(30 de junio del 2025. El Venezolano).- Dedico esta columna en defensa de Un Grande, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, el que nos sacó del atolladero en el que nos encontrábamos y al que, tristemente estamos regresando. Y lo hago con sentimiento auténtico y patriótico, de policía y soldado de la patria, e interpretando, sin temor a equivocarme, a millones de personas del mundo que acertadamente lo llaman el Gran Colombiano.
Artículo publica en: Reporte de la Economía
Puede ser un cliché y me lloverán rayos y centellas, pero tengo la convicción de que el país está en deuda con el expresidente Uribe, sin duda, de ser viable, y si él se anima, lo reelegirían. Debo reiterarlo, lo escribí en mi anterior columna y lo afirmé en el foro de Seguridad y Defensa de El Tiempo, no milito, ni hago parte de movimiento político alguno. No tengo pretensiones políticas, y con merecido respeto y gratitud, no soy uribista, ni santista, ni naranjista, ni marioneta de nadie; soy un policía común, un simple ciudadano, preocupado e inconforme por la oscura penumbra que atravesamos, que hace incierto nuestro futuro.
No soy uribista, ni santista, ni naranjista, ni marioneta de nadie; soy un policía común, un simple ciudadano, preocupado e inconforme por la oscura penumbra que atravesamos
En los ocho años de Presidencia del Dr. Álvaro Uribe laboré en la Dirección de Inteligencia Policial Dipol. En cargos muy sensibles propios de la especialidad. Al comienzo de su gestión en 2002 estaba en La Haya (Holanda) asignado como Oficial de Enlace ante Europol, pues se me había encomendado la misión de asegurar el tratado de cooperación entre Colombia y este Organismo, e instalar la oficina de enlace en esta sede que aún opera con extraordinarios logros. Perfeccionado el acuerdo para su firma, el presidente Uribe fue testigo de excepción en Bruselas. Allí fue mi primer contacto directo y tuve la oportunidad de conversar extensamente con el Dr. Uribe, le informaba por orden de mis superiores las actividades que veníamos cumpliendo con las Policías de Europa en materia de cooperación contra el narcotráfico y el terrorismo. Culminado el acto protocolario y firma del convenio entre los directores de Europol y de la Policía Nacional de Colombia, el presidente me ordena estar al día siguiente a las 5 a. m. en el gimnasio del hotel para continuar la conversación.
Llego puntualmente a la hora indicada y mientras el presidente se ejercitaba en la bicicleta estática y veía CNN, me hacía preguntas amables y con tono de honda preocupación. Pero antes que todo, se inquietó por mi familia, preguntó el nombre de mi esposa, de mis hijos y por su estado de salud. “Lo felicito por la bonita familia que tiene mi capitán, hay que protegerla”, anotó. El presidente culmina su ejercicio y me ordena verlo al medio día en su habitación. Allí estuve y mientras practicaba yoga agotado después de una agenda maratónica y preparándose para otros compromisos que le esperaban tarde y noche, le entregaba detalles de los procesos y sus resultados. Al terminar me instruye, “mi capitán lo veo mañana en Berlín y seguimos hablando”.
Al día siguiente tomo el tren por cinco horas hacia Berlín, frente a la Cancillería Alemana lo esperaba una pacífica y reducida protesta. Encontramos espacio para seguir el diálogo, en un lugar improvisado en la ventana del hotel ubicado sobre el imponente bulevar Unter den Linden, justo al frente de la mítica puerta de Brandemburgo. Cumplida la agenda, me correspondió despedirlo en el aeropuerto, y luego de felicitar y reconocer el trabajo realizado, de manera generosa y mirándome directo a los ojos, me manifiesta que le transmitiera saludos a mi esposa y a mis hijos, mencionando sin error e íntegramente sus nombres, y me dice “tenemos que recuperar a Colombia, allá lo espero mi capitán”. Desde ese momento, esta anécdota no se olvida en mi familia, como en muchas otras, así lo sienten innumerables uniformados que en algún momento trabajaron o se cruzaron con el expresidente. Su sencillez, don de gentes, humildad y gentileza son inigualables, y sus mensajes dignos de asimilar.
En el mismo foro de El Tiempo dije que Colombia requiere una Política de Seguridad Democrática 2.0, allí explico las razones y remarco igualmente los graves errores que la opacaron. Viví 24/7 desde Inteligencia Policial la gestión del presidente Álvaro Uribe. Conocí las intimidades de muchos gobiernos, las tensiones y contradicciones internas, también los innombrables que usufructuan y abusan de su cercanía al poder, además de las afugias que enfrenta un primer mandatario.
Por estas y diversas razones más, afirmo, con estricto respeto a la reserva profesional de ley que aún me cobija, que el presidente Álvaro Uribe, simple y llanamente intentó, en cada momento de su mandato, no solo obrar con invaluable y evidente cariño y dedicación por la patria, lo hizo con rigurosa delicadeza, respeto y sobrado carácter, siempre en defensa del bien común, de la Constitución y las leyes, con liderazgo ejemplar y la más genuina voluntad, sacrificio e inteligencia, empecinado en sacar al país del atolladero en el que nos encontrábamos. Su sentimiento por el país ha sido, es y seguirá siendo, inconmensurable. Jamás conocí instrucción alguna que nos indujera a actuar al margen de la ley, la presión incesante que lo caracterizaba, no le admitía descanso y menos fatiga, la tropa se desvelaba para avanzar a la vanguardia de su ritmo y anticipándose a su aguda visión e inteligencia.
Los hechos son irrefutables y los indicadores determinantes. Gracias a la conducción nacional del presidente Álvaro Uribe en el período más crítico de la nación, las Farc fracasaron en su cruel intento de tomarse el poder a través del terrorismo luego del desastre del Caguán. No fuimos un estado fallido, tampoco nos convertimos en un narcoestado. Alcanzamos la mayor reducción en cifras de la violencia y la criminalidad. Golpeamos como nunca y estratégicamente a las cabezas del terrorismo. Estuvimos a punto de eliminar totalmente los cultivos ilícitos. El ELN quedó reducida a su máxima expresión, sus cabecillas salieron corriendo como rata en alcantarilla hacia Venezuela y la convirtieron en su guarida. Más de 45 mil guerrilleros y paramilitares dejaron las armas. Fueron sometidos y extraditados los jefes de las autodefensas y ahora lo señalan en venganza; y se generaron las condiciones para la desmovilización del 75% de las FARC en el gobierno siguiente. En suma, el país recuperó la tranquilidad, la seguridad, los ciudadanos su movilidad, el crecimiento económico y la confianza inversionista y la credibilidad internacional, su dinámica. Como nunca, fuimos respetados ante el mundo, había euforia y esperanza.
Ahora, cuando la Procuradoría General solicita su absolución y la Fiscalía su condena, alzo mi voz, con genuina indignación, en actitud respetuosa y de protesta para exigir debida justicia, porque me embarga la firme convicción, de que es injusto y tortuoso el viacrucis que por muchos años hemos presenciado los colombianos y que ha tenido que enfrentar el expresidente Alvaro Uribe Vélez y su familia, todo Un Grande. El país entero está en deuda con ellos.