(6 de julio de 2019. El Venezolano).- Los venezolanos encabezan las solicitudes de asilo en España con 19.280 peticiones, casi el doble que el año anterior. El Día Mundial del Refugiado, conmemorado por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde hace 18 años cada 20 de junio, ha desvelado la dura realidad de la crisis migratoria en Venezuela.
Este año España superó un tuvo un nuevo récord de solicitudes de asilo y el país caribeño fue de nuevo el principal país de origen con 19.280 solicitudes de asilo, casi el doble que el año anterior. La cifra de refugiados en todo el mundo también se supera: más de 70 millones de personas han tenido que escapar de su hogares y en el caso de la diáspora venezolana la cifra alcanza los 4 millones.
Las cifras confirman una realidad que día a día se percibe en la capital española. Jóvenes migrantes se buscan la vida alquilando licencias para trabajar como repartidores de comida, reuniéndose en algunos rincones de la ciudad, mientras que otros trabajan atrayendo turistas a las discotecas. Dos de los trabajos informales más recurridos por venezolanos, al descubierto por su acento, en las calles del centro de la capital, al tiempo que buscan regularizar su situación legal.
A pesar del inmenso número de solicitudes, apenas 30 personas lograron el estatuto de refugiado. Venezuela también es el que más número de solicitudes pendientes de resolución tiene. Le sigue Colombia (8.650), Siria (2.775), Honduras (2.410) y El Salvador (2.275).
Desde hace unos meses quienes llegan a España hacen una parada en La Casa de Venezuela, una organización que nació con la intención de ayudar y guiar a los ciudadanos que llegan huyendo de la crisis.
Se trata de un pequeño local ubicado cerca del metro Vista Alegre. Allí, tras la vidriera, han colgado una bandera de Venezuela. En la parte superior de la entrada un cartel recibe a los visitantes. “La Casa de Venezuela”, acompañado de imágenes de El Salto Ángel, El Ávila y una playa de fondo. A las afueras del lugar se reúnen varios jóvenes. El acento los delata nuevamente.
Decenas de cajas apiladas con muebles, juguetes y un sinfín de cosas más llenan el lugar hasta el techo. Hacia al fondo hay una cocina improvisada y unas es-caleras que llevan al ropero popular. El ambiente es de camaradería. La Casa de Venezuela fue una idea del incansable luchador de la causa venezolana, Alberto Casillas. Un personaje que cualquiera que haya frecuentado una que otra manifestación o que siga el movimiento de la diáspora venezolana en Madrid conoce.
Casillas es español de nacimiento pero vivió durante 25 años en Venezuela. Hace nueve años que regresó a su país natal y desde entonces no ha cesado su lucha contra el régimen chavista. Extendió su mano a los jóvenes estudiantes que quedaron a la deriva sin Cadivi, increpó a Pablo Iglesias en un desayuno informativo por su vinculación con el chavismo y ahora ha fundado esta organización benéfica.
“Yo buscaba algo más estable donde la gente pudiera venir a buscar a ayuda. Al principio cinco personas me ayudaron pero luego se desaparecieron. Ahora es un sacrificio para mí”, confiesa. Por el pequeño local paga una renta de 500 euros y aunque tiene una hucha (alcancía) donde recibe algunas donaciones, la mayor parte, según cuenta, la pone de su bolsillo.
El lugar se ha convertido en un punto de referencia para los venezolanos que llegan a Madrid en busca de un mejor futuro y que cuentan con pocos recursos para sobrevivir en la capital.
Las historias del éxodo
Randy se dispone a preparar el café porque ya es la hora. Tiene tan solo 3 meses en Madrid. Mientras prepara lo que parecía ser un “guayoyo” accede a contar su historia. Dice que salió de Venezuela por un Teragrip (antigripal en sobre). “Mi pareja se enfermó y ni con cuatro tarjetas de crédito me alcanzaba para comprarlo”. Ese día decidió que no aguantaba más y aceptó la sugerencia de su madre que tenía un año insistiendo en que se viniera con ella a la capital española.
Como hacen muchos venezolanos para salir del país, pidió 1.600 euros prestados para comprar el boleto ida y vuelta, con el fin de justificar su entrada a España. Cuenta que su salida fue todo un periplo. Los militares le rompieron el el teléfono móvil y no lo dejaron embarcar hasta minutos antes de despegar el avión.
En sus primeros días en Madrid, en una iglesia, de Cáritas le recomendaron acercarse a la recién inaugurada Casa de Venezuela. “Ese día ayudé a organizar la ropa. No doblé ni diez pantalones porque apenas venían dos personas al día”. Ahora Randy ayuda a llevar un control de quienes piden ayuda a la organización, llegando a atender hasta 40 personas diariamente.
Randy está en proceso de asilo. Mientras tanto asiste a cursos de actividades socio laborales que le ayudan a la inserción laboral y los fines de semana trabaja “como Gerente General…”. Tras unos segundos de silencio completa sin perder la sonrisas“...soy Gerente General de los baños de una discoteca española” .
Él renunció a su negocio propio en Venezuela de venta de bisutería para empezar de cero de este lado del charco. “He hecho muy buenas amistades aquí. Aunque cuando llegué me sorprendía que mucha gente pasaba el día aquí… me invitaban a los comedores pero luego regresaban y se quedaban…”
Después descubrió que quienes lo hacen en su mayoría es porque duermen en refugios y solo van a dormir allí. Cristian es uno de ellos y Randy lo presenta para que también cuente su historia. Tras un año y cuatro meses en Perú, Cristian decidió probar suerte y venir a España. “Allá está todo muy saturado por la cantidad de venezolanos que han llegado. A mí me recomendaron venirme pero nadie me habló de que necesitaba un permiso de trabajo”.
Hizo una reserva en un hotel por siete días y sin conocer a nadie se vino. “Llegué con tres pantalones, tres camisetas y un suéter. Esto que llevo puesto (camiseta deportiva y pantalón corto) me lo dieron aquí. No me da verguenza decirlo”. El joven, oriundo del estado Trujillo, solo tiene palabras de agradecimiento para La Casa de Venezuela. Allí le recomendaron ir a un refugio de Cáritas.
Cuando le quedaban solo dos días de la reserva de hotel con la que llegó, le llamaron para ofrecerle un lugar. Sin embargo, confiesa que el choque inicial fue grande. “Yo pensé que dormiría en algo normal pero me llevaron a una habitación donde dormiría con 40 personas más y en una silla de extensión. Me entró la depresión y pensé en volver a Perú”.
Aunque han pasado solo tres meses su situación es mucho más estable ahora. Está en procesos de solicitud de asilo. En diciembre espera recibir la segunda tarjeta roja que le permitirá trabajar legalmente. De momento, hace trabajos a destajo como ayudante de construcción, en mudanzas o descargando mercancías.
Su empeño le ha valido un puesto de colaborador en Cáritas por el que recibe una pequeña ayuda monetaria. “Mi silla de extensión ahora es para mí como una cama Queen (dice entre risas). No es fácil emigrar y llegar a un país donde las cosas no son como las pintan, pero estoy muy agradecido con Dios y con La Casa de Venezuela, aquí tengo a mi segunda familia”.
El joven sueña en un futuro con montar un refugio para sus hermanos venezolanos. Más que un refugio A la Casa Venezuela, ubicada en la calle Alondra 41 con esquina Ramón Sainz, llegan no solo ciudadanos recién llegados sino aquellos que una vez establecidos tienen problemas para, por ejemplo, comprar ropa de invierno, adquirir algunos muebles o artículos para niños.
Lay Manresa lleva desde enero trabajando con Alberto Casillas en la organización. Ha creado dos chats de Whatsapp donde se comparte información de interés y empleos. También han creado una cuenta Instagram que, hoy por hoy, reúne a más de 25 mil seguidores. “Esto es mucho más que un ropero es solidaridad”.Cuando se creó el centro sólo se recibían donaciones ropa que algunos jóvenes voluntarios clasificaban según el tamaño.
Ahora reciben todo tipo de donaciones, además sirven como un centro de información para quienes llegan sin mucha idea de qué hacer. Lay en ocasiones también hace comida en la improvisada cocina para que algunos de los que están allí. En el pequeño local hay una cartelera donde publican información.
Al ropero, ubicado en el sótano, se acercan quienes no cuentan con fondos para costearse ese tipo de gastos. Cada vez son más las donaciones que reciben, desde personas que llegan con bolsas de ropa hasta quienes le llaman porque necesitan desocupar un piso y le ofrecen todo tipo de muebles.
“A uno se le rompe el corazón cuando das un juguete y a los chamos se les ilumina la cara”, dice Lay con la voz entrecortada y conteniendo las lágrimas. “Es muy fuerte porque son los personas que no tuvieron edad para votar pero que están pagando las consecuencias del chavismo. Ahora vienen a trabajar para mandar dinero a sus familias. Yo quisiera poder ayudarlos a todos”.
Tanto Casillas como Lay coinciden en decir que ahora “la casa se quedó pequeña”. Esperan en un futuro no muy lejano poder mudarse a un espacio más grande. Casillas, por su parte, hace un llamado de atención a los políticos venezolanos que residen en España.
“Lo más triste es la ausencia de los políticos. Aquí no viene nadie, a excepción de la visita que hizo el embajador Antonio Ecarri…No merecen la gratitud de ese pueblo”. La reflexión generalizada es la falta de solidaridad entre la comunidad venezolana. Algo contra lo que luchan los voluntarios en La Casa de Venezuela que se ayudan mutuamente para ubicar a quienes eligen.