(20 de agosto del 2025. El Venezolano).- El despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe no es una maniobra de rutina. Es un movimiento estratégico que envía un mensaje contundente al narco–Estado venezolano y a su estructura criminal más temida, el Cártel de los Soles, dirigido por Diosdado Cabello, el Pablo Escobar de Venezuela. Washington sabe que en la región se ha configurado un triángulo letal entre narcotráfico, terrorismo internacional y regímenes autoritarios que amenaza no solo la estabilidad latinoamericana, sino también la seguridad nacional estadounidense.
Por Sofy Casas
Colombia, hoy el mayor productor de cocaína del planeta con casi 350.000 hectáreas sembradas, está gobernada por un aliado político de Nicolás Maduro, que no combate el narcotráfico ni a los grupos narcoterroristas. En lugar de enfrentar el problema, Gustavo Petro avanza de la mano de su socio venezolano en la creación de una peligrosa “zona binacional”, un corredor sin control estatal que se perfila como santuario del tráfico de droga, armas y trata de personas. Esa zona podría convertirse en una nueva “franja de Gaza” americana, un territorio sin ley desde el que se desestabilice a toda la región. Y lo más alarmante es que Venezuela y Colombia están apenas a tres horas en avión de Estados Unidos.
Informes de inteligencia y denuncias internacionales señalan que en esa zona también opera Hezbolá, organización terrorista con redes globales, experta en lavado de activos, con una estructura sofisticada de inteligencia y especializada en tráfico ilícito, que encontró en el crimen organizado latinoamericano no solo una fuente de financiación, sino también una plataforma de expansión. Sus células, con fachadas de comerciantes o estudiantes, tienen presencia en Venezuela y en Colombia, especialmente en el Caribe, Bogotá y Cundinamarca.
Este eje criminal —Maduro, el Cártel de los Soles, Petro, grupos narcoterroristas, carteles mexicanos y Hezbolá— no es un fenómeno aislado. Es la fusión de intereses políticos y delictivos que utilizan la cocaína como combustible para sostener dictaduras, financiar terrorismo y expandir una agenda ideológica autoritaria. Mientras tanto, Colombia se desliza hacia una economía ilícita similar a la de Venezuela, donde el crimen organizado ya reemplaza en gran parte al Estado.
Estados Unidos entiende el riesgo. Cada kilo de cocaína que sale de Colombia y Venezuela fortalece a estas estructuras criminales, y debilita a las democracias. No tomar medidas sería entregar el continente en bandeja de plata a una alianza que combina la brutalidad del narcotráfico, la disciplina de las redes terroristas y la maquinaria propagandística de regímenes que no ocultan su desprecio por la libertad. No actuar hoy es dejar a toda una región a merced del narcoterrorismo que se expande como una plaga. La frontera colombo-ecuatoriana y el Perú, a través de la isla amazónica Santa Rosa, ya padecen el dominio de los grupos narcoterroristas ante la ausencia de las Fuerzas Militares colombianas, maniatadas por un Petro que les impide cumplir su deber constitucional.
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A esto se suma que Petro ofreció apoyo al narcodictador Maduro, quien a su vez planteó integrar las Fuerzas Militares de Colombia con las de Venezuela. Al intentar poner en el mismo nivel al Ejército colombiano con unos militares controlados por el Cártel de los Soles, Petro degrada a nuestras Fuerzas Armadas al igualarlas con una estructura señalada como narcotraficante y terrorista por el Departamento de Estado de Estados Unidos. Las Fuerzas Militares de Colombia deben cumplir con la Constitución, defender la soberanía nacional y proteger la democracia, no servir de instrumento a un presidente con aspiraciones autoritarias. Los soldados juran lealtad a la Patria, no a un mandatario de turno ni a dictaduras vecinas.
La reciente reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin pudo haber incluido la discusión sobre la entrega de Maduro y el chavismo. Cayendo Maduro, el Pablo Escobar venezolano Diosdado Cabello y el Cártel de los Soles, se derrumba el narcosocialismo del siglo XXI en nuestra región.
Estados Unidos debe considerar también incluir en su listado de cómplices de la narcodictadura y de los grupos narcoterroristas a Gustavo Petro y a Iván Cepeda, enemigo acérrimo y perseguidor de uno de los demócratas más importantes del mundo, Álvaro Uribe. Cepeda se esconde bajo la fachada de “defensor de derechos humanos”, pero su respaldo a esos grupos criminales, incluida la cúpula de las FARC, ha sido evidente y descarado.