(27 de octubre del 2024. El Venezolano).- Este 27 de octubre se cumplen 8 años de la desaparición física del último del Top 10 de los cantantes icónicos de la Sonora Matancera. Con este capítulo quiero mantener vivo ese legado que nos dejó El Almirante del Ritmo, Nelson Pinedo. Capítulo 17 del libro «El Baúl de Nelson Pinedo».
Escrito por: Ricardo Campanella Giraldo.
Después del fracaso e incumplimiento del contrato para participar en los carnavales de 1964 en Caracas, Nelson se enamora a primera vista de Alba Marina Blanco, una santandereana, cuyos padres eran una mezcla Colombo Venezolana. Esta agraciada dama tenía un alto cargo en una compañía farmacéutica, americana, radicada en Caracas y había sido seleccionada para una visa de estudio y perfeccionamiento del inglés. El Almirante del Ritmo la invita para que lo acompañe a una gira artística que tenía para Panamá y Miami, y así se van de luna de miel. La gira es exitosa, sobre todo la presentación en Miami en los salones del hotel Fontainebleau, sitio emblemático donde se rodaron películas como el ¨007 contra Goldfinger¨. Luego de esta presentación deciden seguir a New York, en son de paseo y lógico mirar el mercado artístico de la época, muy apetecido para los artistas latinos que llegaban de Cuba y el Caribe. Se instala en residencias Riverside en pleno Manhattan, ya en luna de miel con quien al final se convertiría en su esposa para toda su vida, Alba Marina. Casualmente tenia de vecino momentáneo a Felipe Pirela quien hacía ya presentaciones en la Gran Manzana. Cuenta Nelson que una noche salió a pasear con su prometida y se acercó al Famoso hotel Astor. Este hotel famoso desde 1940 en la zona de Broadway, fue celebre porque dio acogida en esa época, a grandes y famosos artistas del cine y de la música, como Monty Wolley y Cole Porter. El bar del Astor fue testigo de escenas de homosexualidad entre varios e importantes personajes. Fue demolido por allá en 1967 para construir un feo edificio de oficinas. Este bar era uno de los lugares que por el precio de un trago tenías la oportunidad de conocer en vivo a Wolley y Porter y otros como Marilyn Monroe, Doris Duke, el Duke de Windsor, Rex Harrison y Frank Sinatra. Michael Roger a pesar de estar ya enfermo, de artritis y piernas varicosas que le hacían dar dolor en las piernas para estar de pie, era el anfitrión de los asistentes. Desde 1933 hasta 1965, fue el bertender o barman, jefe del bar del Astor. Este personaje comentaba sobre las propinas y los caprichos de sus visitantes. Decía que Harrison era un personaje pretencioso e insoportable. El Duke de Windsor era un gran tacaño para las propinas, no así Frank Sinatra que le dio cien dólares de propina el día que nació su hija y eso que no estaba en su mejor época. La tarde que Nelson y su amada Alba se acercan al Astor era muy fría, buscaban un refugio, se bebieron unos cocteles preparados allí mismo por Michel Rogers, el barman más famoso de N.Y, con quien se pusieron a conversar en la barra. Ya Roger estaba enfermo y no tenía la movilidad de antes. Así que le había anunciado a su clientela que se jubilaría aquel mismo año. Le confeso a Nelson, que Sinatra cuando estaba en la buena le dejaba hasta 300 dólares. Le decía, ¨que N.Y, era una puta difícil. Para que se te entregue, tienes que demostrarle que tienes agallas.
La frase sonó como el slogan tabernero del modo de vida americano¨. Y añadió en seguida, con el tono confianzudo y didáctico que adoptaba con los clientes jóvenes: ¨Ahí afuera, amigo, esta Nueva York esperando a que te hinques el diente¨. N.Y, era el zoco de la música latina, el lugar más apetecido por los artistas latinos, sobre todo los consagrados, por las altas sumas que se pagaban en los centros nocturnos, así que Nelson y Alba Marina, siguieron al pie de la letra el consejo del barman del Astor, decidieron una vez concluida la luna de miel, quedarse una temporada en la ciudad. Uno de los locales de moda en Nueva York en ese momento, era el Caborrojeño, en la esquina de la calle 125 y Broadway. Su dueño era un emigrante boricua llamado Ruperto Roberto. Un nombre disonante, cacofónico, para un hombre que era, el mismo, una paradoja. Era blanco, rubio, de ojos azules como un WASP de afiche, una especie de doble de Bing Crosby, pero en cuanto abría la boca, hasta las piedras se daban cuenta de que venía de Puerto Rico. Como buen boricua, Ruperto torcía las erres para dentro de la garganta como si fueran de alambre dulce.
Todo en él era contradictorio: vestía como un dandi y hablaba como un jibaro. Se sentía orgulloso de su origen provinciano y de sus duros años de taxista en Nueva York; pero a su local no podía entrar nadie sin corbata. Había nacido en Cabo Rojo, un hermoso lugar en el extremo sur de su isla. El nombre de su local era un tributo a la lejana patria chica. El amor de Ruperto Roberto por su terruño no tenía límites. Todos los años organizaba en su local una fiesta espectacular con los artistas del momento y las orquestas más famosas, para celebrar lo que llamo ¨ El día del Caborrojeño ausente¨. Se gastaba sumas enormes en la organización del espectáculo y en la contratación de los artistas. Cuando Ruperto Roberto tuvo conocimiento de la llegada de Nelson Pinedo a Nueva York, se les adelantó a sus competidores y le ofreció un contrato para actuar en su club, en cuatro programaciones de fin de semana a lo largo de unos tres meses, más o menos hasta el final de la primavera. El dueño del Caborrojeño poseía un olfato especial para montar ese tipo de espectáculos que saca a la gente de sus casas, aunque el mundo se esté pulverizando en nieve. Atracciones fuertes. Luz y morbo. Pan y circo. Su local se hizo famoso por presentar a los mejores músicos y cantantes que vivían o llegaban a N.Y, añadiendo al espectáculo plus provocador, un toque de morbo, un algo atrevido o perverso, planeado y planificado por él.
Una tarde cito a Nelson a lo que llamaba ¨mi oficina¨, que no era más que un escritorio, un archivero y un teléfono, en un rincón del camerino de los músicos. Quería fijar la fecha del debut, que sería un sábado de comienzos de marzo y le pregunto qué orquesta le gustaría que lo acompañara esa noche. Para asombro de Nelson, le dejo a escoger entre Tito Puente, el boricua del Spanish Harlem, de quien le dijo que, más que un acompañamiento sería una alfombra roja para él y nada menos que Tito Rodríguez, el boricua de Santurce, el hombrecito que silabeo, que saboreo el bolero como nunca nadie lo había hecho antes, con una voz que era una mezcla perfecta de erotismo y melancolía. Antes de que Nelson pudiera responderle, el astuto empresario ya había encontrado la respuesta: ¡Ya lo tengo! ¡Los enfrento a los dos, Tú debutaras acompañado de Tito Puente! Y a Tito Rodríguez también lo traigo con toda su orquesta, ¿Qué te parece ¿, Además de cantar, tú vas a ser una especie de catalizador entre los dos Titos, que se detestan. Decidido que su presentación iba a ser con Tito Puente, a Nelson se le presenta otra preocupación: no conseguía a Puente para hacer un ensayo y fue tanto la preocupación que se lo manifiesta a Ruperto. Este muy simbólicamente le dice ¨que no esssss, su problema¨. Es el mismo día del debut, cuando treinta minutos antes de la presentación habla con Tito Puente para planificar la escena. Cuando Tito Puente lo ve lo invita a tomar un trago contestándole Pinedo, que no tomaba, y menos ahora, necesito estar controlado, le dice Nelson, dueño de sí mismo y de la situación. Tranquilo hermano, le responde Tito y lo seduce a la barra un momento. Los dos fueron a la barra y Tito Puente pide un wiski. Nelson, que seguía sin entender la situación, pidió un refresco con mucho hielo, que es lo que toma siempre antes de una presentación. Cuando vaciaron los vasos Tito lo invita al camerino. Tito mandó a llamar a los músicos y en cuanto estuvieron todos a su alrededor, les repartió las partituras de los temas que iba a cantar Nelson y les dijo: ´¨Señores, él, es Nelson Pinedo. Ustedes lo van a acompañar en su espectáculo de esta noche. Él va a marcar los temas. Vamos Nelson, empieza. Nelson tarareo los temas que iba a cantar, suave, quedo, como quien lee una oración en una iglesia. En diez minutos los músicos de la banda de Tito Puente habían ¨leído¨ el espectáculo completo, siguiendo con oídos atentos a los susurros de Nelson.
Solo un genio puede ser capaz de ganarse un espacio en el mundo de la música armado tan solo con esas dos baquetas. Y, por si fuera poco, Tito Puente le regalo a la comunidad del son un tema inmortal: ¨Oye como va¨, que después sería la carta de presentación del rock ero mejicano Carlos Santana en el mundo entero. Terminada la presentación, Nelson bajo´ al camerino, se bañó´ y se cambió de ropa. Después se puso a hablar con el dueño del local en el vestíbulo. En el escenario seguía tocando su set la banda de Tito Puente. Al rato apareció un mulatico fino, de buenos modales. Con peinado afro, se acercó a Nelson y le pidió: ¿Señor Pinedo me acompaña?, el señor Tito Rodríguez, que va a cerrar el espectáculo esta noche me ha pedido que lo lleve a la mesa donde él está sentado. Bueno, yo también quería conocerlo. Mi nombre es Cheo Feliciano y soy el muchacho que carga los instrumentos de la orquesta del señor Tito.
Pero sueño con empezar algún día una carrera como cantante. Nelson que no conocía personalmente a Tito Rodríguez, no tenía por qué saber que el famoso cantante boricua, había llegado temprano solo para oírlo cantar a él. Tito Rodríguez se había hecho celebre con la grabación en 1963, del tema ´¨Inolvidable¨, un bolero del cubano Julio Gutiérrez, al que el dio categoría de himno de la sentimentalidad latinoamericana. Tito se levantó cuando vio llegar a Nelson, le dio la mano y le pidió que se sentara un rato con ellos. ¨Este tipo es tan chiquito que debe sacar esa tremenda voz del zapato, pensó Nelson divertido¨. Era tal como aparecía en las revistas. Pequeñísimo y cetrino, de ojos oscuros y tranquilos. La frente amplia, el pelo dominado con brillantina. El traje oscuro, el corbatín. Hablaba pausado, con voz baja, pastosa, de locutor. Lo acompañaba en la mesa una bailarina, portorra de Nueva York, que era la única figura, aparte de él, que resaltaba visualmente en el escenario en las presentaciones de la orquesta. Los músicos de Tito Rodríguez, por más solistas que fueran, por mucho nombre que tuvieran, pasaban a ser simples figuras de la escenografía encargadas de ponerle música a lo que el cantaba. El eje, el destinatario de esa fácil orquestación swing, era siempre el. Esa noche según recuerda Nelson, que se quedó viendo su presentación hasta el final, arranco con una charanga. Tito Rodríguez había obtenido sus primeros éxitos de la década del sesenta como charanguero, antes de cuajar como uno de los más grandes vocalistas románticos.
¨ Vine temprano solo para oír cantar al vocalista que mejor frasea los boleros en América¨, le dijo Tito a Nelson en cuanto se sentaron. ¨Entonces ya son dos los que se admiran, porque yo soy un fanático de ese estilo tan original que tú has creado y que se ha impuesto en todas partes, respondió Nelson, abrazo a Tito y se sentó¨. ¿Quieres que te diga una cosa?, Ese estilo no lo inventé yo. Ese era el estilo de Vitin Avilés, que fue corista de mi orquesta en el Palladium, pero yo lo perfeccione, dijo Tito y se echó a reír mostrando unos dientes blanquísimos.
De veras, prosiguió tras una pausa, que hace rato quería conocerte. Yo soy un enfermo de la dicción. La cuido. La cultivo. Y admiro a los colegas que, como tú, la incorporan a su estilo de manera tan natural. Me fascina tu trabajo, Nelson. Has hecho algunas cosas muy interesantes con la Sonora, tanto en lo romántico como en lo tropical. ¿Ahora ha llegado la hora de que hagamos algo juntos, no te parece? ¿Quieres tomar algo? Solo agua. Aquí es donde Tito Rodríguez lo invita a grabar con su orquesta. Debía hacerse ese mismo año en N.Y, y debía tener una amplia selección de temas románticos y algunos tropicales, de diferentes compositores de América latina. Ya Tito había visualizado el concepto de la portada. Aparecería Nelson en plan latín Lover, rodeado de dos chicas con apariencia de gringas. Los tres brindan un champan. Tito haría una sola exigencia. Se trataba más bien de un ¨capricho¨, le dijo. Quería que se incluyera en el álbum el bolero ¨Conociendo el alma¨, que Nelson había grabado con la Sonora.
Según Tito, esa era una de sus interpretaciones más afortunadas con el popular conjunto cubano. Una catedra de dicción. Ahora, con mi orquesta, vas a tener más tiempo para paladearla, le dijo y se rio. ¨A Latin in America¨ se grabó poco después, en el otoño del 64. El disco, un verdadero clásico, es una suma de elegancia. La delicada sobriedad de los arreglos, el sensual, gorjeante regodeo con que la voz de Nelson le hace honor a unas orquestaciones estilizadas y sonoras, con fuerte pero discreta presencia de los metales. Y la virtuosa parquedad de la sección rítmica, tan fiel al montuno cubano, en los números movidos.