(20 de abril del 2022. El Venezolano).- Pan y circo ha sido una expresión usada por mucho tiempo para cuestionar a los regímenes políticos que no se ocupan de atender las causas de los problemas sociales, económicos y políticos, colocando todo su esfuerzo en distraer a la población con eventos populistas, festivos y con algún alimento ofrecido durante su realización.
Escrito por Cesar Pérez Vivas
Se trata de gobiernos que no apuntan a garantizar bienestar, justicia y desarrollo a los pueblos, sino de atender la coyuntura con un pan y una festividad que distraiga la atención ciudadana de sus problemas esenciales.
El socialismo del siglo XXI, devenido en una dictadura sin disfraz, ha lanzado una campaña para promover el circo, las fiestas y los espectáculos, a los que solo pueden asistir un minúsculo grupo de personas, si hacemos la evaluación a la luz de la población existente en nuestro territorio.
En los últimos tiempos, la administración Maduro ha estado impulsando una serie de eventos musicales, conciertos, festivales y celebraciones de toda clase, para generar distracción, vender la imagen de un país que ya no tiene problemas y por lo tanto puede divertirse y disfrutar de su elevada calidad de vida.
El circo de Maduro se propaga con creces, pero carece de pan, pues el hambre existente en el país ya no se puede apaciguar con las escuálidas cajas del CLAP.
Un observador poco acucioso, cuya única fuente de información sean los medios convencionales de comunicación, públicos y privados, puede llegar a la conclusión de que en nuestro país no existen mayores dificultades. La férrea censura impuesta a esos medios, el bloqueo de Conatel a los principales portales independientes, así como a los canales internacionales de noticias, hacen que la población no reciba información oportuna y suficiente como ocurre en cualquier sociedad democrática. Para los medios oficiales no existe ningún problema sobre el cual informar, y no tienen espacio para que las comunidades denuncien el sinfín de dificultades que les aquejan. Solo hay noticas rosadas de un país que solo existe en los laboratorios de propaganda.
La camarilla roja, acorralada por la dramática tragedia humanitaria resultante de su nefasta gestión, está ahora lanzando una campaña de ocultamiento de la realidad socioeconómica existente presentando la burbuja creada por sus agentes económicos, como la prueba de la “recuperación de Venezuela”.
Su aparato de propaganda, sus voceros políticos, económicos y colaterales hablan cada día del “milagro” en marcha. Solo que la realidad es más dura que la propaganda. Mientras que la burbuja del este caraqueño quiere mostrarse como la evidencia de la recuperación, el resto del país padece a cada instante la tragedia.
La propaganda del circo choca con la cruda realidad que cada ciudadano confronta en su cotidianidad.
El primer gran drama al que se enfrenta nuestra población es el de la pulverización de los salarios y las pensiones. Maduro, el presidente obrero, logró colocar a nuestros trabajadores en condiciones inferiores a la de los esclavos del siglo XVIII. En aquellos tiempos esos seres humanos tenían garantizada su alimentación. En estos tiempos de revolución el salario no alcanza para una comida diaria, mucho menos puede permitir acceder a los demás bienes materiales y espirituales a los que una persona tiene derecho.
El socialismo del siglo XXI les confiscó a todos los trabajadores venezolanos sus ahorros, sus prestaciones sociales, su salario y su esperanza. Nos convirtió en miserables. El saqueo y la malversación de las finanzas públicas, sumado a la complicidad con todo tipo de delincuentes, arruinó la economía y la infraestructura en todo el país.
El otro drama que oculta con saña la propaganda oficial es el de la anulación del sistema público de salud. Maduro ha privatizado la salud. Todos los hospitales y centros de salud del país están en la ruina. Carecen de todo tipo de medicamentos, insumos y equipos para atender a los enfermos. No tienen ya personal suficiente para cubrir los mínimos servicios. Cada día conocemos el padecimiento de amigos y conocidos muriendo en las emergencias de los hospitales por falta de atención médica. Cada día sufrimos el vía crucis de miles y miles de ciudadanos que deben salir a pedir limosna para poder comprar medicinas o acceder a tratamientos médicos y quirúrgicos, cuyos costos sobrepasan con creces, los reducidos patrimonios familiares. Todo ese drama es silenciado por órdenes de Maduro y su camarilla.
La realidad nos choca en la cara cuando tenemos que pensar en la educación de nuestros hijos. No hay escuela, liceo, colegio o universidad del país que no esté en ruinas o cerca de esa situación. No hay planta física adecuada para la educación. Además, no hay ni instrumentos ni recursos para lograr una mediana calidad educativa. Por supuesto que se acabó el transporte escolar, los comedores y las becas. Pero lo más dramático son los salarios de hambre que Maduro le paga a nuestros maestros y profesores.
La burbuja de los conciertos y los bodegones, el maquillaje de algunas vías principales, se estalla cuando en 90% de los hogares venezolanos no hay agua potable, energía eléctrica, gas doméstico y servicios de comunicación, léase telefonía e Internet.
Lo que se está generando de reanimación en la vida socioeconómica es el resultado de un espíritu de sobrevivencia, de una nación que busca levantarse a pesar de la tragedia.
La destrucción del socialismo del siglo XXI y la pandemia, ciertamente, nos habían llevado a un hondo nivel de paralización, pero ese espíritu luchador ha ido impulsando trabajo que logra un rebote del cual buscan agarrarse para la propaganda y la manipulación.
Pero es conveniente afirmar, con ocasión y sin ella, que estamos muy lejos de hablar de un cambio, y mucho menos de afirmar que “Venezuela se arregló”. Mientas Maduro y su camarilla estén en el poder habrá paños de agua tibia, medidas aisladas para salir de nudos coyunturales, pero jamás habrá un verdadero cambio.
Quienes han provocado esta tragedia no podrán sacarnos del abismo de ruina moral, espiritual y material a la que nos han conducido. Urge la unión de la diversidad social y política de la nación para producir el auténtico cambio que nos permita rescatar la democracia e iniciar la reconstrucción de la patria.