(03 de junio del 2021. El Venezolano).- Bajo el ritmo trabalenguoso de Maquinolandera, Jean Carlos Cruz (Levittown, Puerto Rico, 1980) se movió un poco hacia la ventana para medio recibir la eterna y agradable brisa del Caribe, sin tener que bajarle el volumen al tocadisco. Es Borinquen, la tierra del Edén. Quería seguir escuchando su bomba, y afuera el quemante sol taladraba sin compasión. La ráfaga de aire entraba por la ensenada de Boca Vieja, cruzaba la avenida costera de El Caño, y se internaba entre las paredes de latón, que crujían, como anunciando un ventarrón.
Escrito por Ramón Navarro
El ruido que producía evitaba que el joven se concentrara en el soneo de su admirado Ismael Rivera, pero, era muy poco lo que podía hacer. El estruendo imponía sus reglas. Jean Carlos, con paciente cálculo, separó la aguja del elepé, y puso el disco sobre la mesa. Apagó el tocadisco, tomó su balón de básquet y, se fue solo a la cancha que estaba a ocho cuadras de su casa. Las carencias apretaban. Lo sabía. Es hora también de contribuir con algunos dólares a la casa. ¿Cómo? Como barbero.
“Empecé en la barbería a los 15 años. Estoy cumpliendo 25 años en este oficio. Crecí en una comunidad de muy bajos recursos, y te puedo decir que entre todos nos ayudábamos. Crecí con esa filosofía de ayudar al prójimo. En 2008 abrí mi propia barbería y en 2011 creo mi Fundación en Puerto Rico y comienzo a hacer actividades para gente con necesidades especiales”.
Su propia leyenda ha quedado atrás, bien atrás, su cuna, Levittown, municipio Toa Baja, pero no la olvida. Una imperturbable constancia en saber enfrentar las desventuras, en no ceder espacio a las dudas, aunque muchas se colaron y templaron aún más su carácter, Jean Carlos es hoy, un ¿emprendedor? No.
Es un profesional de los negocios y barbero en mayúscula. Diríase un mecenas que ayuda desinteresadamente a las personas que deambulan por las calles; les corta el pelo, les da de comer, y, con las ropas que le donan, los viste. Se mueve con su camioneta, que es como una casa rodante. Monta el operativo una vez al mes. Es puro realismo urbano mayamero.
¿De dónde viene tanta filantropía? “Pienso que, de mi crianza, es como lo percibí. La madurez desde niño y veía las cosas diferentes. Crecí con esa enseñanza de que todos podíamos salir adelante. En el 2011 murió mi hermana que era la persona más cercana a mí. A partir de allí decidí, de manera más formal, establecer la fundación para ofrecer ayuda”.
Lecciones de vida
Explica que en 2017 el predominante medio de comunicación Univisión lo escogió como una de las figuras más influyentes en Estados Unidos en virtud de su desprendimiento, y esa abnegada tarea de servir. Viviendo en Puerto Rico creó la Fundación All Star, y en EEUU fundó Cortando Fronteras. El objetivo de ambos entes es bridar servicio de manera gratuita. No ha dejado de mirar a sus orígenes. Así que ayuda allá y aquí, con un pequeño grupo de asistentes, vale decir, voluntarios que asimilan el espíritu de Jean Carlos. Un héroe a su manera.
“El dinero lo saco de mi trabajo como barbero a tiempo completo. Hay gente pendiente de hacer aportes. En la última actividad que hice, una compañía quiso donar la comida, y prepararon unos sanduchitos. Agradecemos mucho ese tipo de respaldos. Otro ejemplo, en Puerto Rico hice una actividad de 24 horas corridas y llegamos a recaudar 70 mil dólares para pacientes con cáncer. Nuestra fundación no tuvo acceso al dinero. Fue a parar directamente a la organización que estábamos ayudando”.
Jean Carlos cuenta que es fanático del baloncesto, que lo practicó durante 8 años, y que su ídolo en las lides es nada más que el ex NBA, de los Utah Jazz, José Rafael Ortiz Rijos, conocido por “Piculín” Ortiz. “Crecí jugando baloncesto, y sin un papá, y con una madre trabajadora, de seis hijos, y muchas veces ausente, para no decir que no estuvo nunca. Así que me tocó trabajar desde muy joven, y con mis hermanos mayores presos”.
Las lecciones de vida las aprendió en la calle. No hizo estudios universitarios, no porque le diera alergia estudiar. No podía dejar de trabajar para ir a licenciarse en algo. “Soy empírico y reconozco el valor de las actividades que deben profesionalizarse. Por medio del Estado pude sacar mi licencia de barbero en Puerto Rico, y luego en Estados Unidos”.
En ese devenir. Jean Carlos asoma su experiencia en seminarios, comenta su historia, intenta motivar. Sus amigos, mayores que él en la isla, lo protegían, porque era el niño que hacía unos dólares en el supermercado, o lavando carros, y aportaba el dinero para la casa. “Había que enviar pesos a los hermanos que estaban allá, presos, que no tenían a nadie”.
Cuando explora algo con más sentido de organización, mide bien cómo va a lograr el auxilio que necesita para que concretar el objetivo. Una de sus premisas es “que todas participen”. En las comidas de Acción de Gracia, para 50 personas, acostumbra ir al supermercado, y ahí le donan dos o tres pavos; el otro súper le ofrece 10 libras de arroz y frijoles. Y así hasta cubrir lo que dice el plan. Luego, va una escuela de chefs. “Hago el acercamiento y ellos hacen la comida”.
Duro contraste
Armando ideas y ejecutando. Pone a todo el mundo a trabajar mientras atiende su barbería, Oleo Men´s Salon, ubicada en Miami. Nunca baja la guardia, y está pendiente de todo lo que ocurre afuera; en el circuito que activó, y adentro, cuando pasa la tijera y máquina, a artistas de alto vuelo como Don Omar, Sin Bandera, al rapero neoyorkino De La Ghetto, y otros. En su silla han estado celebridades, empresarios y deportistas.
En ese tejido -labor social- comenta lo que es una de sus autoafirmaciones: “Prefiero ir a varios sitios, para que me donen poquito, a uno que me done todo. Me gusta que todos participen”. En su panorama no discrimina a nadie.
Por eso ha extendido la mano a personas con Sida, en etapa terminal, a niños con cáncer, a mujeres maltratada, a niños abandonados, ancianos, autistas. “Con todo tipo de persona que tenga necesidad. Preparamos la cena y la llevamos a hogares de bajo recursos”.
La dinámica de ese gran día comienza tempranito. A las 7:00am. Las calles están vacías, y el camión de Jean Carlos, está lleno de alimentos. Ese domingo se acercan hasta Brickel, que es el corazón financiero de la ciudad. Condominios y negocios de lujos. “Es un duro contraste. Por un lado, gente adinerada y, por otro, indigentes”.
De pronto, detiene el auto y comienza la asistencia. “En cuanto a nacionalidad, pienso que la mayoría, de quienes están en las calles, son cubanos y estadounidenses. Con la fundación Cortando Fronteras, donde no hay culturas que nos separen, fuimos hasta Washington D.C y sorprende ver tanta gente sin hogar”.
La inquietud de Jean Carlos se evidencia en las estadísticas que maneja el propio Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, HUD. Según las investigaciones de este ente oficial, por cuarto año consecutivo, la población de gente –en EEUU- sin vivienda, sin ningún tipo de hogar, aumentó a 600 milencima de 0,6 de personas que se mantuvieron en lugares protegidos.
“Hay un poco de todo”, insiste. “Hay personas que quieren ser mantenidos por el gobierno, personas con celulares, que se ven bien, pero son adictos. Al final, no juzgo a nadie. Hay quienes prefieren vivir allí. Sé que hay hogares de asistencia para ellos”.
Su radio de acción ha llegado hasta, incluso debajo de los puentes, y también visita los hospitales. ¿Los culpables? No señala a nadie. Ni al Estado ni a ningún organismo. Ni a clases sociales. No ideologiza la actividad. “No me hago esa indagación. Solo me concentro en la ayuda”.