(18 de marzo del 2021. El Venezolano).- “Si hay que elegir entre tecnología y un buen profesor, elijo a este último.” Salman Khan
Andrés Oppenheimer argumenta que mejorar sustancialmente la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación no son tareas imposibles, sólo que los países latinoamericanos están demasiado inmersos en una revisión constante de su historia, que los distrae de lo que debería ser su prioridad principal: mejorar su sistema educativo.
El desarrollo científico nos demuestra hoy en día que no hay una “independencia” determinante de uno u otro hemisferio cerebral. Las neurociencias afirman que la imaginación está en los dos hemisferios, lo mismo que la atención, la concentración, la memoria y la intuición y que ambos pueden entrenarse.
La ciencia pudo escanear el cerebro mientras piensa. Un cable de fibras neuronales permite que trabajen en equipo. Hoy la inteligencia se perfecciona con la tecnología y el poder del hombre está ligado con la lectura. La neuro imaginación es el camino para poner en juego la capacidad que tiene el cerebro para autoformatearse con la educación y la experiencia, afirman. La educación en valores permite la formación de ciudadanos libres, de ciudadanos para vivir en democracia. Estos elementos obligan a un cambio sustancial en nuestra educación.
En Venezuela en cambio, se ha asesinado la educación a todos los niveles. La educación universitaria, por donde transité activamente durante 31 años, ha sido apuñalada arteramente desde dentro y desde afuera. No voy a ahondar en lo que todo el país ya conoce. Los responsables, los victimarios, los distraídos y los indiferentes serán juzgados por la historia, tanto del país como de las instituciones, inexorablemente. El cobarde e intencional asesinato de la educación en Venezuela no debe quedar impune, sin embargo, debe ser un acicate para quienes creemos firmemente que ella sigue siendo el camino para la redención de los más desasistidos y para el desarrollo integral del país.
Educar para la libertad y la democracia exigirá mucho esfuerzo y dedicación, “quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación”, nos dice Savater y yo lo acompaño en esa afirmación. No podemos permitir que los tiranos quieran tener un país de idiotas leales y condicionales a sus designios. Tenemos muchos compatriotas pensando profundamente en cómo disipar la oscuridad de la ignorancia y las nubes de la mediocridad, mirando hacia adelante para poner a la nación en sintonía con su estirpe de promotores del futuro. Debemos dejar atrás la herencia propia de los regímenes comunistas con su carga de mesianismo, su ignorancia arrogante, el exagerado culto a la personalidad y de una dirigencia que en lugar de formar, deforma.
Nuestro insigne Rómulo Gallegos ya expresaba su preocupación por el grave daño que el rencor y el odio habían hecho en nuestro país, el cual, decía, se ha formado odiando. Claro que no serán los asustadizos o envilecidos por el servilismo quienes acometerán esa ardua tarea que significa la construcción y ejecución de un nuevo sistema educativo que coloque al ser humano como centro y guía de sus acciones y acorde con las exigencias del desarrollo humano sostenible y el avance de la ciencia, la tecnología y las manifestaciones culturales de la humanidad.