(30 de noviembre del 2020. El Venezolano).- Corría el último trimestre de 1976. El 11 de noviembre del año anterior había comenzado la guerra civil en Angola, el conflicto bélico más prolongado del pasado siglo, el cual terminó – oficialmente – el 4 de abril de 2002, durando 26 años, 4 meses y 23 días.
Las dos grandes súper-potencia del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética, no se involucraron directamente. La Cuba de Castro representó los intereses soviéticos en el conflicto y por parte de Estados Unidos se encontraba Sudáfrica con Hendrik Frensch Verwoerd al frente del gobierno.
Dos grandes bandos angoleños servían de carne de cañón en aquel conflicto fratricida: el “Movimiento para la liberación de Angola” (MPLA) y la “Unión Nacional para la Independencia Total de Angola” (UNITA). El líder del MPLA era Agostinho Neto, un marxista y terrorista confeso y convicto al servicio de la URSS; así como Chávez murió en diciembre de 2012 en La Habana, producto de un “extraño cáncer”: Agostinho murió en Moscú… de un mal “similar”. El primero se negó a subordinarse a Raúl Castro cuando en 2006 Fidel perdió sus facultades mentales y el segundo, iba por el mismo camino del Che Guevara: en vías de arrimarse al maoísmo chino. Tanto Neto como Chávez corrieron con la misma suerte que Forbes Burnham (de Guyana), Camilo Cienfuegos (de Cuba), Che Guevara (de Argentina) y entre muchos otros menos conocidos: Norman Michael Manley de Jamaica. Todos ellos manifestaron desacuerdos con Castro y la Unión Soviética; todos ellos – menos Cienfuegos y el Che – murieron de un “extraño cáncer”.
El 6 de octubre de 1976, estalló – en aguas internacionales y frente a las costas de Barbados – un DC-8 de Cubana de Aviación. Poco después se supo que se trató de un sabotaje. Comenzó así el famoso “Caso del Avión Cubano”, que terminaría modificando, para mal, la historia de Venezuela.
Horas después del siniestro fueron apresados en Trinidad dos jóvenes venezolanos: Hernán Ricardo y Freddy Lugo, quienes habían operado como espías de la DISIP en el avión derribado. Los dos fotógrafos espías serían acusado de ser los autores materiales del sabotaje donde, según Castro, fallecieron 73 personas. Ambos pasarían los siguientes 18 años de sus vidas en diferentes prisiones venezolanas.
Junto a Ricardo y Lugo, fueron acusados dos líderes anti-castristas cubanos: Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila. El primero se convirtió en el ÙNICO preso fugado del mundo luego de haber sido absuelto y el segundo, tras once años de prisión fue declarado inocente de la autoría intelectual del sabotaje y puesto en libertad plena.
Quien suscribe tuvo el honor de haber sido quien descubrió que el “Informe R.A.R.D.E.” había llegado a Venezuela cuatro años antes y lo había engavetado el entonces “hombre-fuerte” de la DISIP, un cubano – doble agente de Castro – llamado Orlando García, conocido en la Cuba comunista bajo el seudónimo de “El Agente Bolívar”. Entre García y otro cubano narco-traficante confeso llamado Ricardo Morales Navarrete, alias “El Mono” (nacionalizado venezolano a los pocos meses de haber arribado al país por el entonces ministro del interior, Octavio Lepage, quien lo nombraría jefe de la División 54 de la DISIP), manejaron la agencia de inteligencia de la Venezuela de aquellos días, siendo García, además, el jefe personal de la seguridad del entonces-presidente Carlos Andrés Pérez, un eterno afecto y gran admirador del mayor genocida que ha parido el subcontinente americano: Fidel Castro Ruz.
El “Informe R.A.R.D.E.” había sido redactado por el investigador británico Eric Newton a instancias de la Real Fuerza Aérea Británica. Ricardo y Lugo habían sido acusados de colocar explosivo C4 en el baño del DC-8 que Cubana de Aviación le tenía arrendado a Air Canadá y que Castro también empleaba para enviar tropas cubanas a Angola. El informe descubrió que el explosivo empleado era dinamita comercial y que la bomba fue colocada en el compartimiento de carga de la aeronave. Cuando el consulado del Reino Unido le hizo entrega formal a las autoridades venezolanas del mencionado informe, el mismo fue engavetado durante cuatro largos y tormentosos años, a sabiendas de que basado en él, los cuatro indiciados serían irremediablemente absueltos, como en efecto sucedió mediante sentencia redactada por el Consejo de Guerra Permanente de la ciudad de Caracas, un tribunal militar equivalente a los tribunales de primera instancia en la jurisdicción ordinaria.
Tras una entrevista personal que sostuvimos en Londres, nos enteramos de la existencia de tan importante informe y así lo denunciamos ante la prensa nacional en Venezuela, país que hizo todo lo imposible por enjuiciar el caso que muy bien le hubiera podido corresponder a Trinidad, Barbados o a la misma Cuba.
Fidel Castro, al enterarse de la sentencia absolutoria, la cual debía ser confirmada o revocada por el tribunal superior militar, que en aquel caso sería la Corte Marcial a cargo del General Elio García Barrios, vociferó en un discurso en la Plaza de la Revolución y ante un millón de cubanos llevados a la plaza para hacerle bulto al máximo líder: “No caben aquí excusas ni pretextos de ninguna clase. Todo el mundo sabe que ellos fueron los autores del sabotaje; todo el mundo lo supo desde los primeros días y las pruebas son irrebatibles. Las autoridades venezolanas saben que están absolviendo a los culpables. Si son liberados en definitiva los autores de ese repudiable y monstruoso crimen, Cuba considerará a ese fiscal, a esos jueces y fundamentalmente al gobierno de Venezuela: ¡como los responsables del monstruoso crimen cometido el 6 de octubre de 1976!”
Castro no solamente estaba mancillando la soberanía venezolana ¡una vez más!: le estaba tomando el pulso al gobierno de Venezuela y, sobre todo… ¡a las fuerzas armadas de ese país! Dos años más tarde, casi finalizando el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, La Bestia del Caribe le sugirió al entonces-presidente venezolano que firmara un convenio con Cuba para la reunificación de la familia cubana en Venezuela, convenio que le sirvió a Fidel de trampolín para inundar a la patria de Bolívar de agentes castristas que pertenecían al Departamento América, fundado por el tristemente-célebre y temido “Comandante Barbarroja”, Manuel Piñeiro… quien moriría en La Habana 20 años más tarde, producto de un “extraño accidente automovilístico”, una de las tantas víctimas del castro-estalinismo cubano.
Luego de un par de años, el presidente de la Corte Marcial de Venezuela, el general Barrios, decidió no decidir y envió el caso a la jurisdicción ordinaria, donde 7 años más tarde culminó el juicio. Tras la aberrante jugada jurídica del general Barrios nos enteramos que era un agente castrista y así lo probamos ante los tribunales civiles venezolanos.
Ver el video No. 14 en https://robertalonsopresenta.com/
Para quedar bien con Castro, los jueces ordinarios condenaron a Ricardo y a Lugo, como chivos expiatorios y por temor a la reacción de los activistas del exilio histórico cubano: ¡absolvieron al Dr. Orlando Bosch! ¡Fue una cobarde “solución salomónica!
En 1985, quien suscribe escribió y publicó una historia-novelada de los hechos reales acaecidos en torno al famosísimo “Caso del Avión Cubano”, obra que tituló “Los Generales de Castro”. Desde entonces, mucha agua ha corrido por debajo del puente histórico de varias naciones y hoy – año 2020 – ha vuelto a publicar una nueva edición, aumentada, mejorada y corregida (disponible en Amazon) de aquellos hechos que estremecieron a Venezuela durante varios períodos presidenciales y que hoy nos ayudan a entender, muchísimo mejor, cómo fue posible que los Castro se adueñaran de tan importante, querido, añorado y rico país, sin la necesidad de haber tenido que hacer sonar un solo triki-traki: ¡con las terribles consecuencias que hoy todos conocemos!
Miami 03 de diciembre de 2020
Robert Alonso