(05 de mayo del 2021. El Venezolano).- Un buen pedazo de ladrillo rojo, de mil quinientos gramos, enfundado dentro de una oscura y vieja media, fue el arma con la que golpearon 45 veces a Honora Parker antes de morir. Cada descarga de ese kilo y medio, se multiplicó embebida en el odio del brazo ejecutor de Pauline Parker, su propia hija.
Cuando Pauline, de 16 años, se cansó; Juliet Hulme, de 15, su íntima amiga, tomó la posta. Entre las dos lograron el objetivo: Honora (45), con su cabeza destrozada, dejó de respirar.
Esta escena de la vida real, ocurrida muchísimos años antes de que Juliet devenida en Anne Perry recogiera éxitos literarios escribiendo novelas negras, debe haber sido un pilar fundante en la vocación de la autora consagrada. Solo que durante décadas nadie supo que la agradable Anne se llamaba en realidad Juliet Hulme.
La débil salud física y… mental
Juliet Hulme procedía de una familia acomodada: era la hija mayor del prestigioso médico inglés Henry Hulme y de Hilda, una conocida consejera matrimonial. Nació el 28 de octubre de 1938, en Blackheath, Londres, en el Reino Unido. Desde pequeña fue diagnosticada con problemas respiratorios y, por ello, a los 9 años fue enviada por sus padres al Caribe y a Sudáfrica, con la esperanza de que en climas más cálidos su salud mejorara.
Cuando Juliet cumplió 13 años, su padre fue nombrado rector de la Universidad de Canterbury, en Christchurch, Nueva Zelanda. La familia se instaló allí con Juliet y su hermano Jonathan, cinco años menor. Otra vez, estaban todos juntos, pero Juliet no era en absoluto feliz. Sus padres no le prestaban demasiada atención: su madre tenía un amante, Walter Perry, un ingeniero muy carismático, y su padre trabajaba demasiado. Fue la propia Juliet quien encontró juntos, en la cama, a su madre con su amante.
El divorcio de Henry e Hilda se materializó tres días antes del crimen de Honora.
Por su parte, Pauline Parker nació en 1938, en la localidad neozelandesa de Christchurch, en una familia de pequeños empresarios. Su padrastro, Herbert Rieper, dirigía una pescadería; su madre, Honora Parker manejaba una pensión. Si bien convivían, no estaban casados. Pauline era la segunda de cuatro hermanas. La mayor, Wendy, no le ocasionó a sus padres ningún problema. Pauline, en cambio, sería su gran preocupación. La tercera padecía, se cree, Síndrome de Down y fue institucionalizada y la cuarta nació con un defecto cardíaco congénito, tenía la piel azul y murió poco tiempo después.Lo que había empezado siendo una amistad incondicional se transformó en una intensa relación sentimental. Se habían enamorado y soñaban con huir a Nueva York para publicar sus textos en grandes editoriales o con adaptar al cine las piezas de Juliet para que Pauline pudiese interpretar algún papel
Juliet tenía 15 años cuando conoció a Pauline en el secundario Christchurch Girls’ High School. Ambas usaban el impoluto uniforme del colegio: blusas blancas debajo de túnicas azules. Pauline, tenía un año más y padecía osteomielitis desde los 5 años. Esa enfermedad ósea le había ocasionado una irremediable renguera. No podía jugar al tenis ni correr como el resto de los chicos de su edad y eso la tenía muy acomplejada. Sus problemas médicos las acercaron y las chicas se volvieron inseparables. La lectura fue un refugio y adoraban leer las historias de Agatha Christie y de Arthur Conan Doyle con su personaje Sherlock Holmes. Disfrutaban imaginando historias, escribiendo relatos y escenas dramáticas.
Sus extravagantes mentes empezaron a construir un mundo de fantasía donde los famosos, las películas y los asesinatos se daban cita. Ellas lo bautizaron ‘El cuarto mundo’. En ese planeta ficticio no eran Pauline y Juliet, eran Gina y Deborah.
En 1953, mientras sus padres estaban en Inglaterra y ella se quedaba en la blanca casa de Pauline, Juliet tuvo que ser internada por tuberculosis. Pauline no se separó de su cama en los casi cuatro meses que estuvo en el sanatorio. Solo quería estar al lado de su amada amiga e, incluso, llegó a decir que deseaba padecer la misma enfermedad. “Sería maravilloso”, escribió en su diario.
Honora era quien llevaba a su hija a visitarla y se convirtió en testigo privilegiado de la génesis de esa simbiosis que experimentaban las jóvenes.
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