(31 de agosto del 2022. El Venezolano).- La semana anterior generó un profundo dolor a los trabajadores venezolanos, debido a la brutal devaluación del valor del bolívar frente al dólar estadounidense.
Por Cesar Pérez Vivas
Ese dolor se debe al impacto que el precio de la divisa tiene sobre nuestros escasos ingresos, fruto de tener los peores salarios y pensiones de América Latina. Ahora, y cada día que viene, estamos más afectados por la rodada hacia el precipicio que ha tomado nuevamente la moneda nacional.
Víctimas de la gigantesca destrucción, que el régimen vigente ha ejecutado sobre la economía, los ya menguados salarios terminaron de arruinarse, y siguen deteriorándose, luego del reventón sufrido por la burbuja de propaganda y ficción creada para venderle al ciudadano la idea de que “Venezuela se está arreglando”.
La verdad siempre aparece. Y en estos días la hemos visto de cuerpo entero. Las finanzas públicas están quebradas, nuestra economía no produce mayor cosa y en consecuencia al Estado socialista le es imposible sostener una moneda sobrevalorada, como lo había vendido haciendo mediante la inyección de dólares al mercado para mantener la mentira de la recuperación.
Los hechos son tercos y dejan mal parado a Maduro y su camarilla. Los problemas estructurales del gobierno, de naturaleza política y económica, no permiten sostener una moneda sólida.
El tamaño del Estado y de la población es insostenible financieramente con los escasos recursos existentes en la tesorería venezolana. El producto interno bruto y los ingresos fiscales no son suficientes para garantizar a los trabajadores del sector público salarios medianamente razonables.
Tal circunstancia lleva a Maduro a generar bolívares sin respaldo en las reservas y en el tamaño de nuestra economía, con lo cual la moneda nacional pierde vertiginosamente valor, convirtiendo los salarios en una masa monetaria incapaz de comprar los más elementales bienes que una persona necesita.
A esa dramática realidad se enfrenta 80% de la población cuyos ingresos son en esos devaluados bolívares. Las consecuencias humanas y sociales de esa situación son aterradoras, disolventes y profundas.
De entrada el hambre tomará más cuerpo en nuestra menguada población. Los datos disponibles sobre desnutrición infantil ya son de por sí alarmantes. Esta nueva caída del ingreso real de los trabajadores la hará más patética.
La población de la tercera y cuarta edad acelerará su proceso de enfermedad y muerte por la falta de alimentos y por la imposibilidad de acceder a medicamentos y a atención sanitaria. Todos sabemos el estado de ruina en que se encuentran los hospitales y ambulatorios de salud. Hoy, como nunca en nuestra historia, en el último medio siglo, la salud es un servicio privatizado. Quien no tiene dinero no tiene acceso a la salud. Un servicio que debería garantizar el estado está cerrado para las grandes mayorías.
Lo grave del cuadro descrito es la falta de honestidad y seriedad con la que el régimen socialista aborda el problema. Para nada admiten que ellos son los causantes de la tragedia y por ende de la devaluación aquí examinada. Como siempre ocurre los responsables son otros. Repiten las mismas excusas de lo últimos años. La guerra económica, el bloqueo, la especulación y pare de contar. Ante las primeras evidencias del nuevo descalabro recurren al consabido expediente de la huida hacia adelante y de la represión contra los agentes económicos.
Ya el inefable fiscal Tareck Williams Saab salió a los medios para amenazar con judicializar y sancionar a los agentes económicos que no acaten el marcador del dólar del BCV, que a pesar de todo se ha visto obligado a aceptar, tímidamente, la realidad de la maxidevaluación en marcha.
Lo cierto de esta tragedia es que en la raíz del problema está el establecimiento del modelo político y económico denominado, por su mentor, como socialismo del siglo XXI. De modo que la causa primaria es de naturaleza política.
Por lo tanto, la solución a la tragedia humanitaria, económica y socialmente hablado, está en la sustitución del modelo político instaurado; caracterizado por su anacronismo, ineficiencia, corrupción y letalidad.
Maduro encarna hoy plenamente ese modelo. El es el rostro que encarna la responsabilidad política de toda esta debacle económica y social.
Para superar la misma no solo es fundamental sacar, a través del voto ciudadano, a Nicolás Maduro del poder. Se requiere mucho más que ese objetivo. Solo que mientras él esté en Miraflores no es posible sustituir de raíz el fracasado régimen político.
En consecuencia, lo que está planteado para Venezuela es el cambio el modelo del estado comunista, violador de los derechos humanos, centralista y militarista. Debemos instalar una democracia moderna, transparente, respetuosa de los derechos de todos y dispuesta a unir nuevamente a la fraccionada nación que hoy tenemos.
Lograda la restauración democrática, en paralelo a su proceso de institucionalización, debemos igualmente cambiar el modelo de economía ineficiente y mafiosa que hoy existe.
He ahí el gran desafío de nuestra nación. A esa tarea dedico cada día mi mejor esfuerzo, plenamente consciente de que solo somos una voluntad con espíritu de cambio y de justicia, que busca contagiar al resto de los ciudadanos de esa voluntad transformadora.
En sus manos está, querido lector, ofrecer también su contribución a la reconstrucción de nuestra amada Venezuela.