(09 de noviembre del 2020. El Venezolano).- Hoy, un diario londinense, tituló que los Estados Unidos eran grandes de nuevo. Grande y favorable fue la reacción en el mundo libre ante la elección de Joe Biden como 46 presidente de la Unión Norteamericana. Grande fue el silencio del mundo totalitario. En materia de política eso dice mucho, los amigos contentos, los enemigos tristes. Pero lo más indicativo fue la explosión de alegría entre el pueblo. Parecía la caída de un dictador latinoamericano.
Pero lo inaudito para un norteamericano, como yo, ha sido la reacción del presidente derrotado Donald Trump. Lejos de agradecer la inmensa votación que tuvo, el tremendo trabajo que sus voluntarios hicieron defendiendo a capa y espada cada voto que recibió, uniéndose a sus correligionarios partidistas, como el ex presidente Bush, los gobernadores republicanos y la GSA (organismo apartidista que coordina la transición del poder) todos ellos han reconocido el triunfo de Baiden; En vez de hacer eso, que cualquier presidente normal haría, se refugia en sus campos de golf, mientras por bajo cuerda incita a desconocer el resultado electoral. Lo hace como una reacción egoista e irresponsable, sin importarle la pandemia, la división del país, la democracia o la Constitución.
Baste decir que aquí no hubo fraude por varias razones.
• Los republicanos fueron testigos del evento electoral y de los eventos previos en todas sus instancias con testigos acreditados y suficientes para supervisar todo en resguardo de los intereses republicanos. Hasta ahora, ninguno de ellos ha dicho ser testigo de un fraude masivo.
• Las encuestas, aunque en algunos pocos casos no acertaron en el volumen de la votación, en todos los casos indicaban que la opinión pública mayoritariamente querían que Trump se fuera.
• Los que hacen las trampas son los gobiernos, no la oposición.
• Para una personalidad compleja, como la de Trump, el nunca puede perder. No puede perder, ni aunque haya perdido. Asi que lo lógico es que le hayan hecho trampa.
• La tendencia de los republicanos a votar el día de la elección y no votar por correo, tema que fue planteado como asunto político, creó la sensación que Trump ganaba en muchos estados porque los votos del día son los primeros en contarse. Pero cuando los votos por correo, entiéndase mayoritariamente demócratas, comenzaron a entrar después en esos estados Trump fue derrotado. Esa realidad, perfectamente comprensible para el universo no comprometido, ha servido de estimulante a todos aquellos que, por haber perdido, se aferran a cualquier teoría que les de esperanza.
Estados Unidos es un país de instituciones. Instituciones que se respetan. Una de ellas es el voto. Aunque Trump quiera, no será esta la primera vez que el derecho al voto y a respetar los resultados se vulneren por un presidente que no quiere perder y un grupo de fanáticos que no quieren que pierda. Como bien dijo una señora en una manifestación frente a Versalles que cuando le preguntaron por qué manifestaba dijo al periodista: “es que yo no quiero que Trump pierda”. Pero perdió y como dirían en Chivacoa, mi pueblo adoptivo de Venezuela: en enero 20, “salga sapo o salga rana”, Biden será juramentado.