(03 de junio del 2019. El Venezolano).- La crisis sanitaria se está agudizando cada día en Venezuela, arrebatando el futuro de los niños, debido al desabastecimiento de medicamentos que supera el 80% y un déficit de 90% en los hospitales, los pacientes crónicos no tienen más opción que pedir a Dios que los mantenga con vida.
A través de un reportaje del ABC de España, se conoció que el Hospital de Niños José Manuel de los Ríos, ubicado en Caracas es un reflejo despiadado de la realidad de Venezuela. Desde su fundación en 1937 fue uno de los centros públicos más importantes del país y una referencia para el continente por su especialización en el área de pediatría. Hoy solo se habla del hospital por su deplorable condición.
Entrar al Hospital de Niños es desnudar la crisis que sufre Venezuela desde hace más de diez años, pero que en el último lustro se ha acentuado. La seguridad del recinto médico es extrema. Solo ingresan los pacientes con sus familiares, el personal médico y el administrativo, el resto debe aguardar en el patio o en lugares adyacentes. Todo el acceso está milimétricamente controlado. El centro está blindado. Al régimen no le interesaba testigos incómodos de lo que está sucediendo en el J.M. de los Ríos. Sin embargo, ABC logró acceder a sus instalaciones.
Durante tres horas el equipo reporteril pudo recorre y constatar la devastadora situación, así como también pudo hablar con algunas de las familias que sufren el via crucis de las deficiencias y carencias del hospital. En él han muerto en las últimas semanas seis niños: cuatro de ellos esperaban trasplante de médula ósea, y otros dos por falta de respuesta en urgencias para suministrar medicamentos.
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De la misma manera, pudieron entrevistar a los doctores y enfermeras quienes hablaron sobre la ayuda humanitaria que apenas llega al hospital, de los medicamentos que faltan y de lo que les han prometido que llegará. Entre susurros se quejan y se lamentan. Tienen miedo de que los escuchen, pero sienten impotencia por lo que sucede con los niños, «sus niños». Algunos de ellos han recibido amenazas por manifestarse contra las muertes de los pequeños pacientes.
Las causas de las muertes de estos seis niños derivaron de los múltiples fallos que presenta el J.M de los Ríos. «Fueron las continuas y habituales deficiencias que hay en el hospital. Trabajar ahora es como hacerlo en 1940 o 1950, porque no tenemos laboratorios, no hay Rayos X, no se pueden hacer tomografías, ni resonancias. Mucho menos pensar que se encontrarán medicamentos», cuenta preocupado a ABC un médico del centro sanitario, que pide no ser identificado por seguridad.
Giovany Figuera, de 6 años; Robert Redondo, de 7 años; Yeidelberth Requena, de 8 años; y Erik Altuve, de 11 años, cerraron sus ojos para siempre a finales de mayo. Sus muertes ocurrieron una tras otra y la noticia causó consternación en toda la población y trascendió a nivel internacional. Médicos y familiares aseguran que estas pérdidas pudieron evitarse y culpan al régimen venezolano por la indiferencia y la negligencia en los casos. Todos ellos eran parte de un grupo de 30 niños que esperaban trasplante de médula ósea.
«Esos niños que murieron tenían grandes posibilidades de recuperarse», comenta Ani Camacho, madre de Zabdiel Amaya, un niño de cinco años que fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda cuando tenía dos años de edad. «Mi hijo es muy pequeño para entender que ellos no estarán más con nosotros. Nosotros los conocimos y compartimos porque iniciamos este proceso juntos. Me pregunto si me tocará pronto pasar por lo mismo que esas madres», agrega afligida.
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El recorrido por el Hospital de Niños y conocer las carencias que sufre es desolador. El centro hospitalario ha perdido la capacidad de resolución en muchas áreas. La terapia intensiva está a punto de desaparecer. De once camas, solo dos están disponibles. El éxodo de profesionales de la salud también ha dejado heridas profundas. Solo cuentan con 90 de las 420 camas de hospitalización. De las nueve salas de quirófanos, operan apenas dos; mientras que de las catorce máquinas para diálisis, solo siete prestan servicio.
Y el deprimente escenario sigue. Son pocos los ascensores que funcionan dentro del hospital, el área de infectología, reinaugurada el año pasado, tiene filtraciones severas de aguas negras; y podemos leer un letrero escrito a mano, pegado en la puerta del servicio de Rayos X, que informa que no está disponible. A esto se suma la dieta deplorable que se suministra a los pacientes, restringida a arroz o pasta.
«El centro pasó de ser un hospital con estructuras y especialidades de tipo cuatro, según la clasificación internacional, a un hospital de tipo dos«, dice su exdirector
Mientras que en el piso tres del edificio de hospitalización tiene zonas inservibles. Una de las áreas sufrió un incendio hace cinco años y siguen ahí los vestigios del desastre. Otra parte de ese nivel es aún más atroz. Las salas que deberían estar habilitadas para los pacientes, solo están ocupadas por los escombros y la desidia. Un cementerio de camas clínicas, pasillos espeluznantes, equipos médicos cubiertos de polvo y puertas rotas no son precisamente un escenario de una película de terror.
Rosa Colina, madre de Cristina Zambrano, sabe que la acuciante crisis de Venezuela le ha restado probabilidades para que su hija cumpla su tratamiento. «Ha sido bastante difícil porque no solo ha sido ver cómo falla el servicio sanitario sino que todo nos afecta emocionalmente«, afirma la madre de Cristina Zambrano.
Cristina, de 17 años, también es paciente del servicio de hematología del Hospital J.M. de los Ríos. Desde que nació padece de talasemia, y aunque de momento no necesita hacerse quimioterapia, debe tratarse con quelante para disminuir los niveles de hierro que ella acumula en sus órganos por ser una paciente politransfundida. Pero ese medicamento no existe en Venezuela.
Yeidelberth, uno de los niños fallecido, y ella eran amigos. «Le afectó mucho saber que él había muerto y se deprimió», relata Rosa. «A veces Cristina pierde las fuerzas, pero ella sabe que mamá está aquí. Porque ella tiene un futuro maravilloso que la espera. Tiene sueños por cumplir y yo sé que los va a cumplir. Yo sé que en unos años nos vamos a reír tanto de la enfermedad como de esta situación», agrega convencida su madre.
En el momento de entrevistar a una madre, el equipo de seguridad del J.M. de los Ríos se percata de mi presencia, y se apresura a expulsarme del centro médico. Sin embargo, en un descuido de los agentes, y gracias a la ayuda de varias personas, escapo por uno de los pasillos. Para evitar que me identifiquen, me quito el tapabocas, el jersey y me suelto el pelo. Agentes de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) me buscan. Se ha dado la voz de alarma y la seguridad se ha reforzado en los pasillos y en el acceso. A pesar de ello, logro alcanzar la salida y escapar, con el pulso acelerado, tras pasar tres horas de terror en un hospital que un día fue uno de los más importantes de Venezuela y que hoy ya no tiene armas contra la muerte.