(05 de marzo del 2025. El Venezolano).- El 28 de febrero de 2025 ha sido un día de inflexión en la historia de la Diplomacia mundial. Nunca antes se había esgrimido públicamente, de forma tan acalorada, sobre los puntos en la mesa de negociación para poner fin a una guerra. En este caso, la guerra de Ucrania.
Escrito por: Silvia Schanely Suarez
Los preámbulos a tal encuentro se podían presagiar que iban a ser difíciles. El que el gobierno de los Estados Unidos haya iniciado una negociación directa con el gobierno de la Federación Rusa sin incluir inicialmente a la parte afectada, en este caso Ucrania, ya entrañaba un singular alerta.
Mientras, casi paralelamente, el vicepresidente de los Estados Unidos J. D. Vance, decía a sus aliados europeos, en suelo también europeo, en Münich, que el problema de la seguridad externa de la alianza no era Rusia, ni China, ni ningún actor externo sino interno, argumentando la pérdida de valores democráticos, en clara referencia a las elecciones en Rumania, y a la pérdida de valores en un mundo pro aborto, de ideología de género, etc., trataba de debilitar a sus aliados europeos como interlocutores en las negociaciones, es decir, a quienes también han invertido y cooperado junto con los Estados Unidos para la defensa de Ucrania contra el invasor ruso.
Peor aún, -y ésto sí es serio- ha sido el intento de los Estados Unidos de romper una posición mancomunada con los europeos, al no condenar la invasión rusa en Ucrania, en una resolución de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, el pasado 24 de febrero y, al obrar así, desconocer los parámetros con que fue creada la Organización, después de la Segunda Guerra Mundial y la experiencia de la invasión por parte de las fuerzas armadas alemanas de Hitler a la Europa occidental.
Pudiéramos pensar que estamos ante la antesala del desconocimiento de las normas del derecho internacional que tantos siglos nos costó formar y mantener desde la paz de Westfalia en 1648, el Congreso de Viena de 1815 tras la capitulación de Napoleón Bonaparte o la paz de Versalles de 1918 que dio fin a la Primera Guerra Mundial y abrió campo a la Sociedad de Naciones. Debe recordarse que justamente por el desconocimiento de las reglas internacionales establecidas por parte de las potencias del momento, se originó la Segunda Guerra Mundial, hasta llegar a la conferencia de San Francisco en 1945, que permitió la creación de Naciones Unidas y sus normas internacionales de hasta ahora de más larga duración. Si ha habido distorsión de ellas, sería hora de corregir, pero no de anular, porque socavar la ONU es lo que justamente podría estimular la apertura a un mundo sin reglas, el reino de la ley del más fuerte y hasta una tercera Guerra Mundial.
Con la política exterior estadounidense de Trump de imposición de condiciones prácticamente imposibles de aceptar en las negociaciones para el fin de la guerra en Ucrania, el gobierno de Trump vuelve a un estilo de política que ni siquiera Theodore Roosevelt hubiera imaginado cuando aconsejaba aquello de “Habla suavemente y lleva un gran garrote”. Esta vez, se trata de aplastar en público al invadido, obligar a éste a vender sus llamadas “tierras raras” para cobrar la deuda de una guerra que ni si quiera ha terminado, con lo que olvida el gobierno estadunidense la política del Plan Marshall que permitió la reconstrucción de la Europa devastada por Hitler y contribuyó a dar paso a una paz duradera en el viejo continente.
Menos mal que la mayoría de los países europeos ha podido reaccionar, en contraparte, para defender el principio de legítima defensa ante la invasión rusa en Ucrania, aunque para ello, ante el eventual abandono financiero de los Estados Unidos, deban abandonar sus gastos de desarrollo para emplearlos en otros de defensa y de rearme.
Por lo pronto volvemos a la peligrosa Paz Armada de 1870 hasta 1914, conocida desde finales de la guerra franco-prusiana iniciada en 1870 hasta la Primera Guerra Mundial, con la singularidad de que el rearme no será simplemente de armas convencionales sino de aquellas nucleares de destrucción masiva y de inteligencia artificial de control absoluto universal. Cosas veredes, diría Don Quijote a Sancho Panza.