(9 de diciembre de 2019. El Venezolano).- Durante siete meses, con los nervios de punta, durmieron de día en una estrecha habitación sobre el piso frío, pasando las noches rezando, levantando pesas hechas con jarrones de agua y viendo por la ventana de la misión diplomática, temerosos del espionaje oficial.
Pero este lunes, 16 militares venezolanos que se habían rebelado contra el régimen de Nicolás Maduro y que llevaban meses refugiados en la embajada de Panamá en Caracas estaban fuera del país.
The Associated Press habló de forma exclusiva con los líderes del grupo, quienes ofrecieron la primera versión detallada de la manera en que tramaron un alzamiento militar que dejó al descubierto el declinante respaldo hacia Maduro entre las filas armadas.
Por razones de seguridad, los tenientes coroneles Illich Sánchez y Rafael Soto se negaron a revelar exactamente cómo o cuándo salieron de Venezuela. Revelaron solamente que viajaron en grupos pequeños como parte de una “operación militar” clandestina que contó con el apoyo de docenas de soldados de rangos bajos y sus comandantes.
“Salimos de Venezuela, pero nuestra lucha para restaurar la democracia sigue”, dijo Sánchez en entrevista desde un lugar secreto
La narrativa hasta ahora secreta de cómo Sánchez y Soto lograron engañar a sus superiores y tramar una revuelta contra Maduro refleja el grado de descontento y temor entre las fuerzas armadas venezolanas, en momentos en que se aferra al poder pese a duras sanciones económicas estadounidenses impuestas a raíz de elecciones que Maduro dice haber ganado pero que son ampliamente consideradas fraudulentas.
Los dos oficiales parecían ser los apropiados para un operativo tan riesgoso. Habían ascendido entre las filas hasta llegar a posiciones de comando, ganándose la confianza de los comandantes y teniendo un control directo sobre soldados.
Sánchez, de 41 años, fue comandante de una guarnición de unos 500 guardias nacionales responsables de proteger dependencias públicas en Caracas, inclusive el palacio presidencial Miraflores y la sede del Tribunal Supremo. Soto, de 43, estuvo por un tiempo asignado a la policía política SEBIN, comandando un equipo de 150 agentes con órdenes de espiar contra opositores.
Los dos militares, amigos desde hace años, cuentan que con los años se sentían más y más frustrados por el colapso de la economía venezolana y empezaron a tramar en secreto un intento de derrocar a Maduro. Eventualmente establecieron contacto con la oposición, incluso con el presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó, quien es considerado el presidente legítimo de Venezuela por muchos venezolanos, además de Estados Unidos y otros 60 países.
El 30 de abril, asombraron a Venezuela al aparecer con tanques y efectivos fuertemente armados en un puente en el este de Caracas al lado de Guaidó y el activista Leopoldo López, a quienes liberaron de un arresto domiciliario que consideraban ilegítimo.
“Cuando fui hablar con mi tropa a las 2 a.m. y les dije que íbamos a liberar a Venezuela algunos quebraron en llanto. No lo podían creer pero estaban comprometidos desde el primer momento”, recuerda Sánchez, quien como parte de su responsabilidad como guardia en la Asamblea Nacional con frecuencia tenía que comunicarse con legisladores de la oposición.
Agrega Soto: “Estaba la mesa servida para que el país tuviera una transición pacífica”.
Sin embargo, se sienten defraudados por allegados de Maduro, entre ellos el presidente del Tribunal Supremo Maikel Moreno y el ministro de defensa Vladimir Padrino, quien según dicen incumplieron su promesa de abandonar a Maduro. Tanto Moreno como Padrino han reiterado su lealtad a Maduro.
En la confusión que siguió a la fallida rebelión, los militares buscaron protección en la parte trasera de motocicletas, sacándose sus uniformes y tocando las puertas, inicialmente sin respuesta, de varias embajadas.
En medio del caos, López llamó al presidente panameño Juan Carlos Varela, quien inmediatamente se puso a su lado y garantizó su entrada a la embajada.
En una entrevista, Varela recordó cómo dos meses antes de la invasión estadounidense a Panamá en 1989, el entonces dictador general Manuel Noriega aplastó una rebelión similar y ordenó la ejecución de más de 10 rebeldes.
“No podíamos dejarlos solos… El Sebin estaba a tres metros de la puerta. Iban a matarlos a todos”, dijo Varela.
La embajada, en un alto edificio de oficinas ocupado por empresas estatales y contratistas del gobierno, se convirtió en su hogar los siguientes siete meses. Ambos militares venezolanos agradecieron al personal de la embajada y al pueblo panameño.
Estando en la embajada, los 16 militares se esforzaron por mantener la disciplina militar. A fin de no molestar al personal diplomático, decidieron dormir de día, en delgados colchones en una pequeña habitación. Y de noche, cuando los empleados se iban a sus casas, cocinaban con una pequeña hornilla, hacían ejercicios con pesas improvisadas a partir de botellones de agua y leían textos religiosos en círculo.