(03 de septiembre del 2019. El Venezolano).- Maracaibo pierde su hemodinamia. Se desfigura con rapidez y furia. Se apagan sus signos vitales. Se extinguieron sus defensas. Sus calles sucias y rotas se vacían. Su vegetación languidece ante el férreo clima y el descuido de gobiernos y personas, azotada la ciudad por temperaturas que no parecen de este mundo y con una grave crisis de falta de agua.
A Maracaibo la secuestró el silencio. Ya no habla. Ha entrado en coma. Una amarga placidez, con sabor a paradoja, domina en estos momentos el ánimo de las calles y avenidas.
Muchos días laborales parecen sábados. Muchos negocios han cerrado sus puertas. El tráfico de las «horas pico» ha quedado desvanecido. Los domingos nacen muertos. La gente no se divierte.
La noche es un enigma que pocos quieren descifrar. Maracaibo es pasado. Nos recuerda momentos. En sus urbanizaciones, en sus zonas residenciales, en sus panaderías, plazas, clubes, parques y bulevares se escucha, sobre todo, el eco de los que ya no están con nosotros. De los que se fueron del país y de los que se fueron de este mundo.
Esta ciudad se volvió una postal. Maracaibo ha muerto.
De noche, sus habitantes la siguen velando.