(21 de marzo del 2021. El Venezolano).- Todo a favor: apoyo popular; una Constitución diseñada para cumplir con el proyecto político ofrecido; leyes habilitantes que concentraron por más de seis años todo el poder y permitieron gobernar por decreto; barril petrolero por encima de 100 dólares por más de una década; dieciocho años continuos de gobierno; apoyo de países latinoamericanos y del Caribe.
En fin, las expectativas, los recursos y las posibilidades eran muy altas. Tan altas como las promesas que el pueblo había recibido.
Los resultados estaban muy lejos de lo esperado. Apagones de horas y hasta de días en algunas regiones del país. Fincas expropiadas que ahora nada producían. Gas doméstico a cuenta gotas. Contratos colectivos vencidos sin que se atendiera las reclamadas renovaciones ni el cumplimiento de las cláusulas de los mismos. Inseguridad personal desbocada hasta convertirse las llamadas zonas de paz en territorios sin ley. Salarios con capacidad adquisitiva menguada. Moneda nacional sin valor y sustituida por el dólar a nivel nacional y por el peso colombiano en la frontera occidental.
Una receta o prescripción médica, cuando se encontraba en las farmacias, era casi imposible de adquirir debido a los altos costos. La deserción escolar creciendo, al igual que el desempleo y el subempleo. Largas colas para abastecerse de gasolina, bien que nunca había escaseado durante más de un siglo.
La desesperanza crecía y oleadas de emigrantes huían del país. Se fueron centenares de empresas, miles de profesionales de alto nivel y compatriotas de todos los pueblos de la geografía nacional. No hay estadísticas oficiales del éxodo, pero los venezolanos que se han ido se cuentan por millones.
Ante esta dramática situación sectores de oposición, haciendo de peones de la antipolítica, insistieron el año 2018 con la estrategia abstencionista que desde el 2005 habían hecho su única ruta de cambio. Sostenían que, absteniéndose de votar, los funcionarios electos carecerían de valor y perderían el poder.
Contaron con financiamiento multimillonario de factores nacionales y extranjeros y lograron contagiar a gran parte del país al predicar que lo honesto era no votar, lo corrompido y deshonesto era votar. Se impusieron y ocurrió algo insólito, aunque el ochenta por ciento de los venezolanos reclamaban un cambio de gobierno, se produjo una altísima abstención que permitió la reelección del presidente Maduro en las elecciones de mayo de 2018.
No se detuvieron allí. A la par que llamaban a abstenerse y acusaban de colaboracionistas a quienes fueron a votar por candidatos distintos del candidato del gobierno, tramitaban ante el gobierno de Donald Trump sanciones en contra de Venezuela.
Impedir que otros países compraran petróleo venezolano, que los dividendos de CITGO entraran a las arcas nacionales y que el país hiciera uso de treinta toneladas de oro depositadas en el Banco de Inglaterra; prohibir comerciar con títulos de deuda del gobierno, de PDVSA, o del Banco Central; anular operaciones del Banco de Venezuela y de BANDES (Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela), instituciones utilizadas por el gobierno para la compra de alimentos y medicinas en el exterior; todo eso lo lograron en su estrategia de torpedear ingresos para agravar la crisis y empujar hacia el colapso. Para eso han servido las sanciones.
Con la abstención le amarraron las manos a un pueblo que clama por cambios y con las sanciones y el bloqueo han empujado al país a la ruina. Eso debe revertirse.
Los venezolanos debemos salir en masa a votar en las elecciones de gobernadores y alcaldes, a la vez que debemos ir todos contra el bloqueo económico, en una sola voz, reclamando ante el mundo nuestro derecho al libre comercio y a devengar ingresos para sostener el bienestar colectivo.