Por donde se vea Venezuela, la crisis la cubre por cualquier lado. Quizás, la forma más inmediata de comprender la dimensión de su problema, es reconociendo la tozudez de quienes la han gobernado. No sólo en lo que va de siglo XXI. Incluso, desde que intentó independizarse del Imperio Español. O sea, desde el mismo 19 de abril de 1810. Más aún, desde el 5 de Julio de 1811.
En consecuencia, la historia política venezolana no es otra que la descripción de una serie de hechos que no terminaron de imbricarse entre sí. Particularmente, por causa de la incongruencia que caracterizó la degradación y contracción que vino afectando su dinámica política. Siempre confundiéndose con determinaciones que no encontraban forma ni sentido pues no encajaban con el concepto de República que requería utilizarse al momento de constituirse en “Estado” bajo el influjo de la autonomía institucional. Y ésta, implicaba asumir dicha categoría, apoyada en la consabida y debida soberanía política. Asimismo, en la separación de poderes públicos.
Tan serio problema, afectó el discurrir político venezolano. Al extremo que por todo ello, careció de la hilaridad que demandaba la construcción de una nación comprometida con conceptos tan solemnes como los que implicaban su crecimiento, desarrollo, democratización e institucionalización. Por eso, la retahíla de Constituciones que conocieron vida política desde 1811 hasta 1999, no pudieron cimentar los valores y principios que sus preceptos referían cada vez que se sancionaba una Constitución Nacional.
Tales vacíos, hicieron que emergieran graves incoherencias que, en el tiempo, fueron acumulándose. De esa manera, agudos y sustanciales problemas que lejos de evitarse, agrandaban más el tamaño de las numerosas crisis que se venían encima. Crisis tanto del tipo de acumulación, como del tipo de dominación. Pero también, crisis de organización, producción, planificación, administración y de evaluación de lo alcanzado.
La concentración social y territorial de la riqueza y del poder, distorsionaron y consumieron oportunidades que nunca más pudieron resarcirse. Fue así como a todo ello se agregó una crisis de identidad que desalentó capacidades y absorbió recursos que finalmente, terminaron creando un estado de confusión, descomposición y resignación que, históricamente, vino insumiendo al país en un marasmo del cual no ha sido posible escapar.
Por lo contrario, cada cierto tiempo, la crisis de valores y principios que viene arrastrando desde el siglo decimonónico, ha hundido más a Venezuela. Tanto que ahora, al término de la segunda década del siglo XXI, le ha resultado imposible encarar la falta de conciencia histórica que le impide fraguar un proyecto histórico del tipo socio-político y socioeconómico que articule su razón de ser. Fundamentalmente, como Estado democrático y social de Justicia y de Derecho, a la esencia de lo que exige el sentido y sentimiento de nacionalidad y ciudadanía.
Como resultado de tan abrupto, desordenado y desproporcionado crecimiento geopolítico, Venezuela se estancó. Su relativo o escaso desarrollo fue tan traumático, que nunca superó los objetivos que, cada discurso político, pregonaba. Ahora, cuando el país se halla sumergido en un mundo cambiante determinado por verdaderas revoluciones que en su entorno se han dado, sus limitaciones han empeorado su devenir.
El desespero de la cúpula política por vincularse a una élite internacional que no atiende su alaridos, es tan escandaloso y desvergonzado, que terminó pervirtiendo la moral pública al exponer una serie de criterios que no se ajustan a los requerimientos de lo que traza un modelo de desarrollo económico y político realmente democrático.
A fuerza de represión, el régimen actual, ha pretendido hacer que el país se degrade para así justificar sus equivocaciones con pretextos infundados. Sin importar que hayan conducido a que, ante los ojos del mundo y propios, se haya convertido a Venezuela en un insólito caso. Propio de ser revisado con profunda vista indagadora, pues pareciera estar perdida en la “dimensión desconocida”.
Antonio José Monagas
@AJMonagas