(21 de abril del 2020. El Venezolano).- Además de la cuarentena decretada por el régimen de Nicolás Maduro, los venezolanos están padeciendo de la escasez de gasolina, el cual se ha ido agudizando en estas últimas semanas, por lo que tienen que realizar largar colas para surtir de combustible.
A través de un reportaje de El Venezolano Colombia, se conoció la historia de Juan Hernández lleva veinte años repartiendo agua en Venezuela. Veinte años menos cinco días. Los que lleva sin poder trabajar por culpa de la falta de gasolina en el país caribeño, donde, a pesar de sus grandes reservas petroleras, empieza a instalarse el pánico por su escasez, cada vez más aguda, en medio de la pandemia.
Muchos temen que el desabastecimiento impida la distribución de alimentos a supermercados o a la movilización de vehículos imprescindibles para el mínimo funcionamiento del país, mientras prolifera la venta ilegal de gasolina y las estampas de esperas interminables en las estaciones de servicio no suelen tener final feliz. En ocasiones, violento.
“Esta es la primera vez que hago esta cola, porque no habíamos trabajado”, explica a Wilmer Suárez, transportista de alimentos, cuando llevaba más de tres horas esperando en una gasolinera de la ciudad de Guatire, cercana a Caracas.
Pero Suárez tenía por delante cientos de vehículos y temía, en el peor de los casos, no poder repostar. En el mejor, quizás tendría oportunidad de echar a su depósito algunos litros y para eso quedaban horas de cola y mucha paciencia.
“Tengo solo medio tanque”, lamenta el joven de 27 años que solía distribuir media tonelada de alimentos diarios -incluso en medio de la cuarentena impuesta para atajar el COVID-19- en un viejo camión repartidor, antes de que la escasez de combustible trastocara sus rutinas.
A sus lamentos, se suman los de los agricultores por la pérdida de cosechas al no poder transportarlas, o los de los productores con problemas para movilizar otros alimentos de primera necesidad.
“Díás sin trabajar»
También se ha visto afectada la distribución de agua potable, otro bien codiciado en Venezuela ante el colapso de la red pública de acueductos.
“Llevo cinco días sin trabajar. Hago colas y colas y no llego (a repostar)”, cuenta a Juan Hernández, dedicado a repartir bidones de agua desde hace 20 años.
Sus clientes, todos de las ciudades de Guarenas y Guatire, cercanas a Caracas, le llaman cada día esperando que reponga los bidones vacíos, pero le resulta casi imposible lograr gasolina para llevarlos.
Preocupado por el futuro de su negocio, Hernández teme que algún repartidor “espabilado” se quede con la ruta que tardó dos décadas en tejer, y teme, más todavía, por lo vacía que va quedando su despensa.
Por ahora, ha encontrado una solución que le avergüenza: una hermana que vive en Ecuador le enviará una remesa, un dinero que solo le alcanzará para comer mientras aguarda por la normalización del suministro de gasolina y pueda así retomar sus despachos diarios.
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