere para derrotar a Maduro y su régimen.