(09 de Febrero del 2020. El Venezolano).- Los abogados penalistas –con honrosas excepciones– terminan convertidos en maleantes más perniciosos que su propia clientela criminal. Es el caso de Jaime Lombana Villalba. Supe de él por primera vez en 2003, debido a una denuncia que nos instauró a tres periodistas que publicamos el libro “Confesiones de un narco” (ISBN: 958-28-1164-1), en el que recogimos los secretos –jamás desmentidos– de un miembro del cartel de Cali. Contó, por ejemplo, cómo llegaron a vender cocaína en Estados Unidos por medio de suscripciones de periódicos que se vendían pagadas con tarjetas de crédito, sistema que las autoridades nunca descubrieron.
En ese libro reprodujimos, íntegro, un extenso informe de la Drug Enforcement Administration –DEA– según el cual la red de lavado de activos del narcotráfico más grande del mundo era la de la familia del caleño Hugo Cuevas Gamboa. La investigación, liderada por el célebre agente Greg Passic, encontró que el aparato criminal de Cuevas Gamboa tenía su cuartel general en Costa Rica, desde donde lavaba cada semana 50 millones de dólares de hace 20 años.
La denuncia de Lombana, que, a todas luces, redactó borracho, sugería que los autores rectificáramos el informe oficial de la DEA, organismo al que, obviamente, jamás se atrevió a reclamarle absolutamente nada. Era un memorial de cagatinta, irracional y estúpido, como lo demostró mi abogado y buen amigo penalista Carlos Toro López en un escrito de respuesta en el que enumeró y echó por tierra las sandeces de Lombana, comenzando por el hecho de que en su demanda temeraria de rábula rabioso nunca especificó qué pedía, qué infracción legal se pudo haber cometido, ni qué elementos de juicio aportaría. Lombana, por supuesto, perdió el caso, pero, eso sí, debió haber recibido multimillonarios honorarios que los defraudados delincuentes Cuevas sacaron para pagárselos de sus réditos de lavadores y, de paso, es probable que se los hayan lavado también.
Hoy, 17 años después, vuelvo a saber de Jaime Lombana, pero con dos diferencias: el lavador esta vez es él mismo y el denunciante soy yo ante el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, con la asistencia legal de mis amigos, ambos brillantes penalistas, Daniel Mendoza y Juan Carlos Trujillo.
En nuestra denuncia enumeramos siete cuentas bancarias de Lombana en un banco debidamente identificado de Curazao. Fueron abiertas por Internet a nombre de terceros que, con excepción de un solo caso, ignoran que figuran en ellas y de las cuales él es el primer beneficiario y único operador. Se nutren con giros constantes de dinero que salen de Colombia, por lo menos, y terminan preferencialmente en Estados Unidos mediante traslados bancarios en muchos casos a una empresa inmobiliaria perfectamente identificada por mí. No suministro los detalles de la operación debido a que hacen parte de una investigación judicial federal con reserva penal. Tardé algo más de un año investigando el caso y opté por elevar el denuncio cuando descubrí que la Corte Suprema de Justicia había recibido un testimonio bajo la gravedad del juramento de un testigo de primera mano que dijo haber encontrado no siete sino 14 cuentas de Lombana en Curazao, según información que –agrega el testigo– le fue entregada a la Fiscalía General de Colombia, entidad que la engavetó de entrada.
Nuestra denuncia fue instaurada en Estados Unidos por dos razones básicas: la corrupción absoluta de la Fiscalía General de Colombia, donde los delitos de Lombana tienen inmunidad (todos los casos en su contra cumplen la misma función que el papel higiénico de los baños del llamado “búnker” o sede central de ese organismo) y porque el delito se cometió en ese país.
En cada oportunidad que durante los últimos años Lombana ha entrado a Estados Unidos ha sido detenido en los aeropuertos debido a que también tiene otras marcas judiciales por haber tratado de entrar impunemente a ese país violando el tope de dinero que una persona puede llevar libremente y por poseer bienes raíces en Nueva York adquiridos con dinero de oscura procedencia y violando leyes locales.
En enero pasado fue detenido por última vez en el aeropuerto de Miami y puesto más tarde en libertad.
En su práctica de abogado, llena de cochambre, al contratar sus “servicios”, por una mayor tarifa Lombana incluye lo que llama “manejo de medios”. Consiste en mandarle tarrados de mierda por la cara, sin derecho a réplica, a quienes le piden sus clientes delincuentes. Esto lo hace por las alcantarillas de la radio, de las redes sociales y por medio de una sección del periódico “El Tiempo” llamada “Unidad investigativa”. También, trafica bajo de la mesa con piezas procesales por esos mismos canales. Hinchado de alcohol y los ojos brotados, se hace entrevistar para lanzar él mismo los excrementos de sus servicios cuando se trata de cumplirles con mayor eficiencia a los clientes que le pagan más por esta táctica abogadil excremental.
Recientemente, Jaime Lombana puso a quienes le cuidan el garito a botarme sus deyecciones a la cara desde una emisora llamada “La W”. Entregó por debajo de la mesa pedazos de unas listas de resúmenes de interceptaciones telefónicas hechas por un fiscal corrupto, de apellido Betancur, que trabaja para Lombana. El pedazo que pusieron rodar por los albañales Lombana y Betancur dice que a mí (solamente citan mi apellido) me compraron un pasaje a Madrid pero que me dejó el avión. De allí dedujeron entre todos que he sido sobornado no sé para qué por Jorge Mattos. De inmediato, protesté en varios trinos de mi cuenta @heliodoptero y enseguida me llegó un mensaje en el que un tipo llamado o apodado “Calvás” me decía que en ese baldado de mierda no tenía que ver su jefe, Julio Sánchez Cristo, quien se declaraba “impedido” (así dijo) y que cuando ocurren esos impedimentos la responsabilidad ad hoc la sume “Calvás”. Le respondí a “Calvás” que me diera el teléfono de Jorge Mattos, se negó, pero al fin me lo envió. Llamé a Mattos y le pedí que mostrara cómo era que me había sobornado con un tiquete para un vuelo en el que jamás estuve. “Calvás” lo citaba a él como fuente.
Obviamente, Sánchez Cristo ni “Calvás” tuvieron la decencia de darme el derecho a la réplica. Se limitaron a lanzarme estiércol por cuenta de su cliente Jaime Lombana. No obstante, por mis propios medios obtuve copia íntegra del documento de las chuzadas ilícitas hechas entre Lombana y el fiscal corrupto y lo publiqué en su totalidad, sin ninguna clase de comentarios, en mi página www.lanuevaprensa.com.co, (ver aquí) la cual fue hackeada brutalmente y así permanece pero pronto estará otra vez en funcionamiento, cueste lo que cueste.
El relato sobre el modus operandi de Sánchez Cristo queda para el libro que estoy escribiendo desde hace un buen tiempo con un importante escritor e investigador argentino. El propósito final es el de producir una serie de televisión con un consorcio de Barcelona sobre un país amenazado, corrompido y confundido que va y viene animado y desalentado por mentiras estratégicas y virales. Allí, Lombana tendrá el protagonismo que le corresponde.
Días más tarde, completamente drogado con la modalidad alcohólica que lo caracteriza, Lombana se hizo entrevistar en “La W” y otro desagüe llamado “La FM”. Entonces, volvió a tirarme tarros de mierda a la cara, uno tras otro, sin ningún derecho a replicar. En síntesis, dijo de mí: 1) Que obro a sueldo, 2) Me trató de “criminal” y de “coautor”, no sé de qué, y, 3) Que hago parte de una organización criminal. Menudas calumnias las de este grandísimo mal parido. Juzga por su condición.
La dipsomanía de Jaime Lombana no lo exime de culpa penal por sus infamias criminales y de eso se han encargado ya mis abogados, amigos entrañables y socios en La Nueva Prensa, Daniel Mendoza y Juan Carlos Trujillo.
El sistema de litigar en las alcantarillas regando sus excrecencias para todas partes es la manera como Jaime Lombana suple su mediocridad absoluta como abogado penalista: intenta ganar en el mierdero que arma y entre el que él mismo se revuelca en las emisoras de radio, pero pierde sistemáticamente en los estrados judiciales, donde es el hazmerreír de jueces, fiscales, procuradores y abogados.
No hace mucho, harto de alcohol, instauró una tutela para tratar de conseguir que me retractara de una columna (esta) que escribí en La Nueva Prensa sobre el sórdido político y ex ministro guajiro Amílkar Acosta. Daniel Mendoza y Juan Carlos Trujillo respondieron el pedido ridículo, antijurídico, desvirolado y petulante de Lombana. Ganamos, sobra decirlo. Pero Lombana permaneció caído de la borrachera en alguna casa de citas y cuatro días después llegó resoplando al juzgado para tratar de apelar, pero se lo impidieron, no por el tufo que llevaba sino porque estaba fuera de tiempo. No sé que excusa le inventó a Acosta ni cuánta plata le hizo pagar por los efectos de esta borrachera. Lo estafó.
El caso más dramático, por el daño inmenso que hizo Lombana, fue su papel de payaso durante el juicio por la muerte de muchacho Andrés Colmenares, ocurrida en octubre de 2010, en el caño el Virrey, de Bogotá. Se ofreció a “defender” a la familia del joven y ensució de tal manera el proceso que el mismo Lombana terminó sancionado con arresto por la juez de la causa. Su mediocridad y su borrachez fueron tales que nunca pudo desmostar ni siquiera lo obvio: que el muchacho fue asesinado. De esa manera, mal podía Lombana en su delirio atribuirle responsabilidad penal a nadie y aún así tres jóvenes estuvieron presos injustamente. Así de mal abogado es: no sabe que si no hay un crimen probado menos pueden existir culpables. Eso lo sabe hasta un “jalador” de carros de Bucaramanga.
En el caso de Colmenares recurrió durante años al mismo sistema de botar caca ebrio, a diestra y siniestra, por las emisoras de radio a cambio de darle propinas a los periodistas que le hacen el juego para completar lo del mercado.
Alguna vez tuve la oportunidad de desayunar con el padre del joven Colmenares y expresarle mi pesar por el hecho de que al dolor por la muerte terrible de su hijo tuvo la desgracia de tener a Lombana como abogado de su causa, con lo cual se echó a perder cualquier esperanza de recibir merecida justicia.
La faceta más cobarde de Jaime Lombana es el trato sanguinario que les da a las mujeres. Las revienta a golpes. Pululan las denuncias y los testimonios. Son quienes más han sufrido las consecuencias de las borracheras lumpenescas de este sujeto. Antes de escribir esta columna de opinión hablé con varias de ellas.
Un siquiatra que conoce a Lombana me lo describió de la siguiente manera:
“Es narcisista, es decir, ha sufrido con la imagen real o imaginada de un padre autoritario, despótico y agresivo, como él es hoy, que lo descalificaba y humillaba. Este trauma de la infancia lo guarda como un secreto vergonzoso, es el centro de su personalidad insegura y resentida, que lo lleva a agredir a todo aquel que se le parezca al padre autoritario y humillante o a toda aquella circunstancia o institución que resulte un escenario parecido a los de sus pasadas vergüenzas y ridiculizaciones. Sus inseguridades son siempre enmascaradas con actitudes arrogantes, violentas, pedantes y prepotentes, buscando que los demás no veamos a la persona descalificada y avergonzada que hay y siempre habrá en él. El alcohol es su elixir para liberar ese demonio y por ello busca a toda hora sus efectos, le ayuda a desfogar agravios, violencias y descalificaciones humillantes que no puede olvidar. Ofende, lenguaraz y físicamente, para elevar su autoestima y descargar sus miedos y sus tensiones emocionales reprimidas. La vida sexual se ve afectada por las mismas razones. La mayoría de hombres como él son eyaculadores precoces y padecen de disfunción eréctil, lo que los hace cargarse de mayor frustración y violencia, principalmente contra las mujeres, a las que no consiguen satisfacer”.
La visión de este siquiatra dilucida perfectamente las razones de las reparticiones de estiércol de Lombana como práctica cotidiana de su profesión. Esclarece la causa de su borrachera consuetudinaria y sus arrebatos de violencia contra las mujeres.
Lombana realmente cree que inspira miedo. Así interpreta la actitud de quienes al verlo en los cantinas, prostíbulos, lupanares o casinos que frecuenta, se alejan de él antes de que comience, atiborrado de aguardiente, a lanzar puñetazos, patadas y manotadas de mierda.
Pero no es miedo lo que despierta, es asco.