(16 de diciembre del 2021. El Venezolano).- Cada 10 de diciembre desde 1948 la comunidad internacional reflexiona sobre la importancia de los Derechos Humanos, tan vitales para preservar nuestra principal condición como humanidad ante sistemas totalitarios volátiles que aún los ignoran, pretendiendo esclavizar y humillar al individuo o comunidades enteras.
La Asamblea Nacional de la ONU aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos convirtiendo tan magna fecha en un recordatorio de lo que puede hacer el paso de la maldad entre los hombres. Fue leída con dolor después del cierre de Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de concentración de la historia de la humanidad, donde fueron asesinados 1.1 millones de personas de la manera más brutal y despiadada.
Durante el terror nazi las cámaras de gas y los hornos crematorios llegaron a matar hasta 5.000 personas por día. Este Holocausto fue el predecesor de esta declaración de la ONU, hace 73 años, 3 años después de la liberación de Auschwitz. En hebreo Holocausto significa Shoá, la catástrofe. La demostración de que la mayor catástrofe humana es la corrupción del alma que convierte al hombre en el lobo del hombre.
Se calcula que en total fueron seis millones de judíos los exterminados en tres años de locura genocida en casi toda Europa. Nuestra extraña especie no solo lo olvida sino que hace caso omiso a las violaciones de su tiempo
El terror del hombre convertido en el lobo de otros humanos continúa, principalmente contra mujeres como la periodista china Zhang Zhan, encarcelada, invisibilizada y en peligro de morir en prisión por atreverse a informar sobre los peligros del Covid 19 mucho antes de que se expandiera esta pandemia por un gobierno comunista convertido en el gigante económico al que todo el mundo debe hacerle reverencia.
O la activista iraní, Narges Mohammadi, encarcelada y condenada a 80 latigazos por denunciar en 2019 las muertes de cientos de manifestantes a manos de la policía de la dictadura islámica. El delito de ellas es obvio, atreverse a ser la voz de la conciencia en su lucha por defender al hombre de su mayor depredador. Sin embargo el problema no se ubica tanto en el poder despiadado e infinito de los tiranos sino en la indiferencia, el silencio y el olvido del resto del mundo.
El pasado miércoles esa misma ONU declaró La migración venezolana como el éxodo humano más grande de la historia de América Latina: 6 millones de venezolanos dispersos por el mundo, en un plan de destrucción de familias enteras, propias de una sola nación, implementado por un régimen criminal, el mismo que unos días atrás fuera reconocido como gobierno legítimo por el propio organismo que alguna vez aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Aquí la ONU de Bachelet obvia la cifra de muertes en Venezuela como consecuencia de un régimen sangriento así como otras violaciones obvias por el uso excesivo de la fuerza, como torturas, detenciones arbitrarias y violaciones al debido proceso, violación severa a la libertad de expresión y de prensa, represión selectiva y persecución a los venezolanos por motivos políticos, ejecuciones extrajudiciales, y uso y abuso -a su libre albedrío- del máximo tribunal, TSJ, para levantar procesos falsos y privar de libertad a cualquiera que consideren criminalizar sin el debido proceso.
Más de 6 millones de venezolanos fuimos desplazados de nuestro propio país por el lobo que secuestró la vida, el Estado y los poderes, para masificar una crisis de continuas violaciones de derechos fundamentales.
Un lobo que ante el ojo público ha privado a los venezolanos de su derecho a la salud, la educación y la alimentación. Un ciudadano que perdió el derecho a una vida digna, cerca de los suyos, convertido en mera víctima de una inseguridad agobiante, con una economía destruida, ciudades en ruinas y una migración que destruyó no solo familias enteras sino el futuro de millones incluyendo 4 generaciones de niños y jóvenes que jamás sabrán lo que significa ser venezolanos productivos y felices en su propia tierra.
Una catástrofe normalizada, banalizada, olvidada. Por eso un día como hoy no lamentamos tanto el lobo que aúlla como el señor de la maldad presumiendo aún todo su poder entre las praderas usurpadas, sino el silencio cómplice de un mundo mórbido, con extrañas costumbres de jugar a la neutralidad mientras el sufrimiento sucede, tal como ocurrió con los peores delitos de guerra cometidos contra la humanidad.