(30 de junio del 2025. El Venezolano).- En Venezuela, la lucha por la democracia no puede seguir siendo rehén de intereses partidistas. Después de años de fracasos, promesas incumplidas y estrategias erráticas por parte de una oposición atrapada en su propia fragmentación, ha quedado claro que la única salida real al régimen autoritario de Nicolás Maduro debe estar en manos de la sociedad civil. La gente. El pueblo. Quienes siguen en pie, a pesar de la represión, el hambre, el exilio y la desesperanza.
Escrito por: Manuel Rodríguez coordinador de La Plataforma Ayuda Venezuela
No se trata de desechar a los partidos políticos. Son necesarios, incluso imprescindibles, para cualquier transición democrática. Pero el protagonismo que han asumido durante tanto tiempo ha sido mal manejado. Lejos de liderar una estrategia coherente y nacional, muchos de sus dirigentes han puesto por delante los intereses personales, la lucha por cuotas de poder simbólico, y una desconexión total con las urgencias reales del país. La consecuencia ha sido el debilitamiento de la esperanza ciudadana y la perpetuación de un régimen que ha destruido las instituciones, la economía y la libertad.
Hoy más que nunca, necesitamos una fuerza distinta. Una que no responda a cálculos políticos ni a encuestas. Una que surja de los barrios, de las universidades, de las comunidades organizadas, de los gremios, de los trabajadores, los médicos, los docentes, los estudiantes, los pensionados, los campesinos. Venezuela necesita un movimiento cívico amplio, plural y autónomo, que represente a todos los venezolanos, y que esté dispuesto a asumir la conducción del proceso de liberación nacional.
La sociedad civil ha sido la columna vertebral de la resistencia. Ha denunciado las violaciones de derechos humanos, ha documentado la represión, ha canalizado ayuda humanitaria, ha sostenido la voz de los más vulnerables. Pero ha llegado el momento de dar un paso más: de organizarse políticamente —sin ser partido— y asumir el liderazgo de una nueva etapa de lucha. La calle no puede seguir siendo espacio de marchas convocadas desde arriba, sino el terreno fértil de una ciudadanía que se reconozca como protagonista.
No se trata de caer en el discurso antipolítico, que tanto daño ha hecho en otras sociedades. Se trata de exigir una nueva forma de hacer política: desde abajo, desde la ética, desde el servicio público y no desde la ambición personal. La dirigencia tradicional debe comprender que ya no tiene el monopolio del cambio. Si realmente cree en la democracia, debe ceder el protagonismo, acompañar y respaldar a una sociedad civil que ha demostrado estar mucho más a la altura del momento histórico.
La experiencia internacional es clara. Las transiciones exitosas no han surgido de pactos entre élites, sino de la presión y la organización de las mayorías. De movimientos ciudadanos capaces de unir a sectores diversos en torno a objetivos comunes. En Venezuela, ese movimiento está en construcción. Y debe ser independiente, inclusivo, transparente y profundamente conectado con las necesidades reales de la población.
No hay soluciones mágicas ni atajos. Pero sí hay una ruta clara: construir poder ciudadano. Eso significa formar líderes comunitarios, articular luchas sectoriales, crear redes de solidaridad, fortalecer los gremios, recuperar el sentido de lo colectivo. Solo así se podrá enfrentar a un régimen que se sostiene no por su legitimidad, sino por el miedo y el control.
El futuro de Venezuela no se escribe en oficinas ni en negociaciones secretas. Se escribe en la calle, en las escuelas, en los hospitales, en las colas por gasolina, en las protestas por salarios dignos, en la mirada de quienes aún no se rinden. Se escribe con la tinta de la dignidad y el coraje ciudadano.
Es hora de que la sociedad civil asuma el lugar que le corresponde. No como un actor secundario, sino como el verdadero motor del cambio.
