(26 de junio del 2024. El Venezolano).- La semana pasada pasé uno de los mejores momentos de mi vida en la entrega de los premios Tony, donde tuve oportunidad de presentar una canción de Suffs, el musical de Broadway del que soy coproductora sobre las sufragistas que lucharon por el derecho de las mujeres a votar. Y más me emocioné cuando Suffs se llevó los premios al mejor guion y mejor banda de sonido original.
Ya sea Suffs o sea Hamilton, siempre me encantó el teatro que habla de política. Pero no así al revés. Con demasiada frecuencia abordamos los momentos cruciales, como el debate de esta semana entre el presidente Biden y Donald Trump, como si fuéramos críticos teatrales. Pero ahora estamos por elegir presidente, no “mejor actor”.
Soy la única persona que ha tenido que debatir con ambos: con Trump en 2016, y con el entonces senador Biden en 2008, durante las primarias demócratas para la elección presidencial. Viví en carne propia la aplastante presión que implica subirse a ese escenario, y sé que cuando participa Trump es prácticamente imposible enfocarse en lo esencial.
En nuestros tres debates de 2016, su catarata de insultos, interrupciones y mentiras apabullaron a los moderadores y perjudicaron a los votantes, que estaban frente a la pantalla para enterarse de nuestra visión para el futuro del país. Y no olvidemos que el primero de esos debates marcó un récord, con una audiencia de 84 millones de telespectadores.
Intentar refutar los argumentos de Trump como en un debate normal es una pérdida de tiempo, simplemente porque es prácticamente imposible identificar cuáles son esos argumentos. Y en los años que pasaron desde entonces, todo empeoró mucho más. No me sorprendió para nada que después de una reciente reunión, varios CEOs hayan dicho que Trump, como lo describió un periodista, “no logra sostener una línea de razonamiento” y “salta de acá para allá”.
Sin embargo, es tan poco lo que se espera de él para este jueves que salvo que se prenda fuego literalmente frente a las cámaras, algunos dirán que estuvo a la altura de la investidura presidencial.
Tal vez Trump divaga y despotrica para evitar tener que responder de manera directa sobre sus posturas más impopulares, como las restricciones al derecho al aborto, las exenciones impositivas para los megamillonarios, o rematar nuestro planeta a cambio de aportes de campaña de las grandes empresas petroleras. Él interrumpe y hostiga —en determinado momento llegó a perseguirme por el escenario— porque quiere parecer dominante y desequilibrar a su adversario.
Esas artimañas fracasarán si el presidente Biden es tan directo y contundente como lo fue en marzo, cuando se enfrentó a los abucheadores republicanos durante su discurso sobre el Estado de la Unión. Al presidente también lo asisten los hechos y la verdad. Lideró la recuperación de Estados Unidos de una crisis sanitaria y económica histórica, con la creación de más de 15 millones de puestos de trabajo, aumento de los ingresos de las familias trabajadoras, desaceleración de la inflación y un vertiginoso aumento de las inversiones en energía limpia e industria de avanzada. Biden ganará el debate si logra que ese mensaje llegue a la gente.
Para los debates de 2016 me preparé intensamente porque tenía que encontrar una manera de superar las payasadas de Trump y ayudar al pueblo norteamericano a comprender lo que realmente estaba en juego. En debates simulados de 90 minutos sobre un escenario idéntico al que iba a utilizarse, practiqué cómo mantener la calma frente a preguntas tramposas y mentiras descaradas sobre mi historial y mi carácter. En esos ensayos, Trump fue interpretado por uno de mis asesores, que hizo todo lo que pudo para provocarme, ponerme nerviosa y sacarme de quicio. Y funcionó, reseñó La Nación