(30 de enero del 2023. El Venezolano.- Mirarse al espejo y ver el enorme fracaso que eres tiene que ser una experiencia muy dolorosa. Eso es lo que debe sentir un criminal abominable como Nicolás Maduro a diario.
Por Luisa Ortega Díaz.
El espejo no miente, pero todos quienes le rodean sí lo hacen. Son, en su mayoría, hipócritas que están allí sólo porque quieren sacar provecho o tienen mucho miedo de ser encarcelados por todos los actos de corrupción que ya han cometido. Otros, quieren una oportunidad para robar y permanecen cerca de Maduro para conseguir el chance de hacerse con un buen negocio. Decir la verdad es lo último que harían. Por eso, es el espejo el único que puede mostrarle el monumental fracaso que ha sido su paso por el poder en Venezuela.
Hugo Chávez, a pesar de los muchos errores que cometió, era admirado y hasta venerado por gran parte del pueblo venezolano, y aún muchos lo recuerdan como un defensor de los pobres, como un líder fuerte y carismático. Chávez comenzó realmente a atender y revertir temporalmente muchos de los males que padecían los pobres, y administró, —obviamente sin éxito ni transformaciones reales y sustentables que aseguraran un destino próspero para el país— una bonanza petrolera inédita hasta ese momento, en la historia de Venezuela.
Ante su muerte inminente, dejó las riendas de su propuesta política, a Nicolás Maduro. Pero, ¿Estaba consciente Chávez del descomunal error que cometía al hacer eso? Jamás podremos saberlo. Pero lo que sí es cierto es que Nicolás Maduro no ha sido capaz de representar con eficacia, ni con dignidad, la gigantesca responsabilidad que dejaron en sus manos. Era —y lo sigue siendo— un incapaz. Ante esa realidad, los resultados no pueden ser de otro modo.
Todo lo que Maduro ha hecho ha sido un disparate. Convirtió lo que había comenzado como una esperanzadora revolución política, social y económica, en un despropósito, un desatino, una aberración monstruosa en la que reina la corrupción, el engaño y la traición. No logró mantener en pie ninguno de los propuestas de Chávez, dilapidando por completo el capital político que había acumulado; convirtió su gobierno, y a todas las instancias de poder, en la mayor madriguera de corrupción que se haya visto en nuestra historia republicana; desmanteló por completo el andamiaje institucional de la nación, y la sustituyó por cómplices que, a cambio de licencia para robar, le dan sustento paralegal a los excesos y barbaridades que requiere la estructura criminal en la que Maduro convirtió su gobierno.
Básicamente, ya sea por su incompetencia o por tratarse de un plan deliberado, lo que hizo Maduro fue traicionar todo lo que representó alguna vez Chávez y el chavismo. Pisoteó los acuerdos con otros partidos políticos que Chávez había reunido en una congregación política bien ensamblada. Ignoró, excluyó y persiguió, hasta el extremo de llevarlos a la cárcel, a destacados colaboradores, prominentes ministros y célebres líderes del PSUV, que hoy sufren la exclusión y el repudio de quienes fueran sus camaradas. A otros, como a Diosdado Cabello, le castró todo vínculo de poder, dejándolo disminuido hasta convertirlo en el eterno aspirante que jamás podrá saborear las verdaderas mieles del poder. Será siempre un mirón, un insignificante bravucón que solo sirve para gritar groserías y amenazar inocentes. Jamás tendrá verdadero poder. Y él lo sabe.
Todo lo construido por Chávez, en lo político, social y económico, en lo internacional y en cualquier otro ámbito, es hoy una lastimosa ruina. Maduro convirtió al movimiento político más vigoroso de Latinoamérica en un despojo, en una vergüenza y en la estafa más descarada de la historia política de la izquierda en todo el mundo.
Solo le quedan las frases huecas, los postulados y discursos vacíos y las banderas que ahora intenta levantar, manchadas de la sangre del pueblo que ha masacrado y los escupitajos que él y sus cómplices lanzan a diario sobre la tumba de un Chávez que otrora simulaban venerar, mostrando así, la traición tan artera con la que Maduro despedazó lo que fue el icono de un pueblo que sigue luchando por una Venezuela de prosperidad, de bienestar y seguridad que todos merecemos.
Por Luisa Ortega Díaz
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