(11 de mayo del 2021. El Venezolano).- Entre una enorme explosión de fuegos artificiales, el 3 de febrero de 2019 Nayib Bukele era la imagen viva del cambio político de El Salvador con su icónica chaqueta de cuero, sus 37 años, y las ondeantes banderas azules del golondrino, el emblema de su partido. El millennial se estaba proclamando vencedor de los comicios presidenciales. Hoy, casi dos años después de asumir el poder es piedra de escándalo, se le acusa de concentrar en sí mismo todos los poderes del estado.
Escrito por Elisa Pastrana
A la presidencia llegó después de una campaña con un estilo propio y mediático que rompió con la política tradicional. Conectó con jóvenes a través de un discurso irreverente, los trinos de Twitter y las frases cortas aprendidas en la agencia de publicidad de su padre palestino, como la muy citada “el dinero alcanza cuando nadie roba”, repetida como un mantra. Los salvadoreños hastiados de la corrupción se unieron. No les importó que su candidato tuviera partido prestado de la orilla diametralmente opuesta porque no alcanzó a inscribir el suyo a tiempo.
Gana estaba bien lejos del FMLN que conoció desde que tenía 6 años cuando a su casa llegaba en forma secreta el comandante Schafik Handal, uno de los cinco jefes de la guerrilla salvadoreña. En su nombre había sido alcalde de Nuevo Cuscatlán -un pequeño villorio de diez mil habitantes cerca de San Salvador- y de la capital San Salvador, antes de ser expulsado por tirarle una manzana a la cabeza y llamar “bruja” a una concejala. Nuevas Ideas, había nacido entonces alejado de la izquierda y la derecha, y los analistas políticos, que no podían encasillarlo en ninguno de los dos extremos optaron por calificarlo como un populista que sabe sacar partido de los sentimientos en contra. Así, y con un arsenal de tuits le dio un contundente golpe el bipartidismo de 30 años del FMLN y la Alianza Republicana Nacionalista (Arena).
El nuevo presidente de la nueva política conjugó la esperanza de los salvadoreños y el aplauso de la comunidad internacional. No faltaron adjetivos para denominar al fenómeno político, él mismo se llamó “el presidente más cool”. Los líderes mundiales lo eligieron para clausurar el foro económico de Doha de 2019, y en la 79 Asamblea de Naciones Unidas fue la consagración con un discurso enfocado en el poder de las redes y las nuevas tecnologías —en contraste con el viejo formato de la reunión de la ONU—, se dio el lujo de tomarse una selfi al momento de hablar ante el resto de delegaciones y luego lo compartió en su cuenta de Twitter.
En la asamblea de la ONU el presidente millennial se tomó una selfi y habló de tecnología
El fulgurante comienzo empezó a diluirse al compás de los enfrentamientos con la Asamblea y la Corte Suprema, las voces acusadoras del autoritarismo que ponía en peligro la joven y frágil democracia se hicieron más frecuentes y la copa rebosó cuando se le vio entrar a la Asamblea de 84 diputados seguido de militares para presionar la aprobación de su plan de seguridad. El “Bukelazo” quedó inscrito en la historia política de El Salvador.
Mientras el presidente de lo que analistas han llamado una telecracia moderna -que mide emociones de la ciudadanía en tiempo real para responder a lo que demanda- construía en pocos meses un hospital en el centro de San Salvador, con más unidades de cuidados intensivos de las que existían antes en la sanidad pública y privada, por otro encarcelaba a miles de personas en estrechas celdas por incumplir la cuarentena domiciliaria. La dramática imagen que dio la vuelta al mundo de cientos de presos amontonados en el piso, esposados, semidesnudos en plena pandemia ha quedado en la mente y la retina de un cuadro de represión contra las maras que termina con el aislamiento total mezclando pandillas rivales en un encierro. Bukele argumentó que la Mara Salvatrucha había ordenado aumentar los crímenes en El Salvador.
Bukele difundió las impactantes imágenes de reclusos de todas las maras amontonados en la pandemia
En El Salvador, miles celebraron las medidas y felicitaron al gobierno por la mano dura contra las pandillas, y la encuesta publicada tres semanas después por Prensa Gráfica le dio un respaldo de 92,5 %. Por eso no es de extrañar que el 21 de marzo de este año Bukele arrasara en las elecciones legislativas. Después de 21 meses de gobernar por decreto tenía 61 de los 84 senadores de la asamblea unicameral. El poder legislativo estaba en sus manos y dejaba de ser una talanquera a sus proyectos.
Dos meses después, sucedió lo que muchos presumían. Mientras el mundo celebraba la fiesta del 1 de mayo, el presidente inició lo que denominó una “limpieza de casa”. La Asamblea Legislativa, controlada por su partido Nuevas Ideas, destituyó a cinco magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y al fiscal general Raúl Melara. Inmediatamente los remplazó por candidatos del gobierno. El poder judicial también quedaba en manos de Bukele. Más temprano que tarde vendrá el nombramiento del Procurador de los Derechos Humanos, y la Contraloría que también será controlada por el presidente que se ha negado una y otra vez a rendir cuentas a pesar de los requerimientos.
Cinco días después, una nueva prueba del poder de la Asamblea bukelista llegó con el blindaje a los funcionarios que participen en compras de bienes para enfrentar la pandemia y un golpe a la prensa con impuestos que no existieron durante 70 años. Aún se comenta la fabricación de un estado a la medida del presidente.
Las voces en contra dentro y fuera de El Salvador son públicas. “Inconstitucional”, señaló la CSJ, “golpe de Estado”, sentenció la oposición, la vicepresidenta Kamala Harris, expresó la “profunda preocupación por la democracia de El Salvador. El secretario general de la ONU Antonio Guterres, y la comisionada Michele Bachelet se unieron al coro. Pero la frase lapidaria del repudio la pronunció Antonio González, el hombre de Biden para el Hemisferio Occidental: “Así no se hace”.