(24 de marzo del 2023. El Venezolano).- Bienaventurado el que no se deja engañar por las artimañas del totalitarismo, el que sufre y sorbe la represión hasta el hastío, pero no claudica o se pone de hinojos, porque de rodillas solo ante Dios. Maldito el que se convierte en siervo del aparentemente poderoso y conspira con la garra que aprisiona a sus semejantes y aplaude el viacrucis de todo un pueblo mancillado. Hoy, Nicaragua, parece un escenario del Apocalipsis, repleto el país de aduladores y falsos profetas. Dice Juan, capítulo 8 versículo 44: “Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir. Desde el principio este ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!” ¿Llevará el anticristo el apellido Ortega-Murillo?
Por Sophia Lacayo
El dictador nicaragüense es, hoy por hoy, uno de los acérrimos enemigos de la Iglesia. Su religión parece abandonar la cruz e imponer la adoración de Oz y martillo, y la comunión con los garrotes, la metralla, los barrotes y la sangre.
El Vaticano anunció el cierre de su misión diplomática en Nicaragua, después de que el régimen promulgara la suspensión de las relaciones diplomáticas, siendo éste el episodio más reciente de la persecución contra los católicos. El representante del Papa en Managua, monseñor Marcel Diouf, partió con destino a Costa Rica.
Las relaciones entre ambos lados se comenzaron un proceso de deterioro total desde 2018, cuando las autoridades nicaragüenses reprimieron violentamente las protestas antigubernamentales y líderes católicos dieron cobija a los manifestantes en sus templos e intentaron mediar entre el desgobierno y la oposición.
Entonces el caudillo calificó a los religiosos como terroristas y asumió que eran aliados de quienes buscaban derrocarlo. Dos congregaciones de monjas, incluida la orden de las Misioneras de la Caridad fundada por la Madre Teresa, fueron expulsadas de Nicaragua en 2022.
El obispo Rolando Álvarez fue condenado a 26 años de prisión tras negarse a abandonar la tierra donde fue asignada su misión en un vuelo donde iban 222 disidentes y sacerdotes al exilio. Por momentos el pontífice Francisco permaneció en un silencio que muchos tildaron de complicidad. Sin embargo después de la sentencia comparó a Ortega con la figura de Hitler.
En septiembre de 2018 se restringieron también las actividades católicas dentro de los templos, e incluso de prohibieron las tradicionales procesiones previas a la Semana Santa
Pero, estos ataques son solo un episodio del calvario del feligrés nicaragüense y su relación con el sandinismo, y se remontan hasta antes de la lucha armada que los llevó al poder en julio de 1979. Es necesario subrayar que el clero católico denunció las innumerables violaciones a los derechos humanos y lanzó reclamos para el respeto de las libertades civiles y políticas. A su vez pedía elecciones libres a la dictadura de Anastasio Somoza.
En esa época tenemos que mencionar a la figura mediadora del entonces arzobispo de Managua, Miguel Obando, clave en la liberación masiva de guerrilleros y prisioneros políticos, grupo en el que se encontraba Daniel Ortega.
Paradójicamente a los recientes eventos algunos sacerdotes militaron en la guerrilla sandinista o eran activos dentro de las iglesias donde grupos católicos planificaron, según documentan algunos estudios e investigaciones históricas, acciones subversivas, traficaban armas o prestaban sus casas para ocultar guerrilleros. Entre ellos se pueden nombrar al cura guerrillero Gaspar García Laviana; el poeta Ernesto Cardenal; su hermano y exministro de Educación, Fernando Cardenal; el sacerdote Uriel Molina y el excanciller Miguel D’Escoto.
Esta especie de luna de miel en cuanto a principios sufrió una fractura en la década siguiente. Ya con Ortega en el poder.
Para destacar algunas fechas de relevancia, el 12 de agosto de 1982 el sacerdote Bismarck Carballo fue víctima de una especie de montaje por los órganos de seguridad sandinistas donde queda expuesto en una trama de infidelidad que mostró al cura opositor sin vestimenta. El 4 de marzo de 1983, en la visita de Juan Pablo II, éste reprendió al sacerdote Ernesto Cardenal, por ostentar un cargo en el gobierno. Después de este incidente su homilía fue interrumpida reiteradamente por consignas oficialistas.
El 21 de junio de 1984 fuerzas del régimen sandinista asaltaron en Managua la parroquia del padre José Amado Peña que terminó recluido en un seminario y se le prohibió oficiar misas. El 4 de julio de 1986 el obispo de Chontales, monseñor Pablo Antonio Vega, fue secuestrado y abandonado en las montañas de Honduras, tras un viaje en helicóptero. El supuesto motivo fue la denuncia realizada del asesinato de varios laicos de su entorno y otros crímenes que atribuyó directamente a Ortega.
Después de los citados incidentes de 2018, el 31 de julio de 2020, ocurre el incendio a la icónica imagen de la Sangre de Cristo, las más venerada por los católicos nicaragüenses desde 1636. En agosto del año pasado la vicepresidenta y esposa del dictador Rosario Murillo insultó a los obispos. También se han registrado ataques de paramilitares a distintos tempos, cierre de medios de comunicación de corte religioso, una vigilancia y hostigamiento permanente a los templos, amenazas de muerte, detenciones arbitrarias de laicos y agresiones físicas.
Acorde a un artículo de la BBC “La Iglesia católica ha recibido casi 200 agresiones entre abril de 2018 y mayo de 2022 en el país”
Para Ortega, él es el único digno de veneración, desde su ego criminal y autócrata. Por eso le duele tanto. Y es que la Iglesia católica, continúa siendo la institución religiosa más influyente en Nicaragua con alrededor de 6,6 millones de practicantes. Entonces, la fe, es esa espina que lacera y molesta al sandinismo, puede mover montañas y mantiene viva la palabra de Dios, tan distante de las barbaries del maligno.