(09 de octubre del 2020. El Venezolano).- De vivir Andrés Eloy Blanco, Araminta sería su musa … Araminta González, la químico, la muchacha a quien sus torturadores del Cicpc golpearon y arrancaron el cabello para que confesara un crimen que jamás había cometido. A la que encerraron en el Inof hace más de dos años y que, desde su captura, no ha parado de sufrir tratos crueles e inhumanos. Araminta, la muchacha que se ganó una nefasta lotería y se convirtió en el blanco del ensañamiento de un régimen, que disfruta con morbo la mueca de dolor y terror de su rostro… un rostro que se apagó por las tristezas y las injusticias.
¿Recuerdan a Araminta: la joven químico a quienes unos patriotas cooperantes denunciaron y que, en junio de 2014, fue detenida por una comisión del Cicpc que allanó su apartamento en Menca de Leoni buscando explosivos? Es difícil no recordar su caso porque ella es el testimonio de lo que es capaz este desgobierno y hasta dónde puede llegar su maldad. Su nombre salió a relucir de nuevo hace pocos días. Como si se tratase de una limosna, se anunció para ella una medida cautelar con régimen de presentación por razones humanitarias. En un primer momento, cuando lo escuché, sentí alegría. Una alegría que se esfumó muy pronto. Araminta, desde hace cuatro meses, está recluida en un hospital psiquiátrico. El régimen la quebró. Sus cancerberas del Inof se ensañaron tanto en su contra que, no una, sino cuatro veces, Araminta atentó contra su vida. Su fortaleza y fe se fueron desvaneciendo con la sevicia, con cada tortura, con cada golpe –psicológico y físico- que recibió en su celda.
La depresión severa que padece la sacó de la cárcel de mujeres; pero, la condenó a una vida de miedo y fantasmas que la mantienen encerrada en la habitación de un psiquiátrico. Su lucha por la libertad, que también ha sido la de sus abogados defensores –José Vicente Haro y Pierina Camposeo- se ha visto empañada por la injusticia de un sistema viciado. Sus ganas de vivir fueron adelgazándose como su cuerpo, que ha perdido más de 30 kilos.
Escucho a Haro y Camposeo relatar lo que ha ocurrido con Araminta en los últimos meses. Los oigo contar cómo durante su reclusión, fueron anulándola hasta llevarla al borde de la desesperación. Le prohibieron pintar -su único pasatiempo, el que la mantenía esperanzada. Le canjearon su biblia –su refugio en momentos aciagos- por un jabón de baño para que pudiera asearse. La despertaban en la madrugada, varias veces, para someterla a vejaciones e inútiles requisas. La castigaron todas las veces en las que, envalentonada, quiso oponerse a los adoctrinamientos o a los malos tratos. Le difirieron la audiencia de presentación preliminar docenas de veces, para dejarla allí: en un limbo jurídico e inhumano desesperante, supeditado al capricho del juez asignado a su caso. Lograron hacerla sentir que sólo la muerte la liberaría de tanto sufrimiento. Quizá la soledad de su orfandad la hizo pensar que el suicidio era la salida. Porque recuerden que Araminta es huérfana: durante estos dos años y medio que lleva viviendo estos horrores, ha dependido de la solidaridad de sus abogados, de algunas almas caritativas y de su hermana, la que vive en España.
A Araminta, el régimen la estranguló hasta volverla una piltrafa. Le destrozó lo que pudo haber sido una vida próspera y sin tropiezos. Le arrebató el amor por su profesión y le transformó su carrera en el arma que la condena. El régimen hizo con ella lo que ha hecho con Venezuela: llenarnos de miedo e intentar quebrarnos las rodillas. Porque Araminta es lo que ha sido el país en las manos de quienes nos mal gobiernan.
Me duele tanto Araminta. Me entristece saberla perdida en su miedo y anclada en el terror de sus dos últimos años. Desconectada de la realidad y de las posibilidades de una vida mejor. Alejada de un futuro donde sus días en el Inof, los golpes y los mechones de cabello que le arrancaron sus torturadores, lleguen a ser tan solo un mal recuerdo. Duele escuchar a sus abogados decir que Araminta no quiere vivir. Que no recuerda lo que es ser una persona. Qué olvidó que tiene derechos; porque, a pesar del régimen, debería seguir luchando por ellos.
Su caso me reconfirma que la maldad existe. Y que la gente cuando está en el poder -y no quiere soltarlo- puede llegar a ser muy cruel y sanguinaria. Pensemos sólo por un instante en esta reflexión final: Araminta pudo ser cualquiera de nosotros. Su “suerte” – su muy “mala suerte”– pudo ser la de cualquiera de nosotros, la de cualquiera de ustedes que en este momento lee estas líneas. Porque, ser el blanco de la ira del régimen no es difícil. ¿Cuántas Aramintas más conoceremos? ¿Cuántos presos políticos han atravesado su mismo calvario? ¿Cuántos están aún tras las rejas esperando, como ella, que se demuestre su inocencia? Araminta es la Venezuela de hoy. Y, si Andrés Eloy Blanco viviera, ya le habría escrito un conmovedor poema.