(19 de agosto de 2019. El Venezolano).- Pocas personas en el mundo han estado tan predestinadas para un oficio como el tenor Plácido Domingo. Nació en el seno de una familia de cantantes de zarzuela, en Madrid, el 21 de enero de 1941. Desde los cuatro años de edad acompañó a sus padres a los ensayos, presenciaba las puestas en escenas de esas zarzuelas de la época. Su padre Plácido era barítono, nativo de Zaragoza, vivía la música. Su madre Josefa Pepita Embil era una destaca soprano, nativa de Getaria, pueblo de pescadores de Euskadi, hija del organista de la iglesia San Salvador de ese pueblo. Ella tuvo la intuición de encaminar a su hijo por la música, pero a la luz de la academia. El niño estudió piano, solfeo; desde los cinco años estuvo con importantes maestros. Entró al universo musical y nunca salió.
Sus padres realizaron una turné por el Caribe cantando zarzuelas, llegaron a México en 1947 y allí se quedaron. Montaron su propia compañía en la soberbia capital azteca. Dos años después, llegaron sus dos hijos, Plácido Domingo Embil tenía 8 años y su hermana siete. Allí estudió en la Academia de Música, jugó al fútbol, comenzó a cantar óperas, inició su larga andadura por el arte de los sonidos y el drama por los escenarios del mundo. Su graduación como tenor profesional fue en Israel, país al que llegó en 1962, a su capital Tel Aviv. Allí se instaló con su segunda esposa, Marta Ornelas, una soprano mexicana que actuaba con él. Realizó en territorio israelí 280 funciones durante dos años y medio, todas como tenor, esa fue la gran prueba de fuego, su entrada al mundo de los grandes de la ópera, cuando apenas tenía 22 años de edad. Brilló con su propio lustre y esa flama nunca se apagó.
Como todo adolescente español, Plácido admiraba el arte del toreo, jugaba al fútbol en la posición de portero, disfrutaba las comidas familiares rociadas con vino, flamenco y zarzuelas, pero el canto era su norte, su pasión, su opción definitiva. Durante su estancia en México solía cantar en las reuniones de amigos “Granada”, pieza del maestro mexicano Agustín Lara, por ello lo llegaron a llamar “El granadino”. Esa admiración por el compositor Lara, la plasmó para la eternidad en su álbum de 1998: una antología de sus grandes canciones, entre otras, grabó Granda:
“Granada
tierra ensangrentada
en tardes de toros
mujer que conserva el embrujo
de los ojos moros
de sueño rebelde y gitana
cubierta de flores
y beso tu boca de grana
jugosa manzana”.
Cuando salió de Israel, Plácido orbitó entre España, México y Nueva York, su repertorio incluía lo mejor de la ópera francesa: Carmen, Sansón y Dalila, Werther. Del extenso catálogo italiano: Don Carlo, Otello, Tosca. Recibió grandes elogios por su interpretación del drama wagneriano Tannhäuser. En su larga carrera ha caracterizado 145 papeles estelares operáticos en escenarios de Europa y América.
La vida familiar de Plácido ha girado en torno a sus tres hijos y su esposa Marta. Con ella tuvo dos varones: Plácido Junior en 1965 y Álvaro en 1968. Su hijo mayor, producto de su primer y fugaz matrimonio a los 16 años, es José Plácido Domingo Guerra, quien nació en 1958 en DF, México. En muchas ocasiones Marta tomaba un avión para ir al encuentro de su esposo en medio de sus giras, con sus hijos. Se reunían y compartían, en Viena, Berlín, Londres, París, Barcelona, a veces en los mismos aeropuertos, pues no tenían otra alternativa. Con mucha inteligencia y paciencia, Marta supo llevar los destinos de esa familia que ha permanecido unida, y está a punto de celebrar seis décadas de maridaje. Para poder cumplir con esa misión, Marta dejó el bel canto que tanto amaba. Esa preparación musical y el gran talento que poseía la dama mexicana, le hizo entender la importante misión artística de su esposo, de su colega, y por ello se convirtió en su mayor soporte e impulso.
En septiembre de 1985 Plácido se encontraba de gira por Chicago, en los EEUU, cuando se produjo el terrible terremoto de México, era 19 de septiembre alrededor de las 7:15 de la mañana, con una intensidad de 8.1 en la escala de Ritcher. Las escenas dantescas de destrucción y muerte cubrían toda ciudad de México, sirenas, gritos de dolor, y un olor a caliza y a sangre en la atmósfera. En ese momento él suspendió su gira y se marchó a Ciudad de México para socorrer a sus familiares, a sus amigos y a la gente en general. Se produjo una réplica al día siguiente, también muy fuerte y letal. Plácido estuvo por dos semanas en labores humanitarias. Fue tanto el polvo que su garganta tragó entre los escombros, que luego tuvo que someterse a un duro tratamiento médico para recuperar su voz, limpiar sus pulmones y retomar sus actuaciones.
Plácido es un furibundo fanático del equipo Real Madrid, en muchas ocasiones ha cantado en sus ceremonias, ha interpretado su himno y grita sus consignas. Posee la camiseta oficial con su apellido en la espalda, como compete a un buen madridista. Es miembro honorario de su directiva y le gusta lucir en sus giras operáticas, la bufanda con el logo del equipo merengue.
Una de las etapas de mayor brillo artístico en su carrera la vivió junto a los tenores Luciano Pavarotti y Josep Carreras, cuando realizaron un ciclo de conciertos titulado “Los tres tenores”, un proyecto histórico que comenzó en 1990 y se alargó hasta 1994. El tenor barcelonés Carreras había superado una leucemia, había estado muy comprometida su vida, y un amigo común de los tres tenores, les dio la buena idea de celebrar esa milagrosa recuperación de Carreras cantando juntos. Llegaron hasta producir un álbum que fue récord en ventas en el mundo entero. Cuenta en sus anécdotas Plácido: “Fue muy grata cada reunión para escoger el repertorio, con suculentas cenas a base de pastas al estilo Módena, la ciudad natal de Luciano, con sus chistes y la música grandiosa por todos lados. Y, sobre todo, por ver con salud y felicidad a mi entrañable colega Josep”. Fueron eventos memorables, que serán muy difíciles de repetir o superar.
El tenor madrileño es un buen pianista, gran lector de partituras. En un especial para la televisión española acompañó a Bertín Osborne en la canción “My way” de forma magistral. Es un respetado director de orquesta y de coros. Ha hecho carrera desde la batuta y como director del Teatro de la Ópera de Los Ángeles. Eso lo llevó a ser muy amigo del maestro José Antonio Abreu y su mejor alumno Dudamel. Esa fraternal relación floreció en una serie de eventos junto al tenor y la Orquesta Simón Bolívar en la ciudad de Caracas. Además, Plácido prestó gentilmente su voz para narrar el corto de cine sobre la historia del Sistema, titulada “Tocar y luchar”, que tuvo una difusión mundial.
Plácido Domingo ha cantado en seis idiomas: misas en latín, óperas en alemán, francés, italiano, inglés y en su lengua materna, español. Y el público se lo ha retribuido en el idioma universal del aplauso, idioma que todos entendemos y vivimos. En una ocasión en Moscú, ese aplauso duró 60 minutos, se vio obligado a salir varias veces al escenario, récord que se produjo en 1968.
Pero no todo ha sido momentos felices en su vida, ha afrontado momentos difíciles con su salud. Fue operado de un cáncer de colon y lo superó en medio de una gran angustia. En dos ocasiones ha sufrido afonías, que lo dejaron sin oficio por unos días. Tuvo un trombo en un pulmón, que pudo ser mortal. Además, fue operado de vesícula. En 2019 ha estado inmerso en un escándalo insuflado por 9 mujeres, ocho bailarinas anónimas y una mezzosoprano que lo han acusado de acoso sexual en las décadas de los 80 y 90. Según esa cantante de nombre Patricia Wulf, el tenor español le ofreció contratos a cambio de sexo. Todo esto, no ha sido probado aún, con serias sospechas de aprovechamiento y de extorsión. Primero: ¿Por qué esperaron tantos años para denunciarlo? Segundo: se esconden en el anonimato, respaldadas por un bufete de abogados agresivos. Tercero: en el caso de Wulf, ella había publicado en sus Redes Sociales palabras elogiosas sobre Plácido Domingo, las que ahora borró. La señora Wulf alardeaba de haber compartido escenario con el tenor madrileño, eso lo posteó, y ahora lo demanda por acoso sexual, aprovechando el boom del movimiento “Me too”.
A favor de Plácido están las casi 1000 mujeres que a lo largo de 60 años de carrera han trabajado a su lado, y sienten un gran respeto y una gran gratitud por el tenor madrileño; sopranos, mezzosopranos, contraltos que han compartido escenario con él y han salido en su defensa. Entre otras, Paloma San Basilio, la soprano vasca Ainhoa Arteta y Adriana González. Pareciera que no va a pasar de ser otro escándalo creado por las “feak news” (falsas noticias) y por los arteros pescadores de fortunas fáciles.
Plácido ha confesado que en la raíz de su existencia está España, con su música y sus tradiciones. México tiene su gratitud sin fin, por haber recibido a sus padres como pioneros de la zarzuela y por ser su segunda casa, y en justicia; su segunda patria. En una ocasión declaró: “Mis padres me dieron la vida dos veces, la biológica y la vida artística.” Tuvo la suerte de actuar con ambos, en Barcelona cantó junto a su madre Pepita Embil, la reina de la zarzuela, poco antes de su muerte en 1994. En una ocasión visitó la iglesia de Getaria donde tocaba el órgano su abuelo, el maestro Arturo Miguel Embil. Subió a tocarlo y a cantar como lo hacía el viejo vasco y luego confesó: “Aquí comenzó todo, aquí está mi raíz familiar, es increíble. Primero fue mi abuelo Arturo, luego mi madre Pepita, ahora yo canto y luego vendrán mis hijos. Son los genes, no sé, es un regalo de Dios”. Después lloró en silencio, posando sus manos sobre el viejo teclado, conmovido.
Revistas especializadas como Billboard lo han considerado el mejor cantante del mundo, las estrellas del canto pop quieren hacer nuevos duetos con él. Su rostro es un pentagrama viviente, un icono sonoro, ha ganado 12 premios Grammy. No tiene planes de parar, impensable el retiro. Ahora está cantando en el registro de barítono, como lo hacía su padre. Plácido Domingo Embil, con 3.880 funciones a cuestas, será por mucho tiempo el tenor más respetado en el mundo, su voz parece eterna, inextinguible, tiene la fuerza del alma española.
Por León Magno Montiel | @leonmagnom | leonmagnom@gmail.com