(17 de junio del 2019. El Venezolano).- Para terminar de convencer a los descreídos, la fotografía del jueves de los candidatos de la fórmula Fernández² con los gremios que la apoyan hizo caer las caretas detrás de las cuales se escondían las motivaciones de las huelgas docentes en la Provincia de Buenos Aires, las marchas de los bancarios, las permanentes medidas de fuerza que paralizan los aeropuertos de todo el país, las acciones destituyentes de las dos CTA y, sobre todo, la habitual extorsión de Camioneros al Gobierno y a las empresas.
Porque, más allá de las reales penurias que están sufriendo los asalariados, todas ellas, ahora, tienen nombre y apellido: Cristina Elisabet Fernández. O sea, no se hacen para defender a los trabajadores sino que tienen una clara intencionalidad política: atacar al Gobierno y fomentar el caos y, por supuesto, mantener en libertad a la líder del binomio electoral, a sus hijos y a los miembros de la familia Moyano.
A mi modo de ver, en coincidencia con varios analistas, la elección de Miguel Ángel Pichetto fue una positiva sorpresa, tanto para los mercados internacionales cuanto para el peronismo en su conjunto. Resulta obvio que las apuestas internacionales han reconocido la enorme cuota de gobernabilidad que el jefe del bloque justicialista en el Senado aportará a un segundo mandato de Mauricio Macri, y lo han demostrado con la tranquilidad en la cotización de nuestro pobre moneda nacional y con la brusca caída en el riesgo país, en su evolución diaria, anual y quinquenal.
Si bien es cierto que los mercados no votan, no lo es menos que la suerte del Gobierno en las urnas dependerá, en gran medida, del comportamiento de la economía que aquí tiene la conducta del electrocardiograma de un infartado. Y allí es donde adquieren una importancia fundamental porque, si apostaran en contra de la reelección de Mauricio Macri, ese habitual infarto obligaría, entre agosto y octubre, a vivir en terapia intensiva.
También fue recibido el anuncio de la fórmula oficialista con optimismo en todo el amplio espectro de líderes que lo apoyan irrestrictamente: Donald Trump, Christine Lagarde, Felipe González, Jair Bolsonaro, Iván Duque Márquez y Sebastián Piñera -cada uno a su modo- lo expresaron así. No fue casual que, cuando la Argentina necesitó la conformidad del FMI para disponer de las reservas aportadas por el organismo para la eventual defensa de la cotización del peso ante un ataque masivo, el Senador teóricamente opositor se encontrara en Washington.
Por su parte, Fernández² intenta, infructuosamente, tratar de convencer al mundo que, si volviera al poder, todo será distinto esta vez; ya que respetará los tratados internacionales, pagará la deuda externa, garantizará la libertad y la democracia, etc., y no convertirá a nuestro país en un nuevo enclave ruso-cubano en América del Sur, como sucede ya innegablemente en la triste y ensangrentada Venezuela.
Y digo que no lo consigue porque, cada dos por tres, se le suelta el indio y vuelve a las andadas. No sólo Alberto Fernández amenaza a los jueces que juzgan y condenan a funcionarios y empresarios que saquearon sin misericordia el país durante doce largos años, sino que a su jurista de cabecera, Raúl Zaffaroni, otro delincuente, no le tiembla la voz cuando explica que la Constitución debe ser reformada al gusto de la «Señora».
El claro apoyo que recibió de SS Francisco, que hasta se permitió utilizar en su discurso una palabreja reiterada en el léxico de Cristina (lawfare) mientras despotricaba contra la teórica utilización de la Justicia para hacer política, dejó claro de qué lado de la «grieta» se ubica el Pontífice. Pero esta actitud tiene una explicación: Jorge Bergoglio vivió los años kirchneristas en una probeta, aislado por completo de la realidad.
La demostración de esa alienación del Papa es sencilla: si hubiera estado en la Argentina, recordaría la persecución a Enrique Olivera (falsas cuentas en el exterior), a Francisco de Narváez (narcotráfico), a Ernestina Herrera de Noble (apropiación de sus hijos adoptivos) y hasta al último aliado de Fernández², el tan voluble Sergio Massa.
Como no creo en la seriedad de las encuestas, todas incapaces de ofrecer pronósticos acertados en un escenario con 40% de indecisos, los informes de opinión que bombardean mi casilla de mail cada semana no influyen en mi ánimo. En cambio, sí lo hace la conducta de los gobernadores; por eso soy optimista.
Es obvio que no confiaban en la capacidad de tracción de votos de Fernández² puesto que, de lo contrario, no habrían separado las elecciones locales de la nacional; una actitud totalmente distinta de la de aquéllos que gobiernan la Ciudad Autónoma y la Provincia de Buenos Aires. Ahora, varios de ellos, peronistas ya reelectos, irán con «lista corta» a los comicios en que se elegirá a los diputados y senadores nacionales, o sea, las listas de éstos no irán «colgadas» de ninguna fórmula presidencial.
Por su parte, por fin el Gobierno mejoró la comunicación de su gestión, y las obras que ha realizado -y sigue construyendo, pese a la recesión- impactan directamente en la vida cotidiana de sus beneficiarios; muchos habitantes del crucial Conurbano tienen ahora agua potable, gas, luz eléctrica, pavimentos y mejor transporte público.
Pero los dados están en el aire, y así seguirán hasta octubre o noviembre. Nos jugamos nada menos que la República porque, si Fernández² triunfara finalmente, la Argentina que conocemos desaparecerá y volverán a reinar la corrupción y la impunidad.