(11 de febrero del 2022. El Venezolano).- ¿Siente Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), lástima de sí mismo? Tiene que sonreír a los fotógrafos junto al presidente chino, Xi Jinping, y dejarse elogiar por el gobernante. Xi Jinping es responsable de graves violaciones de derechos humanos, de persecuciones, detenciones y torturas de cientos de miles de uigures, de asfixiar la democracia en Hong Kong y de que su propio pueblo no sepa la verdad, porque no hay libertad de prensa ni libre acceso a Internet. Pero Thomas Bach no puede hacer nada al respecto: él solo repite que el COI es políticamente neutral. El COI no tiene mandato para evaluar la situación de los derechos humanos fuera de los Juegos Olímpicos. La cuestión es si esos argumentos le ayudan cuando, de noche, se mira en el espejo de su habitación en un hotel de lujo en Pekín.
Xi Jinping, por otro lado, muestra poca cautela cuando se trata de vincular el deporte y la política. Los Juegos Olímpicos brindan la oportunidad de hacer propaganda a través del espectáculo. Los Juegos Olímpicos son prácticamente el último recurso de «poder blando» que todavía le queda ante las crecientes críticas a nivel mundial: se construyó de cero una región de deportes de invierno, que no existía antes y tampoco existirá después de los Juegos Olímpicos, independientemente de los costos financieros y medioambientales. China no es una nación de deportes de invierno.
¿Millones de nuevos clientes?
Pekín prometió 300 millones de nuevos deportistas de invierno en su solicitud para obtener la sede de los Juegos de Invierno, un mercado enorme. A mediados de enero, Xi Jinping anunció con orgullo que incluso había superado el plan: ahora hay incluso 349 millones de nuevos entusiastas de los deportes de invierno en China. Si esto es cierto, lo que tampoco se puede verificar en China, sería una bendición para la industria mundial del esquí, que sufre por el cambio climático, por la notable escasez de nieve, y porque la sostenibilidad juega un papel cada vez más importante para los entusiastas de los deportes de invierno de Occidente.
Sin embargo, la razón decisiva para otorgar los Juegos de Invierno a Pekín no fue el dinero que fluiría hacia la industria del esquí, ni tampoco los ingresos de alrededor de mil quinientos millones de dólares estadounidenses para el COI. En otro país, donde se respetan los derechos humanos y prevalece la democracia, hubiera habido también dinero para patrocinio y televisión, reportó DW.
Pero, en realidad, el problema es que ningún país, con esas cualidades, se presentó como candidato a los Juegos. De las nueve solicitudes previstas originalmente para este año, se retiraron siete, que sí eran regiones de deportes de invierno en países democráticos. A los ciudadanos se les permitió opinar. Y dado que los gastos de los Juegos, al contrario que los ingresos, corren a cargo de los contribuyentes, para la mayoría resultaba demasiado caro. Y al final solo quedaron dos ciudades con autocracias: Almaty en Kazajstán y Pekín, en China.
Preguntas urgentes
Así que tenemos que cuestionarnos si las críticas a la sede de Pekín no son simplemente chismes baratos: ¿Nosotros, como naciones, como espectadores, como amantes de los deportes y como participantes activos, queremos que se celebren los Juegos Olímpicos de Invierno? ¿Seguimos creyendo en la idea olímpica, en la idea de competiciones pacíficas entre iguales, sin discriminación alguna? ¿Pueden los Juegos ser un poco más pequeños, utilizando instalaciones deportivas existentes y sin destruir más la naturaleza? ¿Podemos prescindir de la gigantomanía que parece tan importante para el COI? ¿Hay que redistribuir ingresos y gastos? ¿Necesita el COI cambiar por completo?
Si respondemos afirmativamente a todas estas preguntas, Milán y Cortina d’Ampezzo tienen la oportunidad de hacerlo mejor dentro de cuatro años. Y ahora podemos celebrar los logros de los atletas en las competiciones y, al mismo tiempo, criticar al Gobierno chino. Y ahora hago una última pregunta: ¿Dónde está Peng Shuai?