(04 de agosto de 2025. El Venezolano).- Hoy te escribo desde la distancia, con el corazón lleno de recuerdos y la garganta apretada por todo lo que no he podido decirte en voz alta. No sé si me fuiste quitando poco a poco o si fui yo quien se alejó para poder seguir respirando. Pero aún desde este rincón del mundo que me acoge, sigues siendo mi lugar, mi raíz, mi todo.
No pasa un día sin que piense en ti. Estás en cada palabra que pronuncio con mi acento que se niega a irse. En cada plato que cocino como lo hacía mi abuela. En cada canción que me recuerda lo que éramos cuando aún soñábamos sin miedo. No puedo olvidarte. Y no quiero hacerlo.
Me duele verte así. Rota, saqueada, silenciada. Me duele ver a tus hijos mendigando en otras tierras lo que tú ya no puedes darles. Me duele que tantos hayan tenido que huir sin despedirse, como quien escapa de una casa en llamas. Y me duele más aún saber que dentro de ti todavía hay quienes resisten con dignidad, aun sin tener casi nada.
Nos arrancaron muchas cosas, pero no nos quitaron el amor. Ese amor que nos mantiene unidos aunque estemos lejos, aunque no hablemos tanto como antes, aunque tengamos miedo. Un amor terco, testarudo, de esos que no se rinden ni con el exilio ni con la desesperanza.
Sé que muchos han dejado de creer. Que están cansados de promesas rotas, de luchas que no llevan a ninguna parte, de una oposición dividida y de un futuro que siempre parece estar en otra parte. Y es normal. Lo entiendo. A veces yo también pierdo la fe. A veces también me cuesta levantarme con ganas. Pero entonces pienso en ti, y algo dentro de mí se enciende de nuevo.
Porque no te mereces el olvido. Porque aún hay tanto por lo que luchar. Porque hay niños creciendo entre ruinas, pero con sueños intactos. Porque hay madres que aún rezan por ver a sus hijos regresar. Porque hay jóvenes que siguen creyendo, aunque ya no confíen en nadie más.
Esta carta no busca darte respuestas. No tengo soluciones mágicas. Solo quería recordarte que aquí estoy. Que aquí estamos. Que no todos nos hemos resignado. Que seguimos llevando tu nombre en la piel, en el alma, en cada paso que damos fuera de tus fronteras.
Y que, pase lo que pase, mientras nos quede voz, vamos a seguir hablando de ti con orgullo. Vamos a seguir denunciando lo que duele. Vamos a seguir soñando con el regreso. Porque aunque el camino sea largo y oscuro, Venezuela, tú no estás sola.
Con el pecho abierto,
con la memoria viva,
con amor siempre,