(29 de abril del 2020. El Venezolano).- Pocas personas tienen el don de la longevidad y la gloria por su trayectoria al mismo tiempo. Ese el caso del zuliano universal Luis Aparicio Montiel, quien nació en el barrio El Empedrao de Maracaibo el 29 de abril de 1934. Un hombre que puso el nombre de Venezuela en el mapa deportivo de América en 1956 cuando obtuvo el premio Novato del Año con el uniforme de Medias Blancas de Chicago. Lo reafirmó cuando se tituló campeón dele mundo con el uniforme de Orioles de Baltimore en 1966, y cuando en 1984 ingresó al templo de los inmortales de Cooperstown.
En el año 1956 un pelotero nativo del Zulia logró la interesante hazaña en el beisbol de las Grandes Ligas, ganó el premio novato del año en la Liga Americana. Luis Ernesto Aparicio Montiel con apenas 22 años de edad para ese momento, fue un pionero, de suprema importancia para el deporte en América Latina, sobre todo por las condiciones adversas que tenía que soslayar un caribeño para jugar en los Estados Unidos en ese decenio de 1950: bajo sueldo, sin familia que lo respaldase y sin el dominio del idioma inglés. El novato Aparicio, debutó en el mejor beisbol del mundo el 17 de abril de 1956, lo hizo con el uniforme de Medias Blancas de Chicago y se convirtió en el sexto venezolano que llegaba a la liga profesional de los Estados Unidos, a la tercera ciudad en importancia de esa nación, urbe con un largo historial de jazzistas y gangsters, con una afición intensa y agresiva al beisbol.
Para entonces Luis Aparicio viajaba de Maracaibo a Chicago en aviones de hélices, los originarios Douglas DC-7, eran vuelos de ocho horas con sus escalas. Llegaba desde la cálida Maracaibo a enfrentarse a una mega-ciudad, ajena, racista, fría e impaciente con los extranjeros. En la lengua de sus pobladores primigenios, los potowatomis, Chicago significa “grande y poderosa”.
Nos relataba Aparicio que cuando se sentía lesionado o sentía dolor, se vendaba, se colocaba hielo y tomaba calmantes para seguir jugando, porque en esa dura competencia, no se permitía la libertad de que subieran a otro pelotero para sustituirlo, era harto peligroso para su estabilidad como titular. Era un negocio que se tornaba cada día más agresivo y competitivo. Apenas habían pasado nueve años desde que Jackie Robinson había roto la barrera racial en el beisbol rentado y había debutado con los Dodgers de Brooklyn con su 42 en la espalda, número que se hizo mítico y sería retirado de todos los estadios por ordenanza del comisionado del beisbol mayor en su honor.
Así se mantuvo Luis con su guante en ristre por 18 temporadas. En ese período militó con Medias Blancas de Chicago por diez temporadas, en dos lapsos, allí suplió a su compatriota Chico Carrasquel, su ídolo. Con Orioles de Baltimore jugó cinco temporadas y logró un anillo de Campeón de la Serie Mundial de 1966. En esa ciudad fue donde se sintió más querido, con mayor confort junto a su familia.
Con Medias Rojas de Boston, el equipo legendario de Massachusetts, solo jugó tres temporadas, justo antes de su retiro el 28 de septiembre de 1973. Siempre se mantuvo en el nuevo circuito, la Liga Americana.
Luis Aparicio logró récords impresionantes: 9 guantes de oro, 9 veces fue líder estafador con 506 bases robadas de por vida, fue elegido 10 veces al Juego de las Estrellas, y nunca cambió de posición: debutó y se retiró como jugador del campocorto, con gran dignidad y respeto de los líderes del beisbol de entonces. Este dato fue muy importante para su exaltación e inducción la inmortalidad en 1984. En las libretas de anotación siempre apareció en la posición 6, desde el principio hasta el final de su carrera. Logró 2.583 partidos como guardián de las paradas cortas, fue un líder, con estirpe de campeón.
El hijo de Herminia Montiel y del respetado pelotero Luis Aparicio Ortega, llamado “el grande de Maracaibo”, nació finalizando la era gomecista, el 29 de abril de 1934, en la parroquia Santa Lucía, célebre cuna de Felipe Pirela y Astolfo Romero “el parroquiano”, Wilson Álvarez y Luis Ferrer el poeta del lago. Su padre le dio la bienvenida a la pelota profesional, el 18 de noviembre de 1953, cuando le cedió su turno al bate en el juego de La Chinita.
Luego de jugar con solvencia en la pelota criolla, llegó a la “ciudad de los vientos” para hacer historia, se sembró en el corazón de esa fanaticada de la ciudad de los vientos. Fue exaltado al Salón de la Fama de Cooperstown en 1984, en el sexto intento como elegible. La noticia la conoció a través de la radio mientras manejaba su vehículo de Caracas a Barquisimeto, la ciudad crepuscular donde reside desde hace décadas.
Hasta ese momento, solo tres latinoamericanos habían logrado tener su placa en Cooperstown: Roberto Clemente de Puerto Rico, en 1973; el cubano Martín Dihigo, en 1977; y Juan Marichal de República Dominicana, en 1983. Luis Ernesto Aparicio Montiel fue el cuarto jugador exaltado a la inmortalidad. Luego ascendieron a ese templo deportivo Rod Carew de Panamá, en 1991; al puertorriqueño Orlando Cepeda en 1999, y Atanasio Tany Pérez en el 2000, el recio jonronero oriundo de Ciego del Ávila, Cuba. Finalmente, José Méndez y Cristóbal Torriente en 2006, a través del comité especial.
El profesor José Joaquín Villasmil, profesor de la Universidad del Zulia, nos comentó un dato estadístico importante, harto elocuente: “Sólo el 3% de los peloteros que llegan a las grandes ligas, logran ser exaltados al salón de los inmortales”. Eso deja en claro lo exclusivo de ese club de talentos deportivos superiores.
Vimos con perplejidad la escena que vivió nuestro compatriota Andrés Galarraga en su primer intento para ser electo al Salón de la Fama, quedó fuera de competición por baja votación, obtuvo menos del 5% de los votos. Ojalá logre entrar por el comité de veteranos “El rey” David Concepción en esta segunda oportunidad, luego de no conseguirlo con los votos de los cronistas deportivos acreditados por la MLB. Quizá el trato hostil del maracayero con la prensa en sus años de pelotero activo con Rojos de Cincinnati y su baja figuración mediática, lo perjudicaron irremediablemente, negándole el honor de su inducción.
Por tanto, el logro de Luis Aparicio Montiel, como el único venezolano que tiene su placa en Cooperstown, Nueva York, se agiganta con el tiempo. Sobre todo, ahora que conocemos la bochornosa lista de grandes estrellas de la pelota que consumieron esteroides, mácula por la que estarán vetados de por vida para optar a ese lauro. Casos emblemáticos: Barry Bonds, Alex Rodríguez y Mark McGwire.
Luis Aparicio Montiel, el eterno número 11, es un símbolo del beisbol mundial, pero también es un ícono de la zulianidad, entendida como un imaginario colectivo, conjunto de costumbres, quehaceres artísticos y tradiciones propias de los pobladores de esta tierra de occidente, tan particular. Cada 11 de noviembre celebramos en Maracaibo “El día de Luis Aparicio”, por decreto aprobado en la cámara municipal.
Luego de vivir tragedias familiares, rupturas dolorosas, Luis sigue su camino erguido, lleno de triunfos al lado de su esposa, sus hijos, varios nietos y bisnietos. Su agente de contratos es Luis Nelson, su hijo, con él comparte la rutina de eventos, entrevistas y giras.
Luis Aparicio Montiel, a quien sus compañeros de club house llamaron “El soldadito” por su férrea disciplina, es la inspiración más sustancial con la que cuentan los peloteros novatos de nuestro país. Es el ejemplo para todos los que quieren seguir adelante en su lucha por conquistar la gloria.
Son 86 años de vida y de glorias, que todos los venezolanos celebramos este día.
León Magno Montiel