(17 de septiembre del 2019. El Venezolano).- “Si no hay, no hay, así de sencillo”, le respondió el médico a Geraldine León, profesora de la Universidad Central de Venezuela (UCV) que narra lo que es velar por los padecimientos crónicos de sus padres. Vacilar el desabastecimiento, aceptar los retos de la crisis hospitalaria y sufrir las consecuencias personales y ajenas de vivir una Emergencia Humanitaria Compleja en donde se le vulneran múltiples derechos, se ha convertido en la vida de muchos venezolanos.
León es cuidadora principal de su padre, quien hace tres años fue diagnosticado con cáncer de recto bajo, siendo sometido a quimio y radioterapias hasta desaparecer lo benigno. Actualmente padece de alzheimer, hipertensión y diabetes. Su madre, -a quien también atiende-, comparte el exceso de azúcar en la sangre; además sufre del colesterol y osteoporosis. En sus 20 años de servicio como docente, Geraldine ha tenido la obligación de atender las necesidades de sus progenitores, haciendo todo lo que esté a su alcance para tratar alguna mejoría o mantenerlos estables en sus diversas patologías.
“Yo soy su hija, tengo otros hermanos, pero he sido yo la que ha estado pendiente de ellos. Eso genera un desgaste puesto que la atención para ambos debe ser exclusiva”, explica al señalar que la situación con los meses se ha acentuado. Sin embargo, el sinfín de problemas presentes en el área de salud en Venezuela también demandan vigilancia; y además de sus padres debe hacerle seguimiento a los medicamentos.
La odisea de acceder a las medicinas y el esfuerzo de cumplir un tratamiento
Como padecimientos, cumplir con el control de la diabetes e hipertensión para Geraldine León ha sido una situación dura. Recuerda que hubo una época en la que tenía acceso por medio de diferentes programas. Existían posibilidades de obtenerlos con descuentos significativos y con meses de sustento. Pero al presentarse el desabastecimiento, desde hace aproximadamente tres años, según su perspectiva, la farmacia se quedó sin medicamentos. Afirma que todos los anaqueles están vacíos y no hay para tratar absolutamente nada.
“A veces no se consiguen y cuando consigues, por ejemplo el Atenolol que es el que toma mamá para hipertensión, viene con diurético y ella toma sin diurético. ¿Qué opta uno como persona ante el desespero de no dejarla sin tratamiento? Dárselo sin tener la indicación médica. Eso es un riesgo”, manifiesta.
En el caso de su padre, tratar la presión arterial alta ha sido más cuesta arriba porque tiene recetado el principio activo básico llamado Olmesartán, que era de fácil acceso hasta que empezó a llegar en otras presentaciones más costosas, como Eukene, resportó El Estímulo.
Pero esta idea de precaución no es actual. Anteriormente la empleaba hasta que no pudo seguir ejecutando el inventario. Expone que, para evitar la insuficiencia de medicamentos, solía comprar en la farmacia de la UCV con regularidad, reuniendo seis meses de “stock”. Pero “poco a poco”, el almacén no pudo seguir porque la mercancía se fue usando, gastando, hasta que se quedó sin nada.
Para el tratamiento de la diabetes, el cuento no cambia mucho. “Tomaba una capsula que dejaron de traer al país que era Janumet, y venía en una presentación de 30 capsulas para cubrir el mes completo. La doctora se lo cambió a otra que se llama Crisomet, esa presentación viene en 10 tabletas con un costo alto. Es decir que, si tú quieres cubrir un mes, tienes que comprar tres cajas”, explica León, alegando que de esa forma se vuelve inaccesible y no es una opción buscar sustitutos arbitrariamente porque no es recomendable. “Hay una que se llama Sitaglis Met, pero hace una semana fui a consultar el precio y costaba 63.000 bolívares. Más allá del sueldo mínimo; solo comprar esas capsulas, implicaría no comprar otras cosas”, expone. También le daba vitaminas Miovic y otros suplementos nutricionales que ya están fuera de su alcance.
En la misma línea, confiesa que la serie de fármacos recetados para el Alzheimer también son una gran dificultad en términos económicos. Y el esfuerzo debe hacerse para evitar complicaciones; si no se le da la Memantina o Alprazolam, corre el riesgo de alterarse y cambiar de humor hasta ponerse agresivo. “Es una situación bastante dura y el sueldo de un profesor universitario es insuficiente para cubrir esos costos”, lamenta, acotando que ni su padre, jubilado de una institución pública y con pensión de seguro, gana lo suficiente.
Enfatiza la dificultad de costos con el cáncer superado de su padre, que pudiese volver en algún momento, pero para hacerle estudios e indagar si hay presente alguna célula, es “costosísimo” y el seguro de la universidad no lo cubre. Rememora que hace un año no pudo hacerle una tomografía, por lo que tuvo que conformarse con realizarle un eco para evaluar el área y tratar de ver si no había recaído.