(25 de febrero de 2019. El Venezolano).- Era noviembre de 2014, crecía la expectativa para conocer los ganadores del premio Grammy de esa edición a realizarse en la lúdica ciudad de La Vegas, en los Estados Unidos. El presidente de la Academia Latina de la Grabación, Gabriel Abaroa Júnior, fue el encargado de anunciar el Grammy honorífico, con solemnidad y sereno entusiasmo dijo: “Es para el arpista y compositor Juan Vicente Torrealba”. Abaroa Júnior lucía sonriente y emocionado al pronunciar cada palabra, y aclaró: “El maestro fue electo de forma unánime”. Torrealba ha sido el artista de mayor edad en recibir un Gramófono de la Academia Latina, en ese momento el caraqueño con corazón llanero, tenía 97 años cumplidos y se convertía en una referencia universal de la música venezolana.
Juan Vicente había nacido en una Caracas que todavía tenía hatos, haciendas de café y zonas campestres, era un valle frondoso con clima privilegiado, de un eterno frescor. Su alumbramiento se produjo el 20 de febrero de 1917 en la esquina de Rosario, cerca de lo que luego conocimos como El Nuevo Circo. Pero su niñez transcurrió en los esteros de Camaguán, en el estado Guárico, zona de una gran riqueza hídrica, alimentada por los ríos Canaparo y Apure. Llegó al hato de su familia llamado Banco Largo, rodeado de potreros, morichales, sabanas, puntas de ganado, con una soledad plena. Allí asistía a las fiestas que se daban en el pueblo La Unión amenizadas con música de arpa, cuatro y maracas. El joven Juan contaba que mientras los demás bebían tragos y bailaban con las muchachas de la zona, él se quedaba absorto viendo a los músicos ejecutar sus instrumentos toda la noche. Fue así como se enamoró de la guitarra, aprendió a tocarla. Luego abordó el arpa, y desde entonces, esta fue su leal compañera, su emblema: su arma de reglamento a todo evento.
Regresó a su ciudad natal, la grandiosa capital en 1948, era un joven de 23 años, ya conocía el trabajo duro de becerrero en las madrugadas, la labranza en los potreros en tiempos de invierno con el barro hasta las rodillas. Conoció las bondades y los peligros del llano, aprendió a amar la música de los esteros, sabía lo que era salir a cazar cachicamos con luna llena, evadiendo el sonido de muerte de las serpientes cascabeles, cuya mordida podía matar a un caballo casi al instante.
Juan Vicente llegó a Caracas como guitarrista, comenzó a actuar, hasta que la compositora María Luisa Escobar vio una de sus actuaciones y lo asesoró; le recomendó cambiarse al arpa, la que él conocía, más no la dominaba. Fue creciendo como músico y comenzó a actuar en las emisoras caraqueñas, en Radio Nacional y en Radio Caracas Radio. Creó su agrupación Los Torrealberos junto a su hermano y su hijo mayor; comenzaron a ser reconocidas sus composiciones: “Concierto en la Llanura, “Rosario, “La potra zaina”, “Barquisimeto”, “Mujer llanera”.
En la década de los 50 el cine mexicano tenía una gran influencia, una gran presencia en la vida del venezolano común. De allí Torrealba tomó la idea de utilizar el liquiliqui venezolano, con una especie de manto al hombro, atuendo que era típico de las regiones rurales mexicanas, lo que fue muy criticado en la época, pero que resultó un acierto, causó un impacto grato en sus seguidores, fue un símbolo de distinción.
Juan Vicente comenzó a participar activamente en la incipiente televisión venezolana, hizo excelentes programas al lado de gente talentosa como Oscar Martínez y Tomás Enríquez, el primer actor nacido en Barlovento. En 1965 fue invitado a participar en una película mexicana al lado del cantor y actor Antonio Aguilar, titulada “Alma llanera”, donde Juan Vicente tuvo una escena de diálogo con el protagonista. Su prestigio iba incrementándose, surgían nuevos éxitos musicales, fue un pionero en la conquista de los medios nacionales con la música llanera. Para tener una idea de su pionerismo, es importante saber que cuando Juan Vicente nació, faltaban 11 años para que naciera Simón Díaz, 36 para que naciera Reynaldo Armas, 12 para que naciera Ricardo Aguirre El Monumental y 30 años para que llegara a este mundo “El pichón” Gualberto Ibarreto.
En 1958 un movimiento popular tomó las calles de Caracas, reclamando el cese de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez; el militar que tenía casi una década al frente del país, salió al exilio dorado y comenzó una nueva era para el país. Ese primer gobierno liderado por Rómulo Betancourt señaló a Torrealba como un protegido del dictador saliente, lo acusó de colaborar con esa tiranía, lo cual era infundado, exagerado por demás. Ante tales amenazas, Torrealba tuvo que exilarse en España y su música fue silenciada en todos los medios de Venezuela. Tuvo una pasantía por Alemania, logró un acuerdo con la compañía Basf de grabaciones. De nuevo pisó tierras mexicanas, hizo allí grandes amigos, hasta que pudo regresar a su patria.
Los temas musicales de Juan Vicente Torrealba tienen múltiples versiones, diversos intérpretes, pero en la base de su árbol de éxitos, están cinco voces fundamentales:
- Magdalena Sánchez, la morena nacida en Puerto Cabello, que le dio mucho a sus composiciones. La intérprete había nacido en 1915.
- Mario Suárez, el tenor ligero del Zulia, nacido en 1926, con su alto carisma y su gran calidad tímbrica, acaparó las carteleras de las emisoras.
- Héctor Cabrera, caraqueño nacido en 1932, la voz romántica de la canta criolla, de tesitura baritonal, muy elegante.
- Rafael Montaño, el recio cantante de Maracapana en el Oriente venezolano, nacido en 1926. Con él hizo tonadas y bellos pasajes.
- Marco Antonio Muñiz el gran cantante mexicano nacido en 1933 en Guadalajara, quien sonó en todo el continente con sus temas, como “Solito con las estrellas”:
“Horas de amor solita por la llanura
con tu calor, tus besos y tu ternura
me prometiste que nunca me olvidarías
que nuestro amor ni el tiempo lo borraría”.
Fue una saga de éxitos la que impuso Muñiz “El lujo de México”, de la autoría de Torrealba, realizaron dos álbumes juntos. Uno de ellos “Muchacha de ojazos negros”:
“Muchacha de ojazos negros,
no puedo vivir sin ti;
escucha, vida mía,
llevo una pena en el alma
que crece lentamente
desde el día en que te vi”.
El Sistema de Orquestas de Venezuela le rindió un homenaje al maestro Torrealba con una alta significación, fue en su sede de Caracas con la Orquesta Simón Bolívar en pleno, bajo la batuta de Gustavo Dudamel. Esa noche recibió el cordón tricolor de honor de El Sistema y luego escuchó sus temas interpretados por la orquesta. A su lado estaba su esposa Mirta Pantoja, siempre leal y consecuente, y el genio creador de esa majestuosa obra, el maestro trujillano José Antonio Abreu, fue una noche memorable.
La canción “Rosario” es una de las composiciones de Juan Vicente que tiene más de 100 versiones grabadas, desde Héctor Cabrera, hasta Ilan Chester; “Rosario” es un gran clásico de la canción de amor en América Latina:
“Pasaste ayer como brisa fugaz
y me quedé con tu dulce mirar,
después te vi una clara noche
cerca de mí como llama de amor.
Rosario toda la luz del mundo
parece que se fundiera en ti,
te vi pasar como rumor viajero
y quise hablar para decir te quiero
Rosario eres ramo de luna
que pasas queriendo florecer
Rosario provoca mi vida besar tu boca”.
A la ciudad de Barquisimeto le regaló un himno, hermoso pasaje que la describe poéticamente. Hasta Simón Díaz la interpretó acompañado de La Rondalla Venezolana:
“Hoy daré para ti mi cantar
ante el embrujo larense de tus mujeres
otro azul nunca vi tan igual
como tu cielo de lindos atardeceres
Barquisimeto, la del alma cantarina
la del cálido recuerdo
que me dio la despedida”.
Al igual que el tema que todo el país conoció en la voz de Mario Suárez “La potra zaina”:
“Les contaré señores
la historia muy bonita
de linda potranquita
con ojos soñadores,
colita de caballo
andar pasitrotero,
de crines muy hermosas,
corría por los esteros.
Era una potra muy singular,
no conocía el amor,
no conocía corral,
no conocía bozal,
solo quería vivir
por el palmar.”
Podemos afirmar que Juan Vicente fue un compositor con acento en lo romántico, sus letras le cantan a la mujer hermosa del llano, a las damas venezolanas, son hermosas serenatas. Esa condición de juglar, con el lenguaje del amor en su canto, dio la dimensión universal a sus composiciones y una vigencia inextinguible.
En los días de sosiego que le ha traído su longevidad, Juan Vicente ha dejado su arpa en el rincón de los recuerdos y ha optado por pintar y hacer fotografías: su pulsión creativa está latente y de esa forma la expresa, entre el caballete y el trípode. Disfruta de los homenajes y logros que le llegan en su larga etapa de senectud y retiro. Se enorgullece al afirmar que él le dio un tratamiento a la música llanera que permitió que llegase a los oídos de la gente de las grandes urbes. Propició la fusión de la música llanera con la música electrónica, lo que después potenciaron los músicos: Vitas Brenner, Huáscar Barradas, Rafael Pollo Brito y Alfredo Naranjo, entre otros innovadores.
Los cantantes llaneros más cimarrones, nunca aceptaron ese “estilo torrealbero” por considerarlo edulcorado, según, era música de salón, no era la auténtica música recia del llano. Pero el corte de cuenta histórico determina que fue muy asertivo Juan Vicente, logró su cometido: La música del llano venezolano llegó al mundo entero. Sus temas suenan en Japón y son interpretados en tierras lejanas. Suenan en España, en México, en los llanos colombianos, en las ciudades más latinas de los EEUU y seguirán sonando por centurias.
El maestro Torrealba es un hombre con la edad de un patriarca bíblico, tiene 102 años, sigue lúcido y creativo. Un hombre de costumbres sencillas, de rutinas saludables, nunca fue presa de vicios. Amó la vida familiar, la contemplación y el reposo, con una mente activada para la creación artística. Su esposa Mirta Pantoja, pintora de oficio, lo describía como un creador incansable; ellos convivieron por casi seis décadas.
Un hombre que pasa de la centuria de años de vida, se va quedando solo, mueren sus amigos, sus parejas, a veces; algunos de sus hijos. Muchos de los artistas que comenzaron su carrera junto a Juan Vicente, murieron hace 30 o 20 años. Compositores de la talla de César Portillo de Luz, Rafael Escalona, Antonio Carlos Jobim y Aldemaro Romero, nacieron años después que Torrealba, se marcharon hace rato de este mundo.
La felicidad para el maestro Torrealba en estos días, la representa el disfrutar del amor de sus nietos y bisnietos, el conocer los nuevos valores de la música que lo admiran, como Rummy Olivo “La flor de Zaraza”, y ver cómo se va renovando en sus voces su legado musical de más de trescientas composiciones. Siguen naciendo nuevas versiones de sus temas. Juan Vicente ya está en el Olimpo de los grandes de la canta venezolana, pero vivo, es una inusitada gloria terrenal. Él venció dificultades artísticas, sorteó necesidades, enfrentó retos y competencias agresivas, superó muchas etapas difíciles de su larga vida. En conclusión, en sí mismo, Juan Vicente Torrealba es un siglo de música inmortal.
Por León Magno Montiel | @leonmagnom | leonmagnom@gmail.com