(15 de julio del 2019. El Venezolano).- Solitario, deprimido, susurrante, amigo de los habitáculos pequeños, amante perdido de la guitarra, hombre melodía, provinciano que se hizo universal, antena de la raza carioca, ser sincopado, enemigo de la farándula erosiva, hombre tocado por Atenea, hijo amado de Dios: Joao Gilberto, gracias por tu aporte. Pido que una luz infinita guíe tu alma.
Con esas palabras en la red Twitter despedí a uno de los cantores más relevantes de América, Joao Gilberto, el bardo que había nacido en Bahía el 10 de junio de 1931, en una población ubicada al noreste de Brasil. Llegó a Río de Janeiro en los años 50 para escribir una de las páginas de gloria de la música de ese gigante forestal, nación multiétnica, potencia cultural. Joao Gilberto, fue un creador que en 1957 vio nacer la bossa nova, la forma musical que puso en el mapa jazzístico mundial a la patria de la samba.
La bossa nova fue el producto de una fórmula triple, hizo alquimia para florecer como forma musical: tomó la síncopa de la samba, la armonía del blue y la poesía de la nueva trova americana. Tres talentos siderales se unieron: Antonio Carlos Jobim, quien aportó la armonía con su piano. Vinicius de Moraes ofrendó la poesía de sus versos, y Joao Gilberto aportó su voz, su guitarra y su feeling:
«Anda mi tristeza
y dile que sin ella, no puede ser.
Dile una oración
para que regrese.
Porque yo no puedo sufrir más,
basta de nostalgia.
La realidad es que sin ella
no hay paz, no hay belleza,
es solo tristeza y melancolía
que no sale de mi».
(Vinicius de Moraes, 1959).
Ese legado lo agigantaron Chico Buarque, Caetano Veloso, Toquinho, María Betania, Elis Regina, Gilberto Gil. Luego vino la catapulta del saxofonista nacido en Filadelfia, Stan Getz, quien a partir de 1963 grabó álbumes que fueron récord en ventas en Europa y América, con temas emblemáticos de la bossa nova, como “La chica de Ipanema”, “Desafinado”, Samba de una sola nota”, entre otras. A partir de ese aporte, la bossa nova se hizo tendencia mundial, llegó a las emisoras de todo el mundo, la incluyeron en su repertorio artistas como Frank Sinatra, Sammy Davis Jr. La actriz-cantante Cher, el pianista y barítono Nat King Cole y la prodigiosa canadiense Diana Krall. La bossa nova llegó al cine, a las rockolas de los años 60 y anidó en el gusto de la gente de dos continentes.
Cuentan sus amigos de la adolescencia, que Joao se encerraba en los baños de la residencia de su hermana para tocar y cantar por horas. Decía que, en esos habitáculos pequeños, tenía mejor acústica para hacer su música. Siempre cantó a media voz, casi susurrando, en registros medios, con una perfecta afinación y una sensualidad innata, con la que captó muchos corazones de féminas hermosas. Él, su voz y su guitarra; constituían un universo donde nada faltaba, era un astro de gran órbita.
Así realizó infinidad de conciertos en Portugal, Nueva York, Tokio, Alemania, Roma, Canadá, Buenos Aires y México, donde vivió por dos años y grabó un álbum en el que interpretó algunos boleros en español. Uno de esos temas éxito fue “Bésame mucho”, de Consuelo Velásquez:
“Bésame, bésame mucho
como si fuera esta noche
la última vez.
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo perderte
perderte después.”
En algunas grabaciones y actuaciones lo acompañó su hija cantora Bebel, quien es dueña de un gran talento musical, hija de María Heloísa Buarque de Holanda “Miúcha”, una contralto exquisita, hermana del cantautor Chico Buarque. Aunque Bebel Gilberto Buarque nació en Nueva York, culturalmente es carioca, raigalmente brasileña: ella es una canción hecha mujer.
La primera esposa de Joao también fue cantante, compartió escenarios con él, llamada Astrud Weinert, nativa de Bahía, una políglota de exquisita voz. Se unieron en matrimonio en 1959 y nació Marcelo Gilberto Weinert quien es bajista. Llegaron a grabar juntos en Nueva York, Astrud fue “La Chica de Ipanema”: ella cantó en inglés y Joao en portugués. Al separarse, Astrud continuó en la banda de Stan Getz con quien tuvo un breve romance. En su adultez mayor se hizo pintora.
De tal manera, el trovador sereno, siempre estuvo rodeado de importantes talentos de la música, en su hogar, en los escenarios, en sus andanzas por el mundo. Las mujeres fueron sus ángeles protectores, él las amó con pasión, a ellas dedicó sus canciones, fue su cortejador; aunque con intermitencias y silencios de redonda.
Al cantor de Bahía lo persiguieron toda su vida episodios de depresión, de ensimismamiento con silencios interminables. Esos bajones vitales lo llevaron a visitar centros psiquiátricos en varias ocasiones, pero afortunadamente salió de las crisis, se repuso y siguió cantando por la vida, mostrando su misterioso talento en importantes capitales. Cuando Joao cantaba, los auditorios hacían un silencio religioso, místico, se producía un encantamiento.
En 2008 suspendió una importante gira nacional, alegando padecer un grave estado de salud. Ese hecho devino en serios problemas económicos para él, disputas legales entre sus hijos, bochornosos desalojos de su vivienda. Finalmente, desistió de volver a los escenarios, se quedó en un apartamento que le prestaron, junto a su nieta Sofía, y en pijama le cantaba, meditaba como un faquir de barba rala y enjuto, ser frágil alejado del público al que encantó con su modesta voz y su guitarra tocada de forma minimalista. Sin recursos económicos, huraño, delgado, sin los flashes que durante mucho tiempo en su vida lo persiguieron y sin firmar autógrafos; así murió el 6 de julio de 2019 de causas naturales, su organismo se fue apagando como un gemido, como la luz tenue de un quinqué. Sin dolores, sin mayores agonías, se marchó.
La noticia se hizo viral, nota de carácter mundial, los cantores manifestaron sus palabras de solidaridad y despedida, sus paisanos le escribieron hermosas endechas. Las exequias las realizaron en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, joya fundada en 1909. Por ese templo de la cultura brasileña desfilaron miles de seguidores, una orquesta de cuerda tocó sus temas inmortales. Su modesto féretro estaba colmado de flores, con un elegante velo cubriendo su cadáver, lucía bien trajeado; tal como siempre subió a los escenarios. Su mujer María do Ceu Harris, una dama mozambiqueña que conoció en los años 80 en Portugal, siempre estuvo al lado de su féretro. Estuvieron presentes sus tres hijos: Marcelo, Bebel, Luisa, y su nieta Sofía. Lo velaron entre sollozos dos mujeres que lo amaron toda la vida: Astrud Weinert la cantora bahiana y Claudia Faisol, la bella madre de Luisa.
Como colofón a su bella existencia, y como despedida a su alma carioca, Brasil se tituló campeón de la Copa América. Fue en la tarde del 7 de julio, mientras se realizaban sus exequias, con jugadas magistrales de Dani Alves el oriundo de su pueblo natal Juazeiro en Bahía. La canarinha levantó la Copa América por novena vez.
A Joao le tocó una triste tarea, la de cerrar la puerta y apagar todo en la casa que él construyó a seis manos, junto a Tom Jobim y Vinicius de Moraes, sus compañeros pioneros de la bossa nova. El primero que salió de esa morada fue Vinicius en 1980. Luego le siguió Antonio Carlos en 1994. Finalmente, Joao ha sido el último en salir, echó llave al pórtico y se despidió de las aldabas silenciosas. Esa casa, siempre será una catedral sagrada de la música.
Ahora, el cantor sereno habita en el reino de la memoria, ahora canta sin pausa, libre, libre, superando la belleza del silencio, tal como lo describió Caetano: su discípulo más querido. Solo Joao pudo hacerlo.