(05 de marzo del 2024. El Venezolano).- Han pasado 11 años del fallecimiento del entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez (1954-2013), y el dolor por su desaparición sigue estando presente entre muchos venezolanos, que recuerdan vívidamente aquellos aciagos momentos que sumieron al país en un duelo colectivo inédito, aunque para la mayoría empezó antes, justo cuando anunció que padecía cáncer.
Su figura, todavía muy presente en el discurso público, sigue modelando las aspiraciones políticas, sociales y culturales del país suramericano, pues el Estado venezolano es, en buena medida, el resultado de la Revolución Bolivariana que condujo durante casi década y media, en el que se sintetizaron las demandas más sentidas –y largamente postergadas– de finales del siglo XX e inicios del XXI.
RT conversó con siete venezolanos de diferentes edades y profesiones, que vivieron de primera mano el anuncio de la enfermedad, la épica campaña que le dio un tercer mandato popular, su deceso y su legado político. Con sus variaciones, todos coinciden en señalar que Chávez fue un líder genuinamente popular, cuya trascendencia superó su existencia física y su ausencia resulta muy difícil de capear.
Empieza la angustia
«Cuando yo me entero que Chávez estaba enfermo, mi reacción fue de angustia. Me angustié muchísimo, pero a la vez también apelé a mi fe, tuve mucha fe en que podía salir de esa enfermedad satisfactoriamente, porque era un hombre joven, un hombre robusto, fuerte. Nunca pasó por mi mente de que Chávez no iba a lograr pasar, vencer esa enfermedad», cuenta Adria, comunicadora social egresada de la Misión Sucre, uno de los programas creados por el mandatario para ofrecer carreras universitarias en zonas populares y remotas.
Leonor, docente con amplia experiencia en formación comunitaria, es tajante cuando afirma que su preocupación por el bienestar del mandatario comenzó el mismo día del anuncio de su enfermedad y, desde entonces, le acompañó la desagradable sensación de que se trataba de algo serio, aunque, dice, quería hacer como la mayoría y creer lo opuesto, especialmente durante el desarrollo de la campaña electoral que le dio un tercer mandato, cuando privaba el clima de esperanza.
Ella, como decenas de miles de venezolanos, se sumó al recorrido diseñado para el tramo final de la campaña: una megacaravana desde Sabaneta, pueblo natal de Chávez en los llanos venezolanos hasta el palacio de Miraflores, sede del Gobierno, en Caracas. Lo alcanzó en Maracay, una ciudad ubicada a unos 40 kilómetros de la capital.
Para entonces, Leonor tenía unos 55 años y ya acusaba sobrepeso y problemas respiratorios importantes. Pese a sus limitaciones físicas, recuerda «haber corrido como que si fuera una niña de 15 años» y decirle a una de sus amigas, que se sumó con ella a la caravana que estaba aprovechando de verlo bien porque tenía la intuición de que sería la última vez. No se equivocó.
En Adria y Leonor convergen lo que José Gómez, psicólogo social entrevistado por RT, identifica como la «negación del duelo» que por aquel tiempo atravesaba al país entero e hizo de la enfermedad de Chávez un tema tabú: se hablaba de él, pero no de su dolencia y tampoco de la posibilidad de que pudiera perder la batalla contra el cáncer, reportó RT.
«En la oficina como tal no se hablaba de la enfermedad del presidente. Había una negación total. O sea, cuando se hablaba el presidente, nada, era presidente. Pero todo el mundo veía, cuando lo veíamos en cadena, cuando lo veíamos en sus alocuciones, siempre yo sentía una preocupación general por la salud de él, o sea, no se estaba cuidando y estaba entregando todo por el todo», relata Gómez, que en 2012 trabajaba en el sector público y dictaba clases en la Universidad Central de Venezuela.
En su comentario, el especialista apunta hacia otro ángulo del duelo llamado Chávez: nadie hablaba del tema, pero muchos estaban preocupados por su destino y temían que la exigente campaña presidencial en la que se embarcó en aras de garantizar la continuidad de su proyecto político, acabara por minar su ya comprometido estado de salud.
«Me parece que fue una soberana estupidez eso. Él debió haberse retirado, debió haberse centrado en su salud, y luego de eso volver. O sea, el pueblo lo iba a amar e iba a volver otra vez tranquilamente. ¿Que se iba a perder? No, no se iba a perder. Colocaba a alguien ahí, una persona, y que él se dedicara un poco a sí mismo», reclama.
Más angustia
El final se aproximaba insidioso, pero la esperanza colectiva persistía. No así para Leonor, quien vio en el famoso discurso ‘Golpe de Timón’ pronunciado por Chávez a pocos días de su último triunfo en las urnas, un testamento político sobre asuntos medulares del proyecto bolivariano que habían quedado rezagados por motivos varios, pero que imperaba echar a andar cuanto antes.
«Cuando Chávez gana y se propone el Golpe de Timón, que fue unos poquitos días después, yo entiendo que Chávez sabe que las cosas son demasiado serias y que hay que ponerle seriedad a algunas cosas que estaban postergadas y que no se tocaron durante la campaña, porque bueno, por razones obvias no se podía quitar el maravilloso clima de optimismo que creó el mago de las comunicaciones que es Jorge Rodríguez. Esa campaña fue su hechura, lo recuerdo perfectamente bien», rememora.
Con una visión actualizada de la situación, Ritguey, administradora en una empresa privada, recuenta que en la campaña «el presidente sufría con dolores» y menciona otro hito del duelo colectivo por Hugo Chávez: el 8 de diciembre de 2012, cuando anunció que iría a La Habana a operarse nuevamente y nombró a Nicolás Maduro como su eventual sucesor. «Todos estábamos en medio de gran estupor», recuerda, al mencionar que recibió la mala nueva en compañía de familiares y amigos. Lo que era agasajo, trocó en ambiente triste.
«A partir de allí estuvimos en expectación. El día que el presidente llegó a Caracas –en febrero de 2013–, yo recuerdo que puse ‘Chávez corazón del pueblo’ (una canción de campaña muy sonada aquellos días). Estaba muy contenta.Pensé que se estaba mejorando, no que venía a morir. Después (…) vinieron unos días con unos partes médicos» y de más angustia.
Evaluna tiene 19 años. Tenía solo nueve cuando Chávez falleció y, para ella, él era una figura omnipresente. Rememora con nitidez el malestar social de las semanas previas a su muerte: «Recuerdo mucho que las semanas anteriores habían sido como muy confusas porque no se sabía nada de él, habían montado como una foto, pero bueno, o sea, todo lo que todos sabíamos, por lo menos donde yo estudiaba, era que Chávez estaba malito (enfermo) y se hablaba como de eso, porque lo recuerdo», sostiene.
La peor noticia
Finalmente, llegó el día que muchos temían: se anunció el deceso de Chávez. Emilio, físico y administrador de redes, menciona que estaba en la Universidad Bolivariana (creada por el entonces presidente para incluir a los millones de bachilleres sin titulación universitaria) con un amigo cuando en cadena nacional, Maduro anunció: «Recibimos la información más dura y trágica que podamos transmitir a nuestro pueblo: a las 4:25 de la tarde, ha fallecido el comandante presidente Hugo Chávez Frías, luego de batallar duramente con una enfermedad durante casi dos años».
«Era una noticia esperada, pues, en cierta forma, ese último día. Pero si no lo decían, no iba a estar creyendo y especulando hasta ese nivel. Yo por lo menos no lo hacía», comenta.
Adria, por su lado, recuerda que al escuchar la noticia la invadió una sensación de irrealidad y desorientación. Confiesa que se sintió tan abrumada que perdió «la brújula» y «el rumbo», y por un momento no supo qué hacer. Finalmente, se fue a su casa y allí comentó lo sucedido con su suegra, para luego sumarse, como otras cientos de miles de personas, a la caravana fúnebre que trasladaba los restos mortales de «el comandante», desde el Hospital Militar hasta su alma mater, la Academia Militar de Venezuela.
«Recuerdo que realmente yo me puse muy triste, porque yo siempre fui una persona como muy cercana, de ir a marchas, de saber de Chávez, a estar familiarizada con Chávez y el personaje», rememora Evaluna.
Caracas, urbe habitualmente bulliciosa, se sumió en un silencio sepulcral y, además, abundaban las muestras de solidaridad y camaradería, completamente ajenas a su ferocidad habitual, donde suele imponerse la ley del que grita más duro.
Así lo recuerda Leonor: «¿Cómo conseguimos la ciudad? La conseguimos completamente atiborrada, pero completamente silenciosa, extrañamente silenciosa. Había carros por todas partes, pero la gente ni peleaba con los que estábamos tranquilizando el tránsito, ni peleábamos entre nosotros, ni nadie le decía nada a nadie, sino era como que sí, bueno, yo estaba estorbando, me arrimaba para un lado para que el otro pasara y cosas así».
Ritguey, por su parte, equipara la situación de entonces a un estado de shock colectivo: «Fue una ciudad, y yo diría más un país, saliendo del shock, como intentando aceptar la situación y como con esa necesidad de constatar con los propios ojos que teníamos enfrente a nuestro héroe, a nuestro papá, al director de todo este proyecto político por el que tantos dieron su juventud, su vida, en un féretro. Pasan los años y todavía pienso en eso. Lo pienso con mucha tristeza», asevera.
Chávez más allá de Chávez
Si bien aquellos días aciagos siguen frescos en la memoria de muchos venezolanos, Hugo Chávez trascendió el plano de la existencia física para transformarse en «una idea», como dice Ritguey.
«Chávez es el héroe máximo de la patria (…) es el presidente más arrecho (mejor) que ha tenido el país. Y también el más amado. Cuando Simón Bolívar se murió, mucha gente no lo quería; en cambio, Chávez era amado por su pueblo. Es una gran diferencia: Chávez pudo gobernar, nos dio dignidad, nos dio soberanía, nos dio cosas que, a pesar de todos los esfuerzos que han hecho muchos por quitárnoslas, la gente no se deja, hay algo que sigue quedando», afirma.
Rogel Navas es historiador y profesor universitario. En conversación con RT sintetizó algunos aspectos del legado político de Hugo Chávez, tanto dentro como fuera de Venezuela. No duda en señalar en primera instancia el «dar prioridad a las elecciones para resolver las contradicciones políticas de la sociedad venezolana», una estrategia que ha continuado su sucesor, Nicolás Maduro.
Navas también apunta hacia la refundación del Estado venezolano en un modelo de cinco poderes –Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y Moral–, en la gubernamentalidad basada en la alianza cívico-militar y en los numerosos mecanismos de integración regional que promovió, lideró e impulsó, entre los que destaca la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
La semana en que Chávez murió, la Asamblea General de las Naciones Unidas sesionó extraordinariamente para honrar su legado. El entonces secretario general de la organización, Ban Ki Moon, reconoció el compromiso del mandatario para conseguir que «los más vulnerables» alcanzaran niveles de vida aceptables en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, así como su «impulso decisivo» a los mecanismos de integración regional «basándose en una visión eminentemente latinoamericana».
«Chávez es una energía, quedó como energía (…). A veces hay un sol radiante, fuerte, rudo, y de la noche a la mañana aparece una llovizna (…) y entonces nosotros decimos: ‘Chávez está bendiciendo la concentración, la marcha’. En eso siempre recordamos a Chávez con mucho amor, con mucho cariño», remata Adria, parte de ese pueblo al que el líder bolivariano dignificó simbólica y materialmente.