(13 de agosto del 2025. El Venezolano).- En marzo de 2003, el presidente George W. Bush apareció ante las cámaras para lanzar un ultimátum de 48 horas a Saddam Hussein: abandonar Irak o enfrentar una coalición militar encabezada por Estados Unidos. No fue un mensaje improvisado. Era la culminación de un proceso en el que Washington había identificado a Hussein como un enemigo existencial: un actor que combinaba ambiciones militares, violaciones sistemáticas de resoluciones de la ONU y vínculos con el terrorismo. La decisión de Bush de actuar sin el respaldo explícito del Consejo de Seguridad de la ONU reflejó una convicción: cuando el enemigo es claro y la amenaza inminente, Estados Unidos no puede esperar a que la burocracia internacional se ponga de acuerdo.
Hoy, bajo la administración de Donald Trump, esa misma lógica ha encontrado un nuevo objetivo: Nicolás Maduro. Pero el terreno ha cambiado. No se trata ya de un Estado hostil convencional, sino del cabecilla de una organización criminal-terrorista transnacional: el Cártel de los Soles. En julio de 2025, el Departamento del Tesoro designó formalmente a este cártel como Organización Terrorista Global Especialmente Designada (SDGT por sus siglas en inglés), y días después, el Departamento de Justicia elevó la recompensa por Maduro a 50 millones de dólares, la cifra más alta en la historia para un líder en funciones.
De Bagdad a Caracas
En operaciones militares, la identificación del enemigo es la piedra angular de la estrategia. En 2003, Hussein fue descrito como un líder imprevisible, en posesión de armas de destrucción masiva, que había burlado inspecciones y acumulado poder militar en violación de acuerdos internacionales. En 2025, Maduro es descrito como un lider criminal que ha capturado el Estado venezolano para proteger y expandir una red de narcotráfico con alcance hemisférico.
La similitud no está en la forma del régimen, sino en el proceso de clasificación estratégica: ambos son presentados como amenazas directas a la seguridad nacional estadounidense. En ambos casos, Washington ha pasado del lenguaje diplomático a la narrativa de neutralización. Y en ambos, la acción unilateral —o con coaliciones limitadas— se considera legítima ante la inacción o parálisis del sistema multilateral: ONU, OEA, CPI.
Dos estrategias, un mismo principio operativo
La administración Bush aplicó la doctrina preventiva: actuar antes de que el adversario tenga la oportunidad de infligir daño. Para Saddam, esto significó invasión, captura, juicio y ejecución.
La administración Trump, en cambio, ha optado por un modelo más adaptado al siglo XXI cuando el objetivo es un líder criminal-terrorista y no un Estado formal:
- Reencuadre legal: designación del Cártel de los Soles como SDGT.
- Máxima presión económica y judicial: acusaciones penales, sanciones financieras globales y congelamiento de activos.
- Incentivos asimétricos: la recompensa de 50 millones de dólares funciona como un multiplicador de riesgo interno para el círculo de protección de Maduro.
- Opciones de fuerza limitadas: acciones extraterritoriales específicas contra nodos operativos del cártel, sin recurrir a una invasión convencional.
El mensaje a la estructura de poder de Maduro es claro: no se le trata como jefe de Estado legítimo, sino como el capo o líder de una organización terrorista global.
Escenarios y riesgos: cómo termina la amenaza
La experiencia en Irak muestra que, una vez que Estados Unidos fija como objetivo la eliminación, neutralización o reducción de un enemigo, el desenlace no es cuestión de si ocurrirá, sino de cuándo y cómo. Pero el caso venezolano presenta variantes:
- Arresto: captura por fuerzas internas o mediante cooperación internacional; extradición a Estados Unidos.
- Fuga: salida hacia un país no cooperante como Rusia, Turquía, Emiratos Árabes, prolongando el conflicto.
- Colapso interno: ruptura del aparato de seguridad y pérdida de control sobre la red criminal, enfrentamiento entre bandas.
- Negociación condicionada: salida pactada a cambio de garantías personales.
A diferencia de 2003, la opción de ocupación militar total es poco probable. En cambio, el escenario más plausible es una combinación de asfixia financiera, erosión del círculo de lealtades y operaciones puntuales que terminen en arresto o colapso interno.
Lecciones estratégicas
Desde una perspectiva operativa, el caso Maduro representa la aplicación de la “teoría del enemigo” a un adversario híbrido —criminal y político— que no encaja en las categorías de la Guerra Fría ni en las de la guerra contra el terrorismo posteriores al 11S —fecha de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York—. Washington ha adaptado su manual: sustituye la ocupación militar por la guerra judicial-financiera, y la disuasión diplomática por la presión continua sobre la red personal del capo o líder.
En el terreno, el efecto buscado es el mismo que en 2003: aislar al enemigo, quebrar su estructura de mando y dejarlo sin salida segura. La diferencia es que hoy, la línea de llegada podría no ser un tribunal en su propio país, sino una celda federal en Estados Unidos.
Enemigo para la seguridad de Estados Unidos

*SDGT: Terrorista Global Especialmente Designado
** NRP y SDGT refuerzan persecución legal contra Maduro.
La historia de Saddam Hussein nos recuerda que, una vez que un líder cruza la línea y se convierte en “enemigo” para la seguridad nacional estadounidense, el desenlace está sellado. La cuestión —para Nicolás Maduro— no es si Washington actuará, sino cuál de los escenarios se materializará primero.