(28 de mayo del 2021. El Venezolano).- Acudí el martes pasado a las oficinas del llamado Consejo Nacional Electoral para realizar trámites relativos al cumplimiento de formas administrativas para el ejercicio del derecho consagrado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que apuntan a la convocatoria de un referéndum revocatorio del señor Nicolás Maduro, que aun cuando su magistratura carece de legitimidad de origen y ni hablar de su ilegitimidad de desempeño, hace de jefe del gobierno, jefe del Estado y comandante de la Fuerza Armada Nacional, nos guste o no además. (Ver CRBV artículos, 5, 6 y 72 eiusdem)
Escrito por Nelson Chitty La Roche
Estuve allí acompañando y acompañado de destacados compatriotas que hicieron ante los medios de comunicación de voceros, para informar de las razones protuberantes que movían a esa acción. César Pérez Vivas y Nicmer Evans, venido el primero de las filas del socialcristianismo y el segundo, quien fue mi alumno en la UCV, un joven con compromiso de cambio que militó en la causa de Hugo Chávez, hasta que no pudo seguirlo, por distintas constataciones e inferencias que corresponde a él explicar pero que lo convencieron del extravío a que se llevó aquel sueño redentor, por llamar así a esa empresa de reivindicación del ser humano, así lo coreaban, propia del discurso revolucionario.
Otros concurrieron y destaco que provenían de distintos segmentos sociales, culturales, económicos, políticos, pero teniendo todos en común un elemento que se nos reveló al compartir, cuanto cerca podíamos estar, los que antes nos creíamos lejos y extraños.
Nos reunió, convocó y ganó el sentimiento, la convicción de pertenencia a ese constructo capital en la historia del mundo y su devenir político e institucional: la ciudadanía.
El acto nuestro fue, pues, ciudadano; sin muletas ni otras motivaciones inmediatistas. Similar, advierto, a ese comunicado del Consejo de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV, divulgado el lunes pasado y que recomiendo leer, para conocer y comprender el alcance del deber ciudadano que se impone y reclama, tomar consciencia del grave estado de la precaria institucionalidad de la ya decadente república que nos legaron los libertadores y la patética condición vital de su gente, pobre, mísera, vulnerable, expuesta y desesperanzada.
Debo pues hacerles ver que termina el tiempo de la huelga electoral, como diría desde Maturín mi fratello Freddy Millán Borges. La abstención ya no podemos mantenerla como respuesta. No hay efectividad y acaso, ya cumplió su cometido.
Así, pues, mi candidato es –como también me dice desde Cojedes Carlos Ortega– el referéndum; aunque no me niego a jugar también en el tablero de las regionales y municipales, pero, en mi criterio, sin referéndum revocatorio es inútil el esfuerzo.
Lo mismo hágole saber a Juan Guaidó. Nuestra iniciativa no tropieza con su propuesta y muy al contrario, creemos que se agrega como otra herramienta a la susodicha.
Todos somos como ciudadanos responsables de los demás y de nosotros mismos. Integramos una nación que sería libre y digna, solo si soberana y si me atrevo un poco, agrego, republicana. Cualquier otra consideración es subalterna, pero culpables son y deben ser removidos aquellos a los que confiamos nuestra representatividad y nos defraudaron por decir lo menos.
El referéndum revocatorio es un ejercicio ciudadano y como tal resulta de la consulta para evaluar una gestión política y administrativa de un mandatario. Se pondera su desempeño y ejecutoria y se dispone, si así lo entiende el cuerpo político que es el pueblo soberano, la eventual revocatoria del mandato.
Siempre hay y es natural y hasta conveniente, quienes someten a análisis e incluso, problematizaciones las propuestas públicas y así, a pesar de lo evidente del caso, surgen quienes hacen observaciones que, como todas, hemos de apreciar y que trataré apenas de rozar por lo reducido de nuestro espacio.
Mencionaré para iniciar la de los atentos y acuciosos que anotan la dificultad de movilizar a esa mayoría calificada que se requiere para revocar. Deben obtenerse, en efecto, más votos que aquellos que lo eligieron y ello desde luego configura, como podríamos decir evocando a Loewenstein, un control sobre los destinatarios del poder cuando tocare a ellos, a su vez, ejercerlo sobre el detentador. Tienen razón sobre lo exigente de la norma y no puede ni debe negarse el sentido, la pragmática que involucra.
Por eso, el referéndum revocatorio es un llamado a actuar como soberanía indivisible, como nación diría Sieyes y calificar el desmérito de un servidor, al que se separa del cargo por el bien de los administrados. Empero, no es un ejercicio ligero, superficial, sino que exige una concurrencia a favor que haga legítima la decisión y justifique el fin del mandato. Es pues el revocatorio un momento unitario y democrático, estelar en una República.
Los que así piensan tienen otra advertencia a tener muy en cuenta: el talante moral del régimen y el cinismo que de consuno los caracteriza. Justificado temor ese, siendo que antes han llenado de obstáculos el camino, para impúdicamente enervarlo, evitarlo, abortarlo. En 2016 minaron ese campo y lo que cabe preguntarse es si sostendrán ese despojo de la soberanía de la nación, si desconocerán ese derecho político, una vez más. Repito que comparto la angustia y la molestia que ese capítulo en mi espíritu siembra.
Ese es un nudo gordiano que hay que romper. Considero, sin embargo, que la situación no es la misma que en 2016 y que pudiéramos esperar un gesto en la línea de “permitir” una consulta que es a todas luces la única que le permite al régimen salir con elegancia si es derrotado, y sobre todo, resolver este impasse, civilizada, constitucional y democráticamente. La comunidad internacional y la endógena pueden y deben entenderlo y colaborar en una sana alianza democrática.
Toda la ciudadanía, pues, sería convocada. Ya no sería un asunto de opositores y oficialistas que son o fueron. Sería un dossier para que los ciudadanos, en su corazón y su consciencia, decidan si lo revocan o no.
Algunos arguyen que la sola convocatoria del referéndum “legitima” a Maduro como presidente; a esos conciudadanos que así opinan les respondo que se mueven en un espejismo que los engaña y confunde en sus afanes rebeldes que entiendo, pero que no puedo justificar si el argumento sirve, precisamente, para dejar al “usurpador” seguir en la butaca como máximo dignatario nacional. Piénsenlo un poco y se convencerán.
Finalmente y por hoy, insistiré en que ese mecanismo del referéndum revocatorio, con sus lastres y centrifugas, puede evitar el naufragio no solo de la encallada república sino de la venezolanidad, si bien también es cierto que, para concretarlo, es menester hacer de la estrategia de restituir la legalidad y la legitimidad con una genuina expresión de soberanía y democracia. Podemos y debemos mover al hórrido mundo de Maduro y su nefasta presencia, antes de que nos aplaste y nos asfixie a todos.