(09 de diciembre del 2021. El Venezolano).- “No existe peor alienación que experimentar que no se tiene raíces, que no se pertenece a nadie.” Papa Francisco.
Decía Arnold J. Toynbee que “La razón psicológica permanente para aceptar la dictadura es la circunstancia de que la dictadura exime a todos los individuos del tormento de tener que tomar decisiones importantes.” Parece que el tiempo que lleva la dictadura castrista cubana y la dictadura chavista venezolana le ha dado la razón.
El momento histórico que vive el país es crucial para la vida de todos los venezolanos. Se trata de decidir entre dos visiones del mundo totalmente contrapuestas. Dos formas de organizar la sociedad completamente distintas. Es una lucha entre el colectivismo marxista fracasado en todo el planeta después de sacrificar varias generaciones de seres humanos y el individualismo democrático que garantiza el respeto a la libertad plena, sin más restricciones que el respeto al derecho de los demás, como se estila en toda sociedad moderna, civilizada, y educada en valores.
No es cualquier cosa. La situación nos obliga a deponer ciertas actitudes, a sacrificar aspiraciones, a diferir la discusión que nos divide y a centrarnos unidos en poner cese a la usurpación, pensando en un destino mejor para todos. Vivir en libertad exige de todos y cada uno de nosotros un acto consciente de responsabilidad que se traduce en el voto como instrumento de nuestra elección. Es un acto de libre albedrío, acorde con nuestra conciencia, que exprese con coraje el rechazo a la opresión y el deseo de vivir en una patria digna.
No hay, ni habrá vuelta atrás. No se puede seguir gobernando este país contracorriente, ni mirando el retrovisor. La dinámica socio cultural nos obliga a salir del atraso representado en el actual régimen y superar la modernidad entendida como “un individualismo exacerbado, un consumismo irracional y una moral relativista, hedonista y acomodaticia”, como lo expresara Angel Lombardi. Los nuevos tiempos exigen mayor equilibrio y apertura, más sacrificio, profundo conocimiento y acentuados valores, donde la ética es fundamental.
Se trata de corregir el error histórico de haber permitido democráticamente que alguien se apropiara del poder con la intención de destruir la democracia y convertirse en dictador. Hemos sido testigos excepcionales, en un período fatal para la historia de Venezuela, de que no basta con acumular riquezas para crear una patria. Se necesitan ideales de cultura para que haya patria. Hay que taparse los oídos para no sucumbir a la seducción de una perspectiva de beneficio particular. Debemos sacudirnos el miedo que nos hace aferrar a la seguridad de un empleo que nos mantenga genuflexos.
El momento es crucial porque se trata de decidir entre el totalitarismo militarista que encarna el chavismo y Maduro y su combo autocrático en el poder y la democracia y la libertad a la que aspiramos los demócratas por convicción.
No es el capricho de un gobernante lo que debe signar la relación con los otros, con los que no piensan igual que él. Es el compromiso con el futuro de bienestar y felicidad de los pueblos, con su soberanía, sus valores y su cultura. Es la conducta de un Estadista lo que requerimos. Hay que volver a las raíces, si, a las profundas raíces que nos hacen comúnmente humanos y no a las vanas manifestaciones nacionalistas, etnicistas y particularistas que van siempre, como dice Savater, de rama en rama, haciendo monerías y buscando distingos. Si algo nos hace iguales son las raíces humanas, común a todos los pueblos y “la diversidad cultural es el modo propio de expresarse la común raíz humana, su riqueza y su generosidad”.