(20 de abril del 2020. El Venezolano).- Hasta hace unas semanas, el coronavirus era una realidad distante para Venezuela. Sin embargo, todo cambió el 13 de marzo de 2019 cuando en cadena nacional fue confirmado el primer caso de COVID-19, el virus que tuvo su génesis en Wuhan, capital de la provincia de Hubei en China, a finales de diciembre.
Por: Armando Díaz @diazdeinfo
Sin embargo, mucho antes de que el virus tocara el país tricolor, ya habían venezolanos afectados por el tema, como Jorge Martínez quien se mudó de Puerto Ordaz, hace tres años para irse a estudiar ingeniería en telecomunicaciones en China, con una beca de la Gran Mariscal de Ayacucho. Jorge no vive en Wuhan, sino en Beijing pero la decisión de ir a un pueblo cercano a Wuhan para visitar a su novia cambió todo.
Las advertencias por parte de algunos compañeros en Beijing de no ir a dicha ciudad por una “gripe extraña” no le parecieron lo suficientemente importantes, por lo que decidió irse a Wuhan, durante su estadía en la ciudad que ya comenzaba a ver los cambios producto de la enfermedad, decidió regresar, sin embargo, 30 minutos antes de abordar el avión el mensaje de cancelado apareció en las pantallas del aeropuerto, quedando confinados en la ciudad, porque todas las opciones posibles para escapar fueron imposibilitadas.
Al ver el panorama, su amigo, también venezolano le recomendó quedarse con él en los dormitorios de la Universidad de Wuhan. Por lo que su día a día quedó resumido a un espacio de 15 metros cuadrados.
En el pequeño cuarto se respira el estrés que ambos jóvenes sienten. A Jorge se le ha caído parte de su abundante melena crespa. No está acostumbrado al encierro y las opciones para pasar el tiempo se le acaban. “Nos hemos visto todas las películas de Netflix”.
La cuarentena en Wuhan empezó el 23 de enero y una vez activada dieron la orden de evitar salir del edificio. Solo lo hacen para buscar alimentos que religiosamente les dejan en la puerta. Además, hacen ejercicio subiendo y bajando escaleras y cuando las opciones se agotan, juegan al ajedrez. “La verdad es que ya no sabemos que hacer. Esa es la rutina”.
En su opinión, las decisiones de la administración china han sido “sumamente estrictas” permitiendo que los ciudadanos salgan de sus casas una vez a la semana. “Solo para comprar provisiones, pero casi no ves personas en las calles. Sí, hay muchas patrullas, y si la gente sale sin mascarillas pueden ser multados”.
Jorge no tiene miedo, aunque admite que los primeros días sintió algo de temor ante la posibilidad de quedar encerrado en cuatro paredes sin saber que pasaría, pero añade que la rutina ha cambiado todo. “¿Qué más miedo puedo tener?”, expresa.
El fin de la cuarentena sigue siendo una interrogante, el silencio de las autoridades elevan la ansiedad y el deseo de volver a rondar la bulliciosa ciudad de 11,08 millones de habitantes, solo una pequeña parte de lo que representa toda la población china en donde 81.058 personas están contagiadas, dejando un saldo de 3.253 muertos y 68.798 curados hasta el 18 de marzo.
Para el joven, la información que ha sido emitida desde el gobierno es bastante confiable, pero hace una crítica a los medios internacionales por generar noticias amarillistas. “Escucho a mi papá cuando me llama muy alarmado. Diciendo que las personas se están muriendo en las calles y eso es falso. Las cosas se han ido normalizando”.
Las personas en china tienen algunas opciones para informarse, como las redes sociales creadas por el gobierno, tal es el caso de WeChat (Whatsapp), Weibo (Twitter), entre otras. Ahí se generan matrices de opinión, no obstante, los órganos censores filtran aquellas informaciones que representan una amenaza para el régimen.
Mientras tanto el equipo de trabajo de Xi Jinping hace énfasis en los métodos de prevención y el aislamiento que algunos han tildado de extremo, pero que ha logrado detener la curva de contagios.
Jorge explica que cada tantas horas una cuadrilla de personas con trajes de protección y termómetros los examinan y continúan el protocolo, mientras la embajada de Venezuela en China envía los tapabocas para los momentos en los que deban salir. De hecho la especulación de los productos fue muy tangible, pero el gobierno exigió que las mascarillas fuesen utilizadas netamente por personal de la salud, en vista que con el auge de la enfermedad los insumos se agotaron.
Por ahora, Jorge y su compañero tendrán que seguir ingeniándoselas para pasar el tiempo. Dormir 12 horas como lo llevan haciendo desde enero es la opción más rentable, aún cuando eso significa sentirse en un letargo permanente y con una sensación de desorientación, pero es eso o nada, por el contrario, solo queda esperar.