(12 de agosto del 2021. El Venezolano).- “Pobrecito México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, la famosa frase que se le atribuye al dictador Porfirio Díaz, pero que en realidad fue escrita por el intelectual Nemesio García Naranjo, hoy cobra un significado especial y quizás afortunado para los venezolanos y su empeño por lograr salir del laberinto.
Ya parece ser un hecho que la nueva ronda de negociaciones entre el gobierno de Maduro y el llamado G 4 de la oposición (Primero Justicia, Voluntad Popular, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo) se iniciará a fin de este mes en el país azteca. Y lo que no se logró ni siquiera con la bendición del Santo Padre desde Roma, ahora quizás pueda generar el anhelado humo blanco, gracias al interés del mismísimo Tío Sam.
Y es que, a diferencia de todos los intentos anteriores, en México no solo están claros los términos y objetivos de cada bando, sino que hay voluntad política para negociar. Y no me refiero a la que pueda existir entre gobierno y la oposición, sino la que tienen Maduro y los ejecutores de las sanciones. Es decir, Washington y Bruselas, que ahora están jugando en llave.
Estados Unidos y Unión Europea comparten la misma visión y estrategia para el caso venezolano: Abrir y consolidar espacios para la acción política a través de procesos electorales verificables y que permitan el reagrupamiento de la oposición venezolana, siempre y cuando este variado conglomerado decida tomar ese camino.
Solo hay que escuchar a Juan González, encargado de Latinoamérica en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, cuando declara justo en la víspera que Estados Unidos continuará presionando por elecciones libres y justas en Venezuela.
“Nuestra perspectiva, que ha sido articulada entre los Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, es que la comunidad internacional continuará presionando por elecciones libres y justas”, expresó en una sesión informativa telefónica con periodistas.
Léase muy bien. Elecciones libres y justas, pero no necesariamente presidenciales. Y allí está el detalle como diría el amigo Mario Moreno.
Es inocultable el entusiasmo de Maduro por la cita mexicana. Lo toma como un triunfo y en realidad lo es, porque es un reconocimiento implícito de la comunidad internacional a su capacidad de ejercer el poder en Venezuela. De allí su sonrisa de satisfacción cuando habla del tema.
El madurismo asistirá a México con unas metas muy claras, como son la eliminación de las sanciones (especialmente las personales) y gobernar por siempre, aunque tengan que ceder espacios, pero nunca el poder. Lo que no se sabe es que estarían dispuestos a ofrecer al sector opositor y a la comunidad internacional. Y eso es lo que se va a averiguar en México.
En la otra acera resulta obvio que no hay ningún entusiasmo por esta nueva ronda de negociaciones, donde los opositores llegan sin convicción, ni objetivos claros. Están allí por decisión de la comunidad internacional, no como producto de un proceso de acumulación de fuerzas que haya puesto en jaque al gobierno de Maduro.
El liderazgo político en Venezuela está en bancarrota. Tanto el oficialismo como en las diferentes oposiciones en cuadro es exactamente igual. Mínimo respaldo y masivo rechazo. El país no cree en nada ni nadie y eso es lo peor de nuestra tragedia. Pero es especialmente terrible para quienes enfrentan a Maduro, porque al menos este tiene el poder.
Debilitada y fragmentada, la oposición venezolana sin embargo tiene un arma poderosa. Solo que no tiene permiso desenfundar y para jalar el gatillo. Se trata de las sanciones económicas que impusieron Trump y la Unión Europea y que son la materia de mayor interés para el madurismo.
Así llegamos al capítulo mexicano, donde Washington ya no es un factor contrario a negociar, sino todo lo contrario. En la historia reciente de los llamados diálogos entre oposición y gobierno, cuando había fuerza en la calle y el madurismo ofreció acuerdos con garantías mutuas, Estados Unidos advirtió a la oposición que no aceptara ningún trato. Primero fue Tillerson cuando era Canciller y luego el propio Vicepresidente Pence, quien convenció a Leopoldo López que no suscribiera ningún documento, con Zapatero esperando en la salita del apartamentico de Ramo Verde.
Eran los tiempos cuando Trump se jactaba de tener comunicación directa con generales venezolanos e incluso se atrevió a decirles públicamente que el tiempo se agotaba. Pero la fractura nunca ocurrió. Los militares no abandonaron a Maduro y quizás después de disfrutar las botellas de escocés que recibieron de adelanto, bloquearon a Trump en el WhatsApp y adiós luz que te apagaste.
Por supuesto nunca sabremos que hubiera ocurrido de haber habido un acuerdo en esos días y mucho menos si las partes, especialmente el gobierno, lo hubiera cumplido. Es sencillamente un ejercicio inútil.
Lo cierto es que después de varias vueltas estamos de nuevo ante la posibilidad de un convenio, que quizás permita despejar la ruta. La buena noticia es que los verdaderos actores están en la misma habitación y con ánimo de llegar a un acuerdo que no sólo permitirá la celebración de unas elecciones verificables y con la presencia de observadores internacionales, sino lo que es quizás más importante: Sin obstáculos para la acción política de los candidatos. Es el camino que toca recorrer.